José Francisco Gómez Hinojosa, vicario general de la Arquidiócesis de Monterrey (México)
Vicario General de la Arquidiócesis de Monterrey (México)

¿Vacunas diabólicas?


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Siempre ha sido difícil definir hasta qué punto podemos intervenir en nuestro cuerpo para modificar -detener, acelerar- alguno de sus procesos. Como en casi todo hay posiciones contradictorias. Algunos grupos feministas sostienen que las mujeres son sus dueñas, y pueden decidir sobre él y sus embarazos. Los Testigos de Jehová, por su parte, se niegan a transfusiones sanguíneas porque no las consideran aceptables de acuerdo a su religión.



Algo semejante está ocurriendo con las vacunas contra el Covid-19. Hay quienes se niegan a meterse químicos desconocidos -sin atender a la responsabilidad de cuidar la propia salud para evitar afectar a los demás con un contagio-, y a otros ya les urge inocularse para regresar a la vida loca de hace un año.

Pero hay una nueva variante: la demonización que están sufriendo algunas vacunas, porque sus linajes celulares provienen de fetos abortados del siglo pasado. Aunque el Vaticano, a través de su Congregación para la Doctrina de la Fe, considera que esas herramientas son moralmente aceptables, no falta quienes ven en esta declaración una nueva herejía papal.

Es cierto que cualquier vacunación debería ser voluntaria, tan opcional como el que yo me cure una gripa con antivirales y antiinflamatorios, o con tequila -mucho- y tés acompañados de miel y limón -poco-. Pero aquí estamos no ante la sola posibilidad de que yo me enferme y muera, sino de que contagie a los demás y también fallezcan.

Instrumentos

Las vacunas ni son diabólicas ni angélicas. Son instrumentos humanos que, en el pasado, nos han protegido de la poliomielitis, la viruela y el sarampión, hoy lo harán del coronavirus. Quizá nos arrojen efectos colaterales. Pero será el costo que deberemos pagar para superar este flagelo.

Pro-vocación. Parece que las vacunas más accesibles, acá en México, serán las Sputniks V rusas. Quisiera creer que es broma, pero he escuchado de personas -según yo ilustradas- no sólo naturales críticas sobre la calidad del medicamento, sino sobre algunos posibles efectos del mismo, como alteraciones en nuestra personalidad. Sólo falta creer que tal inoculación, además de convertirnos en marxistas-leninistas-estalinistas -si es que queda alguno en la Rusia de Putin-, nos permitirá hablar en ruso. ¿Imagínese? ¡Leer a Dostoyevski en el original!