Héctor Sampieri Rubach, director del Pontificio Instituto Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y la Familia en México
Director del Pontificio Instituto Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y la Familia en México

Un espacio para acompañar


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Las personas del Siglo XXI experimentan cierto recelo al hecho de ser conducidas; expresan regularmente sus dudas respecto los caminos “prefabricados” o “definidos por otros”. Habita en ellas la necesidad de experimentarse “auténticas”; anhelan ser, en lugar de encaminadas, acompañadas a descubrir la respuesta personal que les permitirá encarar mejor, y de manera más profunda, los desafíos y retos que representa su misma existencia: ¡frente a sí mismas y ante quienes les rodean!



No me había dado cuenta. Probablemente, no había pensado lo suficiente sobre ello pues estaba distraído en labrarme un rumbo, en encontrar algún lugar definido a pesar de la vaguedad en la que yo mismo me experimentaba.

Tenía claro que yo quería ir, pero no sabía muy bien a dónde. Deseaba “alcanzar” pero no tenía claro qué era aquello que pretendía. Y, si lo pienso un momento con mayor atención, debo decir que tampoco sabía cuál era el motivo que me impulsaba a dirigirme a determinado lugar o momento, o a pretender alcanzar aquello indeterminado que residía en mi mente. Creo que me dijeron, o a lo mejor así lo asumí, que todos debíamos ir hacia algún punto en la vida.

Lo tomé como mío y no lo pensé a detalle. Había que moverse, pero sin saber cómo, por qué, para qué, hacia dónde y, esto es importante, durante cuánto tiempo. Así que me moví con cierta expectativa. Hoy que lo recuerdo, esa experiencia me suena a algo parecido a lo que dice aquella canción de Andrés Calamaro: “algún lugar encontraré”. Pero lo cierto es que, después de andar sin rumbo y sin mucha idea: ¡no lo encontré! y entonces, me detuve. En seco, como dicen en mi tierra. Ahí, en la vida misma me quedé parado, me percaté de una especie de claridad importante que ahora recuerdo con emoción y agradecimiento. Algo no estaba bien: ¡yo no estaba bien! Me sentía cansado, mucho moverme sin saber a dónde, mucho pretender y poco hacer. Mucho querer y nada tener. Así que, por la recomendación de algunos buenos amigos me atreví a pedir ayuda.

Entiendo hoy que esto no ha sido necesariamente una experiencia lamentable o una tragedia. Al contrario, he aprendido gracias al proceso de Coaching que he concluido recientemente, que de esta experiencia he podido obtener algunas certezas sobre mí mismo y sobre lo que deseo y pretendo para mi vida. Hoy camino con bríos renovados, con posibilidades; gracias al acompañamiento que he recibido, he podido clarificar mis expectativas y he logrado profundizar en mi sentido de vida. No soy el hombre más feliz del mundo, tengo problemas cotidianos como cualquiera, pero por primera vez me experimento con la posibilidad de alcanzar aquello que pretendo porque, por primera vez en mi vida, he podido tener claro el rumbo entorno a lo que sí quiero y lo que no. Y ahora estoy moviéndome hacia lo que considero importante. Y espero que más personas puedan encontrar, como fue en mi caso, alternativas y opciones desde el acompañamiento personal.

He querido con esta aportación, de uno de mis clientes de acompañamiento personal quien me ha brindado autorización para difundir este testimonio, mostrar la necesidad urgente que se vive en esta época por caminar, como servicio concreto y definido método por alguna herramienta concreta, al lado de las personas mientras ellas configuran la reflexión a la luz de sus valores y estimaciones de la realidad.

Desarrollar lo mejor que Dios ha sembrado en la propia vida

Acompañar desde el coaching, por ejemplo, es facilitar, a veces como espejo o reflejo, una serie de preguntas articuladas para “desvelar” lo que ocurre en la persona -emociones, pensamientos, sentimientos, creencias— y sintonizar dicha experiencia, con los valores y aspiraciones personales que le permiten al sujeto del proceso de acompañamiento emprender la ruta personal de mejora que lo llevan de lo que es a lo que puede ser.

Las diversas metodologías del Acompañamiento Personal, que buscaremos explicar y proponer en este espacio como herramientas al servicio del cuidado y acompañamiento pastoral, en nuestra configuración de experiencia de la fe, podrían ser de cometido directo en inmediato cumplimiento de una aspiración metodológica expresada por Su Santidad Francisco en La alegría del Evangelio, quien de manera explícita nos indica lo siguiente:

Más que nunca necesitamos de hombres y mujeres que, desde su experiencia de acompañamiento, conozcan los procesos donde campea la prudencia, la capacidad de comprensión, el arte de esperar, la docilidad al Espíritu, para cuidar entre todos a las ovejas que se nos confían de los lobos que intentan disgregar el rebaño. Necesitamos ejercitarnos en el arte de escuchar, que es más que oír. Lo primero, en la comunicación con el otro, es la capacidad del corazón que hace posible la proximidad, sin la cual no existe un verdadero encuentro espiritual. La escucha nos ayuda a encontrar el gesto y la palabra oportuna que nos desinstala de la tranquila condición de espectadores. Sólo a partir de esta escucha respetuosa y compasiva se pueden encontrar los caminos de un genuino crecimiento, despertar el deseo del ideal cristiano, las ansias de responder plenamente al amor de Dios y el anhelo de desarrollar lo mejor que Dios ha sembrado en la propia vida.

Nos encontraremos aquí, de manera quincenal, en este espacio de Vida Nueva para profundizar en la aspiración propuesta por el papa Francisco; desde esta inicial directriz es deseo de este espacio aportar herramientas, tips y sugerencias, para que pueda el lector interesado profundizar en sus habilidades de acompañamiento y escucha y disponer estas competencias personales al servicio del apostolado que realiza en su vida cristiana.

¡Hasta pronto y hasta siempre!

@HazyAprende