¿Puede haber comunión sin amén?


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El domingo 24 de mayo, fiesta de la Ascensión, tuve ocasión de celebrar la eucaristía “en carne mortal”, después de mucho tiempo en que he tenido que hacerlo solo virtualmente por la televisión (y no es lo mismo). Lógicamente, la celebración presentó variaciones con respecto a las de antes de la pandemia, como, por ejemplo, la colocación de los fieles en los bancos. Pero una de ellas me llamó más la atención: la supresión –por razones higiénicas– del “diálogo personal” entre el ministro y el fiel a la hora de comulgar (se hizo un “diálogo genérico” o colectivo antes de la comunión entre el ministro y todos los fieles).



Digo que me llamó la atención, porque ese “diálogo” en el que el ministro le dice al fiel que lo que le ofrece es “el cuerpo de Cristo”, y el fiel responde con su “amén”, asintiendo y confirmando, es esencial para la comunión.

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En efecto, todas las oraciones eucarísticas acaban con el “amén”, que es la forma de ratificar lo que se ora. Como se sabe, “amén” procede de un verbo hebreo que significa “sentirse firme”, “saberse seguro”, “estar fundamentado”. Por tanto, “amén” podría traducirse por los adverbios “ciertamente”, “efectivamente” o “verdaderamente”, o, incluso, por “sí” o “así es”.

Los tres “amenes”

Durante la eucaristía hay tres “amenes” destacados: el primero es el que se pronuncia tras acabar de recitar el Credo, ratificando lo que se acaba de confesar. El segundo es el que la asamblea dice tras la doxología con que culmina la plegaria eucarística, pronunciada por el presidente de la celebración: “Por Cristo, con él y en él…”, plegaria que es momento central de la celebración.

Y el tercero es, precisamente, el que el fiel declara inmediatamente antes de comulgar. Sería la expresión pública de la aceptación, por parte del fiel que comulga, de las palabras que le dirige el ministro que le ofrece el cuerpo de Cristo en la comunión. Por tanto, una especie de “firma del contrato” –santo Tomás hablaba de “consentimiento expreso” por parte del pueblo a las palabras del sacerdote– sin el cual no habría propiamente comunión (¿existe realmente comunión sin reconocimiento de Aquel con el que se está comulgando?).

A lo mejor la pandemia tiene la virtud de que descubramos o redescubramos aspectos que teníamos descuidados u olvidados.