Ucrania: si quieres paz, trabaja por la paz


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Las guerras están reñidas con el espíritu crítico y los matices. Apenas estallan, se exige una toma de posición y cualquier discrepancia se interpreta como traición. Ahora estamos en esa coyuntura. La verdad, la libertad, el debate, la pluralidad se desploman apenas comienzan las armas a sembrar la destrucción y el caos.



En el caso de Ucrania, casi todos los medios suscriben un discurso único, simplista y beligerante. Se utilizan imágenes de civiles heridos o muertos para provocar reacciones emocionales, olvidando que hay otras guerras y otras víctimas a las que no se presta tanta atención. Nos hemos acostumbrado al sufrimiento de los sirios, los saharauis, los palestinos, los yemeníes, los sudaneses y otros pueblos. Quizás porque ya no aparecen en las portadas y se considera inapropiado sacarlos a relucir en la hora actual.

Supuestamente, la crisis de Ucrania solo admite una interpretación: Putin es el nuevo Hitler y actúa movido por un delirio imperialista. Se dijo algo parecido de Saddam Hussein y sus inexistentes armas de destrucción masiva. Se ocultó entonces que el motivo de la guerra contra Irak no era acabar con un tirano –en la región hay muchos–, sino controlar el mercado del petróleo, evitando que el precio del barril se desplomara y el euro pudiera utilizarse como moneda de cambio en vez de los dólares.

El marxismo se equivocó en muchas cosas, pero no en señalar que los hechos históricos están fuertemente condicionados por la economía. Estaba en juego el porvenir de Oriente Medio, una de las zonas más importantes del planeta, y Estados Unidos no quiso que el control de la región se le escapara de las manos. Con las guerras posteriores en Afganistán, Libia y Siria completó una estrategia consistente en convertir en estados fallidos a los países que no se pliegan a sus directrices. La Rusia de Putin aprovechó la ocasión para entrar en la zona y asegurar el dominio del puerto de Tartus, la única salida de su Armada al Mediterráneo.

Guerra en Ucrania

La Guerra Fría no terminó

Nos dijeron que la Guerra Fría había terminado, pero lo cierto es que Estados Unidos, Rusia y China siguen disputándose áreas de influencia. La época de los imperios no es cosa del pasado, pero en el presente los conflictos se maquillan con retórica, invocando el derecho internacional o pisoteándolo, según las circunstancias. Sobre el papel, los países disfrutan de soberanía, pero en realidad viven tutelados por las potencias que han penetrado –económica o militarmente– en su entorno.

En 2003, Estados Unidos atacó e invadió Irak. Según Kofi Annan, secretario general de Naciones Unidas entre 1997 y 2006, la guerra fue ilegal, pues, a diferencia de 1990 en Kuwait, no se había producido una agresión territorial contra un país soberano. En 1999, la OTAN ya había bombardeado Yugoslavia sin la autorización de la ONU. Se dijo que la intención era frenar la limpieza étnica perpetrada por los serbios, pero el objetivo era construir una base militar en Kosovo, Camp Bondsteel, la más grande del mundo con catorce kilómetros de perímetro y cuya misión es proteger el petróleo del Mar Caspio.

Camp Bondsteel también se utiliza como campo de detención ilegal alternativo a Guantánamo. Rusia actúa con la misma indiferencia hacia la legalidad internacional. Desde la desintegración de la Unión Soviética ha enviado sus tanques a Georgia, Crimea y Ucrania. También ha prestado apoyo a los separatistas de la región moldava de Transnistria y ha respaldado indistintamente el secesionismo catalán y a líderes populistas como Bolsonaro, Le Pen y Maduro. No es un secreto que Putin y Trump mantenían una relación muy cordial. De hecho, Trump alabó la invasión de Ucrania, proponiendo que Estados Unidos hiciera lo mismo con México.

Una pieza en el tablero mundial

Ucrania es una pieza en el tablero mundial donde se juega el reparto de poder para las próximas décadas. La guerra ha estallado por la negativa de la OTAN a aceptar su neutralidad. Se ha sacrificado al pueblo ucraniano por un cálculo geoestratégico. En los 90, la OTAN se comprometió a no expandirse hacia el Este de Europa, pero cualquiera que contraste el mapa de entonces y el actual apreciará que cada vez está más cerca de las fronteras de Rusia, con bases militares en Polonia, Rumanía, Hungría y otros países de la órbita soviética.

Desde el Euromaidán o Revolución de la Dignidad en 2013, Estados Unidos no ha dejado de inyectar dinero en Ucrania, alentando los movimientos europeístas. Victoria Nuland, actual subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos en el equipo de Antony Blinken, se paseó por el Maidán, exteriorizando su apoyo a los manifestantes. Nuland es una de las representantes de la línea más dura de la política exterior estadounidense. Su visión política coincide con la de Robert Kagan, su marido y antiguo asesor de George Bush.

Ensayista neoconservador, Kagan publicó en 2017 un artículo en ‘Foreign Policy’ afirmando que Rusia y China se habían convertido en amenazas tan peligrosas como la Alemania nazi y el Japón imperial y que existía un riesgo creciente de una Tercera Guerra Mundial. ¿Estaba preparando a la opinión pública para la eventualidad de una guerra?

Una línea roja

Estados Unidos sabía que la integración de Ucrania en la OTAN era una línea roja. Sin fronteras naturales, la llanura ucraniana ha sido el espacio por el que se ha invadido Rusia en dos ocasiones. Cuando Ucrania pidió a mediados de 2021 un “calendario claro” de ingreso en la OTAN, saltaron las alarmas en el Kremlin. Rusia pidió el compromiso de que Ucrania no se integraría en la organización militar liderada por Estados Unidos, pero se le respondió que solo se negociaría dónde se emplazarían las bases y los contingentes militares.

Estados Unidos nunca ha consentido la presencia militar de la Unión Soviética en países cercanos a su territorio. No está de más recordar la crisis de los misiles a principios de los sesenta. Después del fracaso de Bahía de Cochinos, Estados Unidos puso en marcha la Operación Mangosta, un plan secreto de invasión militar de Cuba que se justificaría mediante una operación de falsa bandera al estilo del USS Maine, hundiendo un navío en la Base Naval de Guantánamo o en las aguas jurisdiccionales de Cuba.

Los servicios de Inteligencia de la Unión Soviética detectaron el plan y se lo notificaron a Fidel Castro. Nikita Jrushchov propuso la instalación de misiles soviéticos en suelo cubano para frustrar una invasión. El resto es historia. Nunca el mundo estuvo tan cerca de una conflagración nuclear. No es un hecho aislado. En 1983, Estados Unidos invadió Granada como respuesta al golpe de Estado perpetrado por Hudson Austin, que pretendía establecer una alianza militar cubano-soviética. La construcción de un gigantesco aeropuerto internacional se interpretó como una iniciativa orientada a la militarización del país.

El aviso de Margaret Thatcher

Margaret Thatcher no ocultó su desagrado, advirtiendo a Ronald Reagan, por entonces presidente de Estados Unidos, que esa acción sería vista “como una intervención por un país occidental en los asuntos internos de una pequeña nación independiente, por mucho que nos desagrade su régimen”. Argumentos similares a los que hoy se utilizan para condenar la invasión rusa de Ucrania.

Después de Granada, Estados Unidos invadió Panamá en 1989 para derrocar a Noriega, un dictador que había trabajado para la CIA y que mantenía estrechos vínculos con el narcotráfico. Se dijo una vez más que el objetivo era acabar con un dictador brutal, pero en realidad se perseguía garantizar el control del canal interoceánico y castigar a Noriega por su negativa a intervenir contra el gobierno sandinista de Nicaragua. La Asamblea General de las Naciones Unidas condenó la intervención como una flagrante violación del derecho internacional, lo cual no preocupó a Estados Unidos.

A Estados Unidos no le tembló la mano a la hora de arrojar dos bombas nucleares, bombardear Yugoslavia (5.000 civiles muertos) o el Chorrillo, un popular barrio panameño, donde perdieron la vida 600 personas de clase humilde. Entre las víctimas, hay que incluir al fotógrafo español Juantxu Rodríguez, asesinado a sangre fría.

Como un imperio

A Putin tampoco le tiembla la mano. Ha encarcelado, torturado y envenenado opositores y periodistas. Redujo a ruinas Grozni y Alepo y no descarta una guerra en suelo europeo. A las grandes potencias (China, Rusia, Estados Unidos) no les quita el sueño violar los derechos humanos. Es cierto que no se trata de regímenes simétricos, pues Estados Unidos es una democracia, pero lo cierto es que actúa como la Atenas de Pericles. Su política exterior es la de un imperio, no la de un país democrático.

Rusia ya ha declarado sus intenciones para acordar un alto el fuego: la cesión de Crimea y el reconocimiento de la independencia de Donetsk y Lugansk. Me cuesta trabajo creer que renuncie a controlar la costa del Mar Negro, comunicando esas dos regiones. Pienso que la finlandización de Ucrania no es una mala opción. A cambio de garantizar su neutralidad, Rusia debería aceptar que Ucrania estableciera vínculos con la UE.

A estas alturas, no es fácil predecir el futuro. La invasión ha exacerbado la conciencia nacional de Ucrania, el país podría quedar dividido, Kiev podría convertirse en una nueva Sarajevo o generalizarse una situación de guerra similar a la que padeció Chechenia. Eso sin contar que Rusia ataque Polonia si esta envía desde su territorio aviones de la OTAN a Ucrania. ¿Se convertirá Europa en el escenario de una guerra entre Rusia y Estados Unidos? ¿Nos encontramos en un nuevo frente atlántico, similar al de la Segunda Guerra Mundial? ¿Se abrirá otro frente en el Pacífico a propósito de Taiwán?

Un momento muy peligroso

Vivimos un momento histórico enormemente peligroso. Quizás sea un poco ingenuo, pero detrás de esas tensiones se esconde un fracaso colectivo de la humanidad. La ambición de poder y riquezas es la fuerza motriz de la historia. Las potencias luchan por la hegemonía, sin pensar en el sufrimiento de los pueblos. Esta situación no acabará hasta que la cultura de la paz reemplace a la cultura de la guerra.

Parece un planteamiento infantil, pero quizás es más infantil sostener una visión del mundo y las relaciones internacionales que entraña el riesgo de una destrucción planetaria. En medido de esta desolación, la esperanza emerge en la figura de Yelena Osipova, una superviviente del sitio de Leningrado que ha protestado en Moscú contra la guerra en Ucrania y las armas nucleares. Detenida por los antidisturbios, la figura diminuta de esta anciana es un signo de coraje, generosidad y grandeza. Mientras haya personas con su valentía y dignidad podremos alentar la expectativa de un mundo mejor.