José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

Olor a Romero


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Ser en la vida romero, romero sólo que cruza siempre por caminos nuevos.

Ante el 41 aniversario de Monseñor Romero, me vienen al presente los primeros versos del poema ‘Romero solo’, de León Felipe, poeta zamorano, errante, exiliado y migrante que también cruzó tierras extrañas y navegó los mares, buscando paz y dignidad para asentarse. Versos que inician el cuerpo del poema que termina anhelando, “que sean todos los pueblos y todos los huertos nuestros”.



Recordar la voz, los textos y el legado del arzobispo teniendo como prólogo este poema me acerca al modo de cómo atravesaba la vida, como miraban sus ojos la realidad que le rodeaba. ¡Hasta que, viéndola, transformaron su propia mirada!

Como “verían” también con los ojos de una escultura de Oscar Arnulfo Romero, el arzobispo salvadoreño asesinado en 1980 por la ultraderecha, cuando llegó a su destino en Los Ángeles, California – en 2016– tras recorrer desde El Salvador la ruta de los migrantes centroamericanos hacia EE UU, como siguen haciendo hoy. Cuyo único crimen es ser pobres. Pobres y, por eso, preferidos de Dios.

Desde su querida tierra han salido cerca de dos millones de migrantes salvadoreños. No todos llegaron, pues muchos quedaron en la tierra mutilados por el tren, el asalto, la mafia o en el desierto. Ojos y vidas cegados.

Catedrales y ermitas

Mientras los ojos de Monseñor Romero siguen abiertos entre otros muchos lugares –entre ellos la catedral anglicana de Londres– también en la Catedral Católica de S. Jorge, en un ‘Espacio de Oración’ (Prayer Space) en su honor con una cruz de más de 4 metros de altura, del artista salvadoreño Fernando Llort, y cuya decoración lleva los rostros de varios mártires salvadoreños donde pude orar con muchos migrantes latinos y españoles muy bien atendidos por los Agustinos.

O como su mirada sigue cruzando en silencio entre susurros y oraciones a través de una vidriera creada para la ocasión de la renovación en la iglesia de un pequeño pueblo de la Cabrera leonesa, Robledo de Losada, de ¡no más de veinte vecinos! Allí (olor a cantueso y a romero recordando amores apostólicos de juventud –tuve la gracia de llevar una reliquia suya acompañando al obispo fallecido Juan Antonio Menéndez, que fue presidente de la Comisión Episcopal de Migraciones. Una iniciativa preciosa ¡de los tan solo veinte habitantes del lugar!, insisto. Ayudados en verano por sus familias migradas y por otros enamorados de aquella tierra; no solo arreglándola magnífica y comunitariamente, sino depositando la reliquia a los pies de S. Martín de Tours, (el de la oración y la caridad) que da nombre a la parroquia. Una alegría para mi (gracias a mi amigo Senén Bernardo, su principal impulsor) que Monseñor Romero viviera entre ellos “perdido y hallado” en un rincón muy escondido, casi anónimo –ahí está probablemente su belleza– en unos montes y valles cercanos a los del Valle del Silencio en el Bierzo leonés.

Apoyo a la casusa de monseñor Óscar Romero

“Es triste tener que dejar la patria, porque en la patria no hay un orden justo…”, decía el santo. Es verdad: la tristeza en el hondón del alma sale por las miradas y se desvela en muchos migrantes.

Ventanas de sus corazones heridos,

centro de sus latidos lastimados u oprimidos.

Caminando siempre

tanto al alba,

despertando las semillas de sus nostalgias ,

como al atardecer,

con el dolor de sus amores ausentes,

cuando la noche real y metafórica de sus vidas

invade el camino con el velo negro (¿o son sus lágrimas?) que tapa las estrellas.

Las mismas que iluminan e iluminaban su patria.

También durante todo el día.

Durante tantos días y durante tantos pasos,

que huelen a tristeza y llanto.

Buscando los caminos nuevos.

Desde las catedrales hasta las pequeña iglesias. En América y en España. Como esta leonesa de Robledo de Losada, que recuerdo con sus aromas de cantuesos y romero cuando procesionalmente llevamos allí su reliquia. Sí. Orar con el santo de América es oler a romero. A su memoria y recuerdo aplico hoy mis sentidos –ignacianamente– para sentir y gustar su olor a “romero, solo romero”. Un olor de una hierba casi mágica que dicen que con su esencia aumenta la memoria. Ojalá que no se olvide nunca la memoria, esta vez en mayúsculas y con el “Santo” delante, de San Romero de América.