José Luis Pinilla
Horizontes abiertos y Presidente de CONFER-ALCALA. Grupos Loyola

Un abrazo contra el mar


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(La historia de Abdou y Luna, un símbolo de humanidad)

En el borde del mundo, donde el mar besa la tierra con furia y esperanza, se cruzan destinos como olas que chocan y se mezclan en un abrazo efímero. Fue en mayo de 2021 cuando Abdou Ngom, un joven senegalés de mirada profunda y pasos cansados, consiguió llegar nadando a Ceuta. Tras muchos minutos de lucha contra el agua, con el corazón a punto de estallar, puso por fin un pie en tierra firme y, sin poder más, se lanzó al abrazo de Luna, una voluntaria de la Cruz Roja.



Esa imagen –la foto de un instante– se convirtió en símbolo de la crisis migratoria, en un grito silenciado pero elocuente sobre el drama de quienes cruzan fronteras huyendo del hambre, la guerra, la desesperanza.

Aunque el abrazo también despertó sombras. Luna tuvo que cerrar sus redes sociales ante la ola de críticas y odio, por abrazarle. Su gesto fue visto como debilidad, y no como el acto heroico que fue: un salvavidas lanzado en medio de la tormenta. Un recordatorio cruel de nos enfrentamos a muros invisibles más firmes que cualquier frontera física

Abdou fue devuelto a Marruecos, como tantos otros. Ocho años de lucha en tierra ajena, de trabajos precarios, de noches sin esperanza. Y un anhelo infinito: que su hija tuviera todo lo que él no pudo darle. Trabajaba de albañil, recogía lo que el día le traía, pero jamás perdió la fe en el regreso, en cruzar el mar para construir algo distinto.

Y en noviembre de 2024, Abdou lo logró de nuevo. Esta vez no nadando, sino en la patera que surcó la noche y el viento hasta Lanzarote. De allí a Barcelona y luego a Málaga, donde su amigo Mbaye le recogió, y le sostuvo en la tierra prometida.

Abrazo en la frontera de Ceuta y Marruecos

El mar era recuerdo amargo para Abdou. “Veo el mar como un cementerio”, decía, con la voz cargada de memoria y dolor. En cada ola se esconde historias de vida y muerte, en cada marea, un lamento sin nombre.

Esta es la historia de miles invisibles, de los que atraviesan fronteras sin papeles, sin garantías, con miedo y esperanza en la mochila. Y es también la historia de quienes se quedan, los que lloran en silencio y luchan para que la memoria de sus seres queridos no se apague.

Ahora, Abdou ha muerto. No en el mar, sino en tierra firme, en ese suelo que tanto le costó pisar. Su cuerpo no ha regresado aún a Senegal, a la tierra que lo vio nacer y que espera con los brazos vacíos. Los amigos de Abdou alzan la voz, un clamor que atraviesa muros y distancia: “No dejaremos que se pierda en el olvido”. Que Abdou vuelva a casa, que su hija pueda despedirlo, que su memoria no se hunda en el mar de la indiferencia, que no sea un número más, un expediente cerrado, a una estadística sin rostro.

En esa reclamación, profunda y urgente, hay una profecía, un pacto con el futuro: Que ningún Abdou más muera sin nombre ni retorno.

Que el mar, aunque cruel, pueda también ser camino de esperanza, puente entre vidas, y no frontera que separa y condena.

Memoria viva

La dignidad humana no conoce fronteras, y el abrazo de una voluntaria es la promesa viva de un mundo donde todos podamos volver a casa, donde el regreso no sea un privilegio sino un derecho, donde el final de la vida no sea el olvido, sino la memoria viva y el recuerdo compartido. Que cuando el cuerpo de Abdou regrese a Senegal, su hija pueda tocar la caja y decir: “Papá cruzó el mar. Y esta vez, volvió”.

Porque en cada muerte no reconocida hay una historia que debe ser contada, en cada exilio hay un grito que no puede callarse, en cada abrazo hay una promesa de humanidad que nunca debe perderse. Que sea un canto profético que nos recuerde que, al final, todos somos frágiles barcas surcando el mismo océano.

Porque ese abrazo nos recuerda que la frontera más difícil de cruzar no está en el mar, ni en los muros, sino en el corazón de quienes juzgan sin mirar. Y que la verdadera travesía no es solo la de llegar a la tierra prometida, sino la abrazar y ser abrazados.

Un hermano

Me lo recordó el arzobispo Santiago Agrelo: Donde todos ven un emigrante nosotros vemos un hermano.

Que la manta roja y el abrazo se conviertan en estandarte de justicia y compasión, en banderas que no se dobleguen ante la indiferencia ni la crueldad. Que se repartan, como profecía envuelta en compasión… ¡como evangelio!

Porque mientras haya un abrazo, habrá esperanza.