¿Puede la Biblia estar de acuerdo con Groucho Marx?


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Todo el mundo conoce el dicho atribuido a Groucho Marx que reza así: “Estos son mis principios y, si no le gustan, tengo otros”. Aunque no está claro dónde dice eso el famoso cómico norteamericano –al menos no lo hace en ninguna de sus películas–, sí es evidente que la frase se ha convertido en el lema de muchas personas, especialmente entre los políticos (no hace falta más que recordar algunas de las cosas que decía Pedro Sánchez durante la última campaña electoral –y antes– y las que dijo inmediatamente después de las elecciones; aunque todos los políticos suelen incurrir en incoherencias –cabalgar contradicciones lo llaman otros–, es difícil encontrar un caso tan llamativo como el de Sánchez).

En todo caso, sí parece evidente que la Biblia no puede estar de acuerdo con la sarcástica propuesta del humorista estadounidense. Al contrario, en la Escritura lo que se valora es la integridad de la persona, que incluye no tener doblez, no hacer aquello distinto de lo que se piensa o mantener una coherencia de vida, aunque eso tenga consecuencias indeseables.

Así, en el segundo libro de los Macabeos –libro considerado sagrado solo por católicos y ortodoxos, no así por judíos ni protestantes– se cuentan dos historias verdaderamente escalofriantes cuyo objetivo es justamente ofrecer a los judíos de la época macabea (siglo II a. C.) dos ejemplos de coherencia entre fe y vida.

El primero de los dos ejemplos (2 Mac 6,18-31) tiene como protagonista al anciano Eleazar, un maestro de la Ley al que se quiere obligar a comer carne de cerdo. Aunque a algunos les parezca algo sin importancia, para muchos judíos las prácticas alimentarias son expresión de su fe y su respeto a la Torá y lo que ello significa. Eleazar acabará muriendo a causa de los golpes recibidos, pero sin probar esa carne prohibida por la Ley.

Sin solución de continuidad, y por los mismos motivos, 2 Mac (7,1-41) relata el caso de una madre con siete hijos que entregarán su vida sucesivamente por fidelidad a la Torá. El relato resulta especialmente truculento, precisamente para poner de relieve el valor de la coherencia en los principios.

Como frase ingeniosa, tener unos principios u otros, según convenga, está bien, pero no, desde luego, como regla de vida.