Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Ser en la diversidad


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Ser mujer y hombre en el contexto actual es un arte muy difícil de manejar, ya que fácilmente podemos dañar a otros o salir dañados al relacionarnos. Existen tantas susceptibilidades, sensibilidades, memorias y heridas en cada uno que, al hablar, vamos pisando huevos y deteriorando la confianza y el tejido social.



Quiero empezar hablando de la diversidad en el mundo femenino. Partamos por la contingencia que acabamos de conmemorar. El 8M supone una instancia para recordar la lucha y el sufrimiento de muchas mujeres en décadas atrás; por lo mismo, debiera ser un día y un mes donde primara la verdadera sororidad.

Trincheras ideológicas

Ciertamente, hay gestos bonitos de reparación, gratuidad y reconocimiento al aporte femenino a la humanidad, pero también se da un entorno hostil, intolerante y dividido entre las mismas mujeres, que se agreden desde sus trincheras ideológicas extremas y no se pueden encontrar. El abanico de posturas es del tamaño de una galaxia y eso no está mal, pero sí debiera haber más empatía, comprensión, compasión y cuidado para orbitar todas con más paz y libertad.

Hay que tener en cuenta la diferencia generacional. Y es que no es menor el complejo abismo relacional y comunicacional que se da entre las mujeres dependiendo de su edad. Las generaciones nuevas, más empoderadas, no siempre toleran bien la transición y el despertar que estamos viviendo las mayores. Para nosotras, hay aspectos que legítimamente queremos conservar en nuestro ser mujer, porque nos parecen valiosos. El diálogo pende de un hilo y no siempre se fusionan bien la experiencia y la novedad. En este aspecto la escucha y el aprendizaje mutuo debiera ser la máxima para avanzar.

Paralizados

Por otra parte, los hombres contemplan esta diversidad femenina sin saber muchas veces qué hacer, qué decir, ni cómo ser ellos mismos en medio de tanta complejidad. Las conductas que conocían como adecuadas ya no les sirven como orientación y son muchos los que viven asustados de ser “funados” o malinterpretados en su relación habitual con el género opuesto.

Claramente, aquí estoy dejando fuera cualquier conducta abusiva, machista o diagonal, pero incluso lo que ellos ven como horizontalidad, respeto y cuidado, temen a que se les tome mal. A este dilema se le suma cómo adaptar su propio modo de ser masculino a la contingencia actual. No está nada fácil tampoco ser hombre en medio de tanta diversidad.

Algunas pistas que podrían ayudar

Lo más importante es que la diversidad es una riqueza y su complejidad no implica una complicación, sino una tensión para crear. Por lo mismo, el punto inicial es no creernos dueños de la verdad en un modo correcto de ser o de género y conocer las posturas e historias de los demás, para poder comprenderlas y valorar.

También ayudará el perdón fácil si es que nos herimos en la sensibilidad. Partir de la buena intención del otro y reconocer el iceberg que cada uno es al vincularse es vital. Cultivar la tolerancia y la empatía intergeneracional es otra pista que puede ayudar, pero para eso hay que generar encuentros reales, ojalá presenciales, donde mujeres y hombres de diferente edad puedan compartir sus vidas y visiones, sin querer ganar.

Jesús y la diversidad del ser

El Señor, al igual que el Padre, valora la variedad de seres como un requisito fundamental para la vida. Basta ver la creación y su inagotable biodiversidad. En su vida terrenal fue un promotor de la coexistencia de judíos y paganos, hombres y mujeres, niños y viudas, publicanos y pecadores, prostitutas y leprosos.

Jesús no vino a liberar ni a sanar solo a unos pocos, sino a todos, en especial a los más frágiles y marginados de la sociedad. Ojalá, siendo nosotros mismos, con paz, sabiéndonos amados en nuestra singularidad, podamos imitar su apertura y capacidad de amar a todos, sin extinguir lo distinto y al que no piensa igual.