Ya hace cierto tiempo que en este blog reconocí que hacía mucho que Eurovisión no formaba parte de mis intereses personales, aunque tengo que reconocer que me encanta el mundo de memes y de bromas que surgen en torno a este concurso. Esta es siempre mi motivación principal para echar un vistazo a los comentarios en las redes sociales al día siguiente. Gracias a la creatividad de tantos he podido caer en la cuenta de la cara enfermiza que tenía el representante de Italia, demasiado parecido a ese limón con moho que te mira desde la nevera cuando la abres, o las graves consecuencias físicas que puede tener pedir demasiado “espresso macchiato”, como ponía en evidencia el cantante de Estonia.
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Mi nivel de desconexión es tal que solo a toro pasado he leído la letra de la canción que nos ha representado y cómo defendía que ser diva no está reñido con la sencillez y que no requiere pisar a nadie para brillar. Con todo, una vez más, lo más evidente es siempre el papel, cada vez más explícito y notorio, que juega la política en Eurovisión. Es difícil interpretar los resultados del concurso sin tener en cuenta la situación internacional, la polarización de posturas y el modo en que se puede utilizar cualquier realidad como arma política o para blanquear, a golpe de silencio impuesto y buenismo, comportamientos de gobiernos que deben ser cuestionados. Así, un evento que nació con vocación de estrechar lazos entre países, no parece que esté resultando una mediación para ello.
Lo que le sucede a Eurovisión es, en realidad, un claro reflejo de lo que puede pasarle a cualquier institución, incluidas las eclesiales. Como sucede en este evento, los anhelos de fraternidad también pueden confundirse con mantener la apariencia y que dé la sensación de que todo está bien y de que aquí no pasa nada. Si no estamos atentos, podemos acallar cualquier voz que cuestione la realidad, imponer silencios ante el más mínimo intento de autocrítica, tachar de negatividad o de traición toda palabra disonante o confundir la armonía con mirar a otro lado, convenciéndonos de que los problemas no existen si no se ven.
Iluminar oscuridades
Con frecuencia se nos olvida que dejarnos cuestionar nos permite tanto crecer como acoger esa verdad que nos hace libres (cf. Jn 8,32) y que somos seguidores de Quien no tuvo reparo en pedir que, se había hablado mal, le dijeran en qué (cf. Jn 18,23). No en vano “diva” procede del término “divino”… quizá seguir al Señor tenga algo de ser valiente al mirar la realidad y dejarnos confrontar por ella, de ser poderosos como para abrazar nuestra fragilidad sin esconderla ni negarla y de no necesitar acallar a nadie porque entendamos que no se trata de brillar sino de iluminar oscuridades propias y ajenas… aunque muchos no quieran votarnos por ello.