En el libro del profeta Isaías hay un versículo referido a la venida del Mesías que resume el empeño por el bien, la justicia, y la salvación.
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“Por amor a Sión no me callaré
y por amor a Jerusalén no me daré reposo,
hasta que surja en ella esplendoroso el justo
y brille su salvación como una antorcha” (Is 62, 1-4).
Y el Jubileo del mundo de la comunicación, que se celebra este fin de semana, puede ser la ocasión para leer en clave de diálogo la alta vocación y responsabilidad que tienen los llamados hacer resonar el verdadero y más importante anuncio.
Ante un panorama de silencios y complicidades
Es que la pesadumbre, el desánimo, el desconsuelo, el pesimismo puede estar en el horizonte ante un panorama difícil como el nuestro. Cualquiera que lea las noticias ya podría pensar que la causa de la humanidad está perdida.
Guerras, censuras, violencia, persecución, pobreza, la pérdida de la democracia y la libertad en muchos lugares — al menos en América Latina —, situaciones concretas que están allí padecidas por muchos, ante la mirada y silencio de otros.
Por eso, el valiente y esperanzador grito del profeta, que de alguna manera es de todos, “por amor a Sión no me callaré”, por el amor a la ciudad de Dios, a la promesa de Dios, al bien sembrado por Dios, a la causa justa en defensa de lo humano en la humanidad, no es posible callarse.
“No me callaré”
Es un grito profético desde una actitud llena de esperanza ante el conformismo del status quo de los que pretenden acomodarse para no arriesgar, pero que traicionan los ideales genuinos de un corazón auténticamente humano.
Aquellos que no quieren incomodar y sí incomodan es con la intención de imponer su postura, y en el fondo, un yo arbitrario que renuncia al tú y al nosotros.
No desfallecer, no descansar, empeñarse en el grito de libertad que sigue siendo necesario, ya que trabajar por el bien y la justicia es hoy más que nunca impostergable, y en el caso específico de la comunicación el trabajo no es otro sino el de reivindicar el sentido auténtico de la palabra, en comunicar para unir, para compartir, para crear comunidad y comunión.
Más en un mundo de banalidades y vaciedades autorreferenciales, amplificadas en las redes, en los influencers del ego y la nada, y que tanto llaman la atención.
Frente a esto, la palabra profética que desafía los discursos de odio, los antagonismos, y se empeña en que surja esplendorosa la justicia, en aquel que vino “para dar la libertad a los cautivos y a los oprimidos el consuelo” (Lc, 4, 18).
Solo así podrá brillar el anuncio, solo desde la autenticidad que ilumina y transforma la existencia, el mundo, el país, la sociedad, la familia, la escuela y las relaciones interpersonales se vivirá el ardor de la caridad, o en términos de papa Francisco, en forma de fraternidad y amistad social.
Por eso una breve lista de renuncias y propósitos, para aquellos que de alguna manera tienen la altísima vocación de comunicar:
Por amor, no me callaré,
no haré silencio ante la injusticia;
me empañaré en hacer resplandecer el bien;
que en mis palabras brote la denuncia y el anuncio,
que brille y sobresalga el empeño por la unidad,
en la búsqueda constante de la verdad;
que las palabras sean de hermandad,
que la vida sea en clave de amistad social,
hasta que brille la salvación que trajo Jesús,
luz del mundo, palabra hecha carne,
en aquel que habla de vida y vida en abundancia.
Por Rixio Portillo Ríos. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey