Alberto Royo Mejía, promotor de la Fe del Dicasterio para las Causas de los Santos
Promotor de la fe en el Dicasterio para las Causas de los Santos

Paul Nagai Takashi y Marina Moriyama Midori, un amor más fuerte que la bomba atómica


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Un matrimonio que hoy caminan juntos hacia los altares, pero con un recorrido que comienza bien lejos: al menos la mitad de la vida de él, Paul, transcurrió en el ateísmo más radical, reforzado por el estudio de la medicina, que le convenció en la idea de que “con la muerte todo se descompone y cada elemento vuelve a su estado primitivo”, como el mismo escribió. La vida le llevaría no solamente a descubrir la existencia de Dios sino a edificar una familia cristiana con Marina que resistió todo tipo de pruebas, y fueron muchas.



Paul Takashi nace en Matsue (Japón), en la costa norte de la isla de Honshu, en 1908, es el primero de cinco hermanos. La suya es una familia de médicos, su padre, además de la medicina tradicional, también conoce y practica la medicina occidental. Crece en la zona rural de Mitoya, no lejos de Hiroshima, según las enseñanzas tradicionales de las religiones típicas de Japón: el sintoísmo y el confucianismo. Pero al estudiar en el instituto absorbe el ateísmo de sus profesores, que aprecian la ciencia y el materialismo occidentales.

Son los años en que se inicia en Japón la carrera hacia la modernización y el progreso tras la reapertura hacia Occidente. La cultura atea y positivista prometía nuevos horizontes y muchos japoneses se apartaron de sus tradiciones milenarias. El modelo es Occidente, del que imitan también los aspectos más negativos como el militarismo y la agresividad hacia los países vecinos, que llevarán a Japón primero a la construcción de su imperio y después a la derrota de la Segunda Guerra Mundial con la derrota sufrida por los ejércitos aliados.

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Paul asiste a la universidad en Nagasaki, donde estudia medicina. Durante su estancia en la universidad emprende un viaje espiritual que le lleva del sintoísmo al ateísmo, pero no será éste el final del camino. Su convicción empieza a tambalearse a los 22 años, en 1930, cuando su madre muere de una hemorragia cerebral: en su última mirada lee claramente un “adiós”, que en los meses y años siguientes se transforma en la percepción de que su madre sigue viviendo, con una presencia que él siente cercana.

Cristianos ocultos

Sin embargo la conversión y el acercamiento a la fe católica llegarán más tarde. Durante su época de estudiante, alquila una habitación a una familia campesina cristiana que vive en Urakami, en las afueras de Nagasaki. La familia de acogida es la familia Moriyama, que forma parte del grupo de “cristianos ocultos” que vivían en el barrio. Estos, evangelizados por los padres jesuitas durante el siglo XVI –con la presencia en la misión, entre otros, de San Francisco Javier–, habían conseguido milagrosamente mantener su fe de forma anónima y sin la ayuda de sacerdotes durante casi tres siglos y medio, arriesgándose a morir día tras día debido a las persecuciones llevadas a cabo por los distintos gobiernos japoneses sucesivos. Cuando los misioneros católicos regresaron a Japón a finales del siglo XIX, los ‘kakure kirishitan’ (cristianos ocultos) salieron a la luz, no sin antes asegurarse de que los misioneros eran católicos y no protestantes.

En silencio, la familia Moriyama reza para que el estudiante que acogen encuentre a Cristo en el enfermo al que cuidan. Está formada por el padre, la madre y una hija única, Marina Midori, que es profesora en un pueblo cercano, Marina tiene la misma edad que Paul. Los Moriyamas, en su comunidad son los ‘chokata’ (los “guardianes del calendario”), un título que se transmite de generación en generación. Los ‘chokata’ tienen la tarea de recordar el calendario litúrgico, celebrar los bautizos (ya que no hay sacerdotes), leer las lecturas y enseñar el catecismo. Marina crece así en un ambiente donde se respira fe y abandono total en Dios. Desde muy pequeña, aprende la costumbre de rezar ante el crucifijo.

Una vez licenciado en medicina, Paul decide especializarse en radiología. La meningitis que padeció en la niñez le ha dejado sordo de un oído, por lo que está incapacitado para ejercer algunos campos la medicina; así pues, se especializa en radiología, rama en la que su minusvalía no es perjudicial. Pero se trata de una elección arriesgada de alguien que siente que quiere sacrificarse por los demás, pues en aquellos años las medidas de seguridad en el trabajo de los radiólogos eran aún muy deficientes y por ello casi todos los radiólogos enfermaban de leucemia por exposición a la radiación nuclear. En esta elección se ve la grandeza de espíritu de Paul, que no teme arriesgarse a caer enfermo con tal de servir a sus enfermos: “la tarea del médico es sufrir y alegrarse con sus pacientes, esforzarse por disminuir su sufrimiento como si fuera el suyo propio”, escribirá años después.

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El 24 de diciembre de 1932, Marina invita a Paul a asistir a la misa de medianoche en la catedral de Santa María de Nagasaki, una hermosa iglesia neogótica, construida según las normas arquitectónicos de los misioneros de finales del siglo XIX. A Paul le impresiona la cantidad de gente que abarrota la iglesia, los cantos, la homilía, la fe de la gente. Es un momento decisivo para él, algo que no se esperaba. Pocos días después de la misa de Navidad mencionada, un repentino ataque de apendicitis pone en peligro la vida de una niña y su padre llama a Paul. El joven médico carga a la niña sobre sus hombros y por la noche, mientras nieva, la lleva al hospital donde la operan de urgencia, salvándole así la vida.

Al mes siguiente, en enero, Paul tiene que partir para China, a causa de la guerra de Manchuria. Durante su ausencia, Marina encomienda a Paul a la Virgen todos los días con el rezo del rosario; además, le escribe a menudo y le envía un ejemplar del catecismo. Mientras tanto, en el frente, Paul cuida de los enfermos y heridos. Su fe en la cultura japonesa se va minando poco a poco cuando constata las atrocidades y la brutalidad de los militares japoneses con los civiles chinos.

A su regreso de la experiencia china, se nutre de la lectura del catecismo católico, de la Biblia y de los ‘Pensamientos’ del científico y filósofo francés Blaise Pascal. Finalmente, en 1934, se bautiza en la fe católica y elige para sí el nombre del Apóstol de los gentiles, San Pablo. Paul es consciente de que su elección de hacerse cristiano no facilitará su carrera de médico radiólogo, investigador científico y profesor universitario, ya que los cristianos están generalmente mal vistos en la sociedad japonesa. Unos meses más tarde, se casa con Marina, que acepta casarse con él a pesar de conocer la altísima posibilidad de que Paul enferme debido a la constante exposición a la radiación a la que tiene que someterse por su trabajo. Tan valiente es la elección de Paul de abrazar esta profesión, como valiente la de Marina de casarse con él a pesar de todo.

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A finales de 1934, Paul recibe la Confirmación. Como jóvenes esposos, Marina y Paul emprenden juntos su vida cristiana con muchos compromisos: Marina es presidenta de las mujeres del distrito de Urakami, el barrio cristiano de Nagasaki, Paul es miembro de la sección local de la Sociedad de San Vicente y se dedica a visitar a los enfermos y a los pobres, llevándoles cuidados, consuelo y comida. Lee los escritos de Federico Ozanam, fundador de las Conferencias de San Vicente de Paul, que como él pasó del ateísmo a la vida cristiana entregada a los demás.

Nacen cuatro hijos: un niño y tres niñas, pero por desgracia, dos de las niñas mueren muy jóvenes. Paul es un buen marido y un padre cariñoso, aunque su labor investigadora y docente y el cuidado de sus pacientes le llevan a dejar sola a Marina en la gestión de la crianza de los niños y de la economía familiar, en el contexto de la grave crisis económica que atraviesa Japón. En el año 1937 estalla de nuevo la guerra con China y Paul tiene que marcharse de nuevo, permanecerá fuera tres años, sufriendo los rigores del invierno chino y las injusticias y atrocidades de la guerra, pero no deja de pensar en la justicia y la paz: Ayuda como médico a heridos tanto japoneses como chinos, tras informar a sus superiores.

En 1940, regresa a Nagasaki y reanuda sus investigaciones médicas y la docencia en la universidad. El 26 de abril de 1945, un ataque aéreo aliado sobre Nagasaki causa numerosos muertos y heridos. Paul se encuentra en el departamento de radiología y se dedica día y noche a tratar a los heridos. En junio se entera de lo que todos los radiólogos temían: tiene leucemia y la esperanza de vida es de dos o tres años. Estaba dentro de las posibilidades a causa de su trabajo y al final ocurrió. Habla de ello con Marina y con Makoto, su hijo mayor, de diez años. Deciden vivir estos momentos dramáticos con fe, queda bien lejos el Paul ateo que miraba la muerte como un siempre proceso físico, ahora cree en la vida eterna y por eso quiere vivir en plenitud la vida terrena; para ello, conscientemente se abandonan en las manos Dios, seguros de su fidelidad.

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Pero algo peor todavía tenía que venir. El 6 de agosto, el mundo entero se llena de asombra por la bomba atómica estadounidense lanzada sobre Hiroshima. Paul y Marina se llevan a sus hijos de Nagasaki, acompañados por su abuela María, pero el 9 de agosto, a las 11:02 hora local, Nagasaki es alcanzada por la segunda bomba atómica lanzada por los estadounidenses. Urakami es el epicentro de la explosión. Paul se salva porque está protegido por los gruesos muros de hormigón del departamento de radiología, de hecho los muros, construidos para preservar a los de fuera, salvan a los de dentro. Paul sufre una herida grave, pero eso no le impide asistir a los heridos y enfermos.

Sólo dos días después, el 11 de agosto, Paul encuentra la zona en la que estaba su casa familiar. Sólo hay cenizas, reconoce los huesos calcinados de Marina y, junto a ellos, las cuentas y la cruz del rosario de Marina. Recogiendo los restos en un cubo, promete a su mujer dedicar lo que le queda de vida a los demás: “en recuerdo tuyo, por amor tuyo… que me llevaste al amor de Cristo”. La situación local es desesperada y no puede ni de dedicar tiempo a su duelo, olvida su propio sufrimiento y ejerce un perdón difícil hacia los autores de la masacre. Durante otros dos meses sigue curando y enseñando, pero en septiembre debe rendirse. Le faltan fuerzas y la muerte parece acercarse a él, la enfermedad avanza inexorablemente, agravada por la radiación de la bomba atómica; y sin embargo, vive seis años más.

En Urakami, donde todo ha sido destruido, se hace construir una pequeña cabaña. Vive en ella con sus dos hijos salvados de la bomba atómica, su suegra y una pareja amiga de la familia. En este pequeño refugio eremítico, pasa los últimos años de su vida en oración y contemplación. En noviembre, se celebra una misa ante las ruinas de la catedral, por las víctimas de la bomba y Paul pronuncia un discurso lleno de fe, comparando a las víctimas con una ofrenda consagrada para obtener la paz. También comienza a escribir obras como ‘Enfermedad atómica y medicina atómica’ y ‘Las campanas de Nagasaki’, que se tradujo a varios idiomas e inspiró la película del mismo nombre en 1950. Mientras le llovían los elogios, seguía repitiendo que “la luna estaría oscura sin la luz del sol. El sol es Jesús; yo sólo reflejo un poco de su luz. Sin Dios, sólo sería un siervo inútil”.

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En julio del 1946, se desmaya en la estación donde lucha por coger un tren. Vivirá ya en cama sin poder levantarse, hasta su muerte, cinco años después. Desde su inmovilidad, en 1948, Paul hace plantar 1.000 cerezos de tres años en el barrio de Urakami, para transformar esta tierra devastada en colinas en flor. Aunque algunos han sido sustituidos con el tiempo, estos árboles siguen llamándose “cerezos de Nagai” y sus flores alegran Urakami en primavera. También contribuye de otras formas a la reconstrucción del barrio: dona fondos para la iglesia, la escuela, el hospital y el orfanato. Gana dinero con los derechos de autor de sus escritos, que circulan ampliamente en su país y en el extranjero.

En el 1949 es nombrado ciudadano honorario y recibe al emperador y a un emisario del Papa. Cientos de personas acuden diariamente a su cabaña, una acogedora morada en la desolación de Nagasaki. El amor de Dios se hace visible en Paul, lo que hace que muchos lo busquen, le cuenten sus problemas, le pidan sus oraciones.

Parecía que iba a morir por la leucemia mucho antes que su mujer, pero vivió hasta el 1 de mayo de 1951. Para su funeral, la ciudad se detuvo, sonaron las campanas de las iglesias, también las sirenas de las fábricas y los puertos. En su tumba está la inscripción que él quería: “Somos siervos inútiles. Hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc 17,10). 20.000 personas asistieron a su funeral ante la catedral.

Hoy ha pasado el tiempo, muchas cosas han cambiado en Japón y en la actualidad la diócesis de Nagasaki cuenta con unos 61.000 católicos bautizados, de una población total de 1.340.000 habitantes. Los católicos representan, pues, el 4,6% de la población. Paul y Marina son recordados por esta comunidad en crecimiento que ahora les ha propuesto como ejemplo luminoso de matrimonio cristiano y desean que esa luz no quede oculta, sino que pueda iluminar a muchos más.