¿Por qué a Jesús le llamamos Señor?


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Ya hemos hablado varias veces en este lugar de los primitivos papiros cristianos, la carne de una Escritura hecha de tinta y caña. Un capítulo interesante de esos papiros es la presencia de los llamados ‘nomina sacra’, “nombres sagrados” que aluden a realidades especialmente significativas para aquellos primeros cristianos –como los términos “Dios”, “Padre”, “Jesús”, “Cristo”, “cruz”, etc.– y que se señalaban en los códices mediante “abreviaturas” de esas palabras u otros juegos visuales hechos con letras (por ejemplo, aprovechando la semejanza de la letra T (‘tau’) griega con la cruz, la llamada ‘crux commissa’).



¿’Nomen sacrum’?

Hoy me quiero fijar en un detalle que, en realidad, descubrí no hace mucho. Contemplando un icono de Cristo Pantocrátor, caí en la cuenta de que, aparte de los clásicos ‘nomina sacra’ “IC” –primera y última letra del nombre “IHCOYC” (“Jesús”)– y “XC” –primera y última letra del nombre “XPICTOC” (“Cristo”)–, en la aureola que nimbaba el rostro de Cristo había tres letras: O, Ω (o en minúscula: ω) y N (o en minúscula: ν). Entonces me percaté de que esas tres letras no eran ningún ‘nomen sacrum’ o iniciales de otras tantas palabras, sino una expresión que aparece en el texto bíblico ligada al nombre divino. En efecto, O ΩN (‘ho ōn’) es “el que soy”, lo que dice el Dios del Sinaí cuando revela su nombre a Moisés: “Dios dijo a Moisés: ‘Yo soy el que soy’; esto dirás a los hijos de Israel: ‘Yo soy’ me envía a vosotros” (Ex 3,14).

Lo que el icono estaría haciendo es atribuir a Jesús un atributo propio de Dios Padre, cosa que, por otra parte, es lo que hicieron los cristianos de los orígenes. En efecto, aquellos primeros cristianos atribuyeron a Jesús el nombre por el que se traducía al griego el nombre propio de Dios; así, el Yahvé del Antiguo Testamento pasaba a ser ‘Kyrios’ (“Señor”) en la Biblia griega de los Setenta (LXX), de modo que Dios Padre y Jesús compartían el mismo nombre de “Señor”, con lo cual se les igualaba en dignidad (“… de la misma naturaleza que el Padre…”, recitamos en el Credo).

A esto apunta el famoso himno de la carta a los Filipenses: “Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el ‘Nombre sobre todo nombre’; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: ‘Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre’” (Flp 2,9-11).