José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

Sínodo, camino en común… también con los migrantes


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El camino sinodal, camino de esperanza, debe encontrar en los hermanos migrantes compañeros imprescindibles. Es bueno recordar al respecto que ya en el vademécum dado a conocer hace un mes se pide que, a la hora de organizar los grupos sinodales, se tenga especialmente en cuenta a aquellos a quienes les puede resultar más difícil participar. Entre ellos habla de los migrantes.



Tanto el documento preparatorio como el vademécum están muy enfocados en la fase diocesana (octubre 2021-abril 2022) del proceso sinodal, muy dominado por una pregunta fundamental para esta fase: “En una Iglesia sinodal, que anuncia el Evangelio, todos ‘caminan juntos'”.

Esta referencia me trae miles de imágenes de migrantes que, paso a paso, verso a verso, caminan juntos, casi diríamos que lo hacen por todos los caminos posibles “por tierra, mar y aire”. Lo que nos debiera llevar a incluirlos no son solo los grandes y solemnes principios de la integración (civil y religiosa), sino la experiencia concreta de los cristianos en la vida ordinaria y cotidiana (con creyentes y nos creyentes, con católicos y miembros de otras religiones).

Escuchar al Espíritu

Teniéndolos cerca, marcando el paso con el nuestro sería más difícil evitar la imprescindible pregunta –si no queremos hacer un camino con pisadas inútiles- de cómo está siendo la construcción de la Iglesia sinodal y comprobar,, con humildad y con verdad, cual es nuestra “comunión, participación y misión” que es precisamente el título de la próxima Asamblea general del Sínodo de los Obispos, prevista para octubre de 2023.

Es muy apropiado, asimismo, comprobar que el documento preparatorio, explica que uno sus fines es “examinar cómo se viven en la Iglesia la responsabilidad y el poder“. Y con ello seguiremos preguntándonos si con nuestros hermanos migrantes estamos siendo fieles a las practicas evangélicas o seguimos percibiéndolos solo como “objetos de nuestra caridad” o sujetos lejanos, lejanísimos, en la construcción de la Iglesia o en el ejercicio y en la practica del poder democrático.

Krajewski

Es clave, a mi entender, aprovechar, en el ámbito del que os hablo, y escuchar con humildad la voz del Espíritu y comprobar por ejemplo si la compañía de pobreza, de la esperanza y de la rica diversidad que representa la realidad migratoria (hombres y mujeres de carne y hueso) nos ayuda – ¡y aceptamos!- a “regenerar las relaciones entre los miembros de las comunidades cristianas”, para hacer de la comunidad cristiana un “sujeto creíble y socio fiable en caminos de diálogo social, sanación, reconciliación, inclusión y participación, reconstrucción de la democracia, promoción de la fraternidad y de la amistad social”, según se describe una de las finalidades del itinerario sinodal.

Estamos ante una advertencia seria sobre nuestra fidelidad evangélica y eclesial para discernir si nos abrimos a un proceso eclesial inclusivo que incluya la participación de los que “por diversas razones se encuentran en situaciones marginales”.

Huir de formalismos

Es cierto que los documentos y las indicaciones para la construcción del proceso nos hablan de la invitación a estos colectivos. Pero quizás se podría ir más allá y no solo invitarlos a participar sino , en mi modesta opinión , considerarlos referencia para el camino común iniciado en las distintas fases hasta la celebración sinodal. Porque la acción apostólica realiza la voluntad de Dios “creando comunidad, derribando muros y promoviendo el encuentro”.

Si los grupos sinodales incorporan en serio a los migrantes – y a los que no lo son por supuesto-, huyendo del puro formalismo para cumplir el expediente, será una ocasión más -muy rica en este caso- para podernos mirar cara a cara con los otros, y dejar que su historia y su esperanza –en este caso la de los migrantes- nos toque. Podremos comprender y experimentar cómo las migraciones, vividas de cerca, rompen estereotipos y los hombres y mujeres migrantes nos enseñan a sembrar también el alma para comprender que no solo es importante ser de algún lugar sino de toda la tierra. Y no solo del “orbe católico”.

Para que en el camino sinodal y en todos los caminos vitales el verbo extrañar no sea el apellido de los otros sino que se asuma en justicia y en verdad el apellido identificador, para todos, del acercar (“Mirad como se aman”). Abrazando en esa cercanía a tantos silencios que lo migrantes asumen por imposiciones extrañas, para que la solidaridad y el amor nos hagan percibir sus sonidos, anudando grietas, tantas grietas y simas marinas necesitadas de puentes. Y así, juntos, ir retomando el camino inicial que Dios soñó en el paso a paso de los primeros tiempos. Y el Sínodo nos los podrá recordar para no perder –precisamente– el paso a paso y las huellas de tantos que caminan hacia un nosotros cada vez más grande