Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Eurodrama


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Reconozco que hace años que perdí el interés por Eurovisión. Debió ser en esa época en la que me solían gustar las canciones de Irlanda o Israel, con sus toques folclóricos que entonces eran tan típicos. El caso es que hacía mucho que no veía nada de este concurso hasta el pasado sábado. No sé en qué momento dejó de convertirse en una cuestión musical para pasar a ser un despliegue de shows escénicos, vestuarios excéntricos y tópicos varios. Lo poco que vi me dio para preocuparme por lo que podría pasar si la cantante francesa se hubiera precipitado desde esa pseudo-torre Eiffel en la que le encaramaron, para preguntarme por qué el grupo de República Checa me recordaba tanto a un anuncio de compresas, a rememorar las películas de samuráis con mezcla de aquelarres con la actuación de Moldavia o a cuestionarme desde cuándo Australia forma parte de Europa.



La geopolítica de Eurovisión

Lo que sigue siendo igual en este concurso, pasen los años que pasen, es la dimensión política que tienen las votaciones. Es un clásico que los vecinos se voten entre sí, independientemente de la canción que les represente. De ahí que, cuantos más países fronterizos tengas, más posibilidades tienes de acumular puntuación. Da la sensación de que los vínculos fraternos entre naciones se afianzan a golpe de puntos intercambiables en Eurovisión y que este concurso adquiere cierto carácter de estrategia geopolítica, lo cual no deja de ser interesante. En una situación política y social en la que ganan terreno las identidades enfrentadas y los nacionalismos excluyentes, cuando no es fácil la unidad en torno a un bien común que incorpore a todos, cuando la paz está amenazada… se hace necesario todo esfuerzo por establecer vínculos y reforzar alianzas.

Eurovisión Blanca Paloma

En el fondo, es algo parecido a lo que sugería Jesús cuando invitaba a “haceos amigos con el dinero injusto” (Lc 16,9). No está mal construir puentes que nos acerquen unos a otros a costa de otras realidades menos relevantes, sea “dinero injusto” o esos codiciados puntos de Eurovisión. Ya sé que quizá no debería ser así y que, en teoría, en un concurso de esta índole lo importante debería ser el arte en sí, sin intromisiones políticas, pero, ya que de hecho es así, mejor quedarnos con lo positivo. Eso sí, vayamos aceptando que las limitadas fronteras de España convierten en una quimera que algún día podamos ser los primeros. Mientras tanto, disfrutemos, al menos, del espectáculo.