Hemos podido leer en ‘El Confidencial’ del 25 de marzo que “el Congreso estadounidense está tramitando leyes para: poner la cara de Donald Trump en los billetes de 100 dólares; crear un nuevo billete de 250 $ (también con la cara de Trump); declarar su cumpleaños como día festivo, esculpir su cara en el monte Rushmore o rebautizar con su nombre al aeropuerto internacional de Washington. Todas estas proposiciones de ley han sido ya presentadas por congresistas republicanos y tramitadas ante en el Congreso de Estados Unidos, a la espera de ser finalmente (o no) sometidas a voto”. Según parece, no es una broma.
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Sin embargo, tampoco es una novedad en la historia. De hecho, una conocida inscripción que ya hemos citado en este mismo espacio en otro momento, la conocida como inscripción de Priene (en torno al 9 a. C.), decretaba que, habida cuenta de que Augusto era el salvador del mundo y de que había sido enviado por la providencia para acabar con la guerra y disponer en orden todas las cosas, en varias ciudades de la provincia romana de Asia (Asia Menor, actual Turquía), el año nuevo quedaba establecido precisamente el 23 de septiembre, fiesta del cumpleaños del emperador Augusto. (Es en esta inscripción donde se denomina comienzo de la “buena nueva” [‘evangelio’] el nacimiento del “dios” Augusto.)
Narcisista
Por otro lado, el deseo de poner el propio rostro en las monedas –obviamente, en la antigüedad no existía el papel moneda– es costumbre en la que coinciden aquellos viejos emperadores romanos y el actual presidente de los Estados Unidos. En este sentido, echar una ojeada a la numismática romana de época imperial resulta muy ilustrativo, ya que las monedas, así como las obras públicas (acueductos, termas, etc.) y monumentos, representaban un conducto extraordinario para hacer ver el poderío de Roma y de su representante, el “divino” César, además de para acercarlo a la población. En el caso de Trump, con los medios de comunicación actuales, es claro que no haría falta, pero a una personalidad narcisista nunca le sobrarán las oportunidades.
Estrictamente hablando, quizá no se pueda establecer una igualdad entre el comportamiento de los emperadores romanos y el de Donald Trump. Pero se parecen mucho. Peligrosamente.