José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

Siemprevivas


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Los romanos la conocen por el sobrenombre de la barba de Júpiter. Antes los griegos la ahijaban del Dios Zeus. Y los antiguos celtas creían que era un fruto de Thor, su dios supremo. Hablamos de la planta llamada “siempreviva”. Su finalidad –por eso muchas veces se colocan en los tejados– es proteger a las personas del fuego, los rayos y los espíritus.



Yo tengo una en mi habitación. Colocada al lado de la oración por los migrantes. Como ellos, la planta vive en terrenos ásperos, entre piedras y fuegos, sobrevive a tempestades o sequías –metáforas de muchos contextos migratorios– y, ofreciendo muchos beneficios para la salud, busca siempre –como diría el poeta– el aire, el humus, la savia, el sol, de la ternura.

Es originaria de las islas Canarias. Y por este último sentido de pertenencia viene a este blog acogedor al haberme emocionado con un vivo relato escuchando en la noche , actualizado tras unos meses (septiembre de 2020), de boca de un excelente amigo periodista canario, Nico Castellano, quien trata muchas veces sobre temas migratorios. Los conoce de cerca y, por eso, es más fiable.

21 años de tragedias, y los cementerios de estas islas españolas han seguido recibiendo en 2020 difuntos anónimos, cuyas familias se ven arrastradas a un duelo imposible. Ese duelo familiar que hace pocos días me reconocían de nuevo –esta vez por medio de un misionero en Zimbabue– es totalmente desconocido para nuestra familias, y nuestra gentes. Un dolor añadido a los naufragios del que seguimos sin darnos cuenta. ¿A quién le importa eso?

15 nichos sin nombre

Y canaria es la mujer que semanalmente lleva siemprevivas al cementerio de Agüimes, donde están sepultados en 15 nichos otros tantos migrantes sin nombre recogidos de unos de tantos naufragios en las sufridas costas canarias. Migrantes sin nombre. Nichos sin nombre. Sin fecha. Sin número. Pero no les faltan flores. Esa mujer –sin nombre publicado, como si representara a todo un pueblo– cuando le preguntan por qué lo hace, contesta: “Lo hago con toda mi alma. Les rezo y les coloco las flores”.

Son víctimas de la frontera. Y, como remarca la señora canaria: “Es todavía mas doloroso no saber dónde están sus seres queridos y “cuánto se les arranca del alma a esas familias en sus noches pensando donde estarán sus hijos, esposos, familiares, si vivos o muertos…”.

Estos quince son la punta de iceberg. Y por debajo de ese iceberg, en el fondo del mar –sin submarinos que rastreen su huellas– hay muchos más muertos en el mar de los que se sabe poco o nada. Estamos ante movimientos clandestinos (en muchos casos víctimas de trata) de seres humanos, en el que no existen manifiestos de embarque. Como mucho, hay listas de llegadas, las que recopilan la policía española y Cruz Roja, no siempre accesibles a los familiares. Que según recogían los medios peregrinan (ayudados por ejemplares canarios, Antonio, Loli, Suso…) de ventanilla en ventanilla por Gran Canaria preguntando por un hijo o un hermano.

Víctimas de la frontera. A quien una mujer les lleva flores desde el primer día que vio como los enterraban y tras orar con el sacerdote del pueblo que los enterró hace meses como expresión de una comunidad que no quiere nunca olvidar a sus hijos.

Ella es hija de una cubana de padres canarios que emigraron al Caribe el mismo día de su boda. Y ahora su hijo es emigrante en Inglaterra. “Migrante es mi hijo”, que tiene la suerte de estar bien colocado y trabajando en la Europa del Brexit. Su recuerdo le hace más viva su solidaridad y su dolor. Por eso no entiende el trato a los emigrantes a los que salen en los medios y los miles y miles que ya enriquecen nuestras sociedades. Y, desde la sencillez de quien sabe a pie de tierra lo que es la vida, formula aquello a lo que apuntan definitoriamente estas situaciones. Ella dice que los tratamos así porque son pobres. Los sabios le llaman aporofobia. Me quedo con la primera acepción. Porque esta bendita mujer supone y se pregunta que es quizás el llamado Estado de bienestar el que ha endurecido los corazones de los ricos.

Como su nombre indica, la “siempreviva” es una planta crasa con una increíble resistencia a casi cualquier escenario por hostil que sea. No se confundió al escoger las flores. Hizo lo apropiado. Para recordar –tú , yo, este y aquel, nosotros en suma– que es imprescindible que en nuestra memoria, las víctimas como estas, estén siempre vivas. Ahora sí separando la palabra.