Alberto Royo Mejía, promotor de la Fe del Dicasterio para las Causas de los Santos
Promotor de la fe en el Dicasterio para las Causas de los Santos

Enrique Shaw ¿rico empresario y santo?


Compartir

¿Puede un gran empresario vivir hasta la heroicidad la vida de las bienaventuranzas? En la teoría es fácil responder a la pregunta, pues todos estamos llamados a la santidad y todos tenemos los medios para poder alcanzarla. Sin embargo, la realidad nos muestra que las listas de candidatos a los altares no están muy llenas de grandes empresarios, quizás porque el estilo de vida al que invita el mundo empresarial haga que no sea fácil. Por eso, para recordarnos que sí que es posible, nos puede ayudar la luminosa historia de Enrique Shaw, rico empresario argentino que murió en 1963 y se encuentra ya cercano a los altares.



Fue declarado Venerable –y por tanto heroico en sus virtudes cristianas– el 24 de abril del 2021 por el papa Francisco, quien, en una entrevista con un periodista mexicano de Televisa, reveló: “Estoy llevando adelante la causa de beatificación de un rico empresario argentino, Enrique Shaw, que era rico, pero santo. Una persona puede tener dinero. Dios da dinero para que uno lo administre bien. Y este hombre lo administraba bien. No con paternalismo, sino haciendo crecer a los que necesitaban su ayuda”.

Enrique Ernesto Shaw nació en París, el 26 de febrero de 1921, en el seno de una familia argentina acomodada que se encontraba allí por negocios: su padre era propietario de un banco y su madre pertenecía a una familia de empresarios. Su tío materno, que era sacerdote salesiano misionero, lo bautizó en la capital francesa, este tío tuvo posteriormente una gran influencia en la vida de Enrique. En 1925 murió la madre y su marido cumplió su último deseo: tomarse en serio la educación cristiana de sus dos hijos, confiándola a los padres sacramentinos. A su regreso, fue alumno durante un tiempo de una escuela pública, hasta que, en 1929, a causa de la gran depresión económica mundial, su padre se traslada con Enrique y su hermano a Nueva York, donde estuvieron internos en un colegio de religiosas.

Rico empresario argentino. En proceso de beatificación      De vuelta en Buenos Aires, Enrique fue alumno de los Hermanos de las Escuelas Cristianas de Buenos Aires, y más tarde ingresó en la Escuela Naval, donde no tuvo ningún reparo en dar testimonio de su fe hasta el punto de convertirse, como oficial, en catequista de los marineros. En 1939 fue ascendido a Guarda marina entre los cinco mejores de su promoción, en 1941 fue nombrado Alférez de Fragata y en 1943 Alférez de Navío.

De estos años tenemos algunos testimonios muy significativos:

“No era un joven común: era un joven de excepción. Tenía una gran personalidad. Era difícil encontrar un joven tan cristalino, con un perfil tan lindo de la vida. Se destacaban su pureza espiritual, su moral, su bondad, su generosidad, su conducta con el prójimo, su religiosidad.”

Otro compañero militar explica:

“Enrique Shaw fue una gran persona, era fuera de serie. Nunca más he visto una persona como él. Tenía buen trato, un espíritu de ser amigo de todos. Convivimos en la Escuela Naval. Enseguida nos dimos cuenta de que era una persona diferente. Tenía cantidad de virtudes que nadie las lleva todas juntas.”

Enrique se casó con Cecilia Bunge –hija de un prestigioso arquitecto, estudiante de Bellas Artes y catequista en su parroquia– en 1943, en plena guerra mundial. Crearon una verdadera familia cristiana que se alegró con el nacimiento de 9 hijos, uno de los cuales llegaría a ser sacerdote. Habiendo entrado en guerra Argentina el 27 de marzo de 1945, Enrique es enviado por el ejército a estudiar Meteorología a la Universidad estatal de Chicago por dos años. Sin embargo, apenas concluida la guerra en agosto del mismo año, 1945, dejó el ejército para cambiar totalmente el rumbo de su vida.

Si hubiera esperado unos meses habría ascendido a un puesto todavía más prestigioso en el ejército, pero no quiso esperar. Poco antes de dar este paso, un sacerdote amigo le había convencido para que se comprometiera en un nuevo apostolado en su propia familia: el espíritu empresarial, por lo que aceptó el cargo de director de la empresa familiar de su esposa, en la que desde el primer momento quiso hacer de la doctrina social de la Iglesia una regla de vida. Comenzó en la sede de la empresa en Nueva York hasta que en octubre de 1946 volvió a Buenos Aires, donde ocupó el puesto de Asistente General de Planta en la fábrica de Cristalerías del tío de su esposa.

Rico empresario argentino. En proceso de beatificación

En el nuevo trabajo, sintió una fuerte llamada a evangelizar a los trabajadores, a lo que se dedicó de forma ejemplar. Durante este período, se hizo miembro de la Acción Católica, convirtiéndose en dirigente nacional hasta que fue elegido presidente de los Hombres de la Acción Católica Argentina en 1961. Junto a otros empresarios, se involucró como secretario, en la organización de la ayuda humanitaria para la Europa de posguerra que el Episcopado Argentino impulsó en 1946 en respuesta al llamamiento de Pío XII. A partir de esta experiencia, y con el impulso de Mons. Cardjin, fundó en 1952 la Asociación Cristiana de Empresarios (ACDE) y promovió en América Latina la UNIAPAC (movimiento mundial de empresarios cristianos).

Por lo que sabemos porque lo ha contado su propia familia, Enrique Shaw como esposo cuidó amorosamente a su esposa Cecilia; ambos participaron en los grupos Nazareth para la formación de la vida conyugal, y se dedicaron a enseñar pacientemente a sus hijos a seguir a Cristo, educándolos amorosamente en el ejercicio de la libertad, y poniendo a toda la familia bajo la protección de la Virgen María. Frente al individualismo posmoderno, procuró fomentar y fortalecer los lazos familiares, con el rezo del rosario en familia por las tardes y su presencia en casa para comer, dedicando el domingo completamente a la vida familiar y encontrando momentos de descanso en familia.

Los testimonios de sus 9 hijos en el proceso de canonización serían demasiado largos para citar, pero no quiero olvidar el de su mujer, Cecilia, recordando la labor de padre de Enrique:

“Él era un gran formador, que se ajustaba a la personalidad y necesidad de cada chico. Cuando yo tenía un bebé, tenía especial ternura para el penúltimo, previendo que se vería desubicado por el recién nacido al que yo me volcaba. Si veía una debilidad en alguno lo apoyaba especialmente y, cuando la familia empezó a ser grande, se los solía llevar a todos para dejarme descansar con el más pequeño.”

Rico empresario argentino. En proceso de beatificación

Poco a poco Enrique fue ascendiendo por mérito proprio en la empresa hasta llegar, en 1958, a ser nombrado Administrador Delegado, que era el cargo de mayor responsabilidad.  Dicha empresa había comenzado como un proyecto familiar, pero a lo largo de los años creció gracias a la llegada de nuevos accionistas y Enrique se preocupó porque no se perdiera el ambiente familiar. Muchos de sus trabajadores dieron testimonio de su labor humana y cristiana como dirigente de la empresa. Así, una secretaria:

“Fui durante diez años secretaria de Enrique Shaw. Era muy fácil llegar a él, por ser una persona sencilla, siempre dispuesta, y fundamentalmente respetuosa de la clase obrera; razón por la que muchos lo querían tanto y se le acercaban cuando necesitaban ayuda.”

Lo recuerdan como alguien que de verdad se interesaba por los trabajadores, muy diferente a otros directores que tuvo la misma empresa:

“Era amistoso. Era de conversar con la gente, cosa que jamás hizo otro director de su jerarquía. Tantos que pasaron en mis cincuenta años de trabajo, y uno no los recuerda para nada, ni su nombre ni su forma de ser. A Shaw, aunque lo traté poco, no lo olvidé.”

Son palabras muy significativas que reflejan un poco cómo la santidad deja huella porque comunica, de un modo o de otro, un amor diferente a otros, reflejo del amor recibido de Dios.

¿Que tenía de especial Enrique Shaw? Podríamos decir muchas cosas, pero quizás destaca en él un convencimiento pleno del valor de la doctrina social de la Iglesia y un deseo activo de darla a conocer porque estaba convencido que era la mejor vía para humanizar la sociedad y el mundo del trabajo, como paso fundamental para hacer un mundo mejor. Esto le llevó a tener un gran éxito con su empresa, lo que le atrajo no pocas envidias y le llevó a ser perseguido en cierta medida por las autoridades civiles en algunos momentos de la convulsa historia de la Argentina de aquellos años, pero sobre todo creó a su alrededor una verdadera fama de hombre coherente con su fe.

Rico empresario argentino. En proceso de beatificación

En alguna ocasión, como se ha dicho, su fidelidad radical al Evangelio se volvió peligrosa para él mismo, lo que no le echó para atrás:

“Una vez una obrera me quiso hablar privadamente, para contarme que un superior había querido abusar de ella. La llevé a decirlo ante Enrique Shaw. Y él dijo: ‘Hay que despedirlo e ir a juicio hasta las últimas consecuencias’. Atravesábamos la peor época del gobierno de J. Perón. Despedir a un obrero era como ahorcarse: el sindicato no permitía nada.”

Para él, vivir en profundidad esta doctrina social cristiana no era ni mucho menos algo secundario, sino que estaba dispuesto a arriesgarlo todo por vivir de este modo:

“En 1961, cuando llegó una orden de la Corning Glass Work para despedir muchos empleados de la Cristalería, Enrique se opuso. Él dijo que si despedían, aunque sea uno solo, él renunciaba. Estaba totalmente entregado en las manos de Dios. Ya estaba enfermo, tenía 9 hijos y una mujer de poco carácter… Corning lo llamó a Estados Unidos y él pudo hablar dando explicaciones, y no se echó a nadie.”

De hecho, Enrique enfermó de un tumor en 1957, pero su actividad apostólica continuó intensamente: congresos, conferencias, publicaciones y otros escritos aún inéditos de una marcada espiritualidad laical que redactó en tiempo. Durante sus años de enfermedad también encontró tiempo para ser tesorero de la primera junta directiva de la Pontificia Universidad Católica Argentina y para participar en la fundación de la rama argentina del Club Serra, organización filantrópica internacional. Cuando, en julio de 1962, al agravarse su enfermedad, se hizo necesaria una transfusión de sangre, unos 200 trabajadores de su empresa acudieron espontáneamente al hospital para donar sangre. Desde entonces, solía decir que por sus venas corría mucha sangre de obreros.

Rico empresario argentino. En proceso de beatificación

Enrique rezaba y ofrecía su enfermedad por la conversión de sus seres queridos, especialmente por su padre que estaba alejado de la Iglesia. Tuvo la gran alegría de verlo comulgar y rezar pocos días antes de morir. Como muestra de su devoción mariana, también antes de morir peregrinó a Lourdes, donde rezó por su familia y amigos. Enrique Shaw murió piadosamente en Buenos Aires el 27 de agosto de 1962 y fue enterrado en la tumba de su familia, en el Cementerio de la Recoleta.

Entre las muchas notas que dejó escritas, en una de ellas expresaba su deseo profundo, que a la vista de su recorrido vital podemos decir que no quedó en papel mojado, ni siquiera en un hermoso deseo piadoso, sino que llegó a ser una realidad:

“Bello país el de aquí abajo donde a cada minuto puedo hacerme más santo. Para convertir al mundo no hay sino un proceder: ser un santo. Debería ser un hombre modelo… Tú, Señor, y yo, porque sin ti no podría realizar mi cometido, mi función; tendría que ser santo, con mayúscula y todo.”