Flor María Ramírez
Licenciada en Relaciones Internacionales por el Colegio de México

Nuestra fragilidad


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Desde los subregistros de casos de feminicidio y desapariciones en México hasta los índices de homicidios dolosos en El Salvador. La violencia, la pobreza y la desigualdad nos brotan en cada realidad, esto queda más constatado como resultado de la pandemia. Las Naciones Unidas han señalado en distintos informes que la violencia ha registrado cifras imparables.



“Un círculo vicioso alimentado por la concentración de poder, la violencia y las políticas de protección social deficientes” señala el PNUD (2021) [1]. Esto hace que como región tengamos limitaciones serias para superar las enormes desigualdades y la violencia estructural que nos aqueja.

Elecciones en el continente

Nuestra fragilidad empieza en los modelos de liderazgo, elecciones en Chile y Colombia, cambios ya en proceso en Ecuador y en Perú, ha generado niveles abrumantes de confrontación y polarización a cada paso. Es evidente que se necesitan nuevos estilos de liderazgo que sean transformadores y que cambien la forma de operar de una lógica de “ego sistema por una de ecosistema”. La pandemia nos dejó muchas lecciones en ese sentido, la gran mayoría de líderes formales que ocupaban puestos clave se quedaron paralizados. Esto permitió que los trabajadores del día a día, como los del sector salud pudieran emerger y dar luz. Liderazgos de a pie, espontáneos fueron abriendo brecha. Se encontró la forma de avanzar y de estabilizarnos. Los nuevos liderazgos son resolutivos, se enfocan en una visión sistémica y solidaria.

desaparecidos México

Foto: EFE

La vulnerabilidad hace mella especialmente por la falta de protección social. La pandemia ha dejado ver que quienes eran vulnerables ahora lo son más. La brecha digital afectó a millones de niñas, niños y jóvenes que estaban ya excluidos y no tenían forma de conectarse y avanzar. Algunos gobiernos y comunidades buscaron la forma de apoyar, pero los sistemas educativos tampoco estaban diseñados para esta respuesta rápida. De forma que las posibilidades de movilidad social y de superación de la pobreza se han visto frenadas, con retrocesos claros para recuperar cobertura médica de otros padecimientos relevantes, acceso a la salud, a la vivienda, al empleo a los servicios más básicos.

¿Cómo reducir nuestra fragilidad? No es un esfuerzo aislado, pero empieza por nuestra forma de ser y estar en el mundo. Esto incide en el ámbito comunitario y en los sectores. Es aunar esfuerzos continuos y prolongados. La espiritualidad y la visión de una ‘casa común’ es indispensable. Ante la inacción, el miedo, el titubeo de muchos. Como Iglesia ya hemos iniciado el camino de la Sinodalidad y la reflexión en conjunto. Aprender a estar a la altura de las circunstancias, dar luz y pautas para reconstruir nuestra esperanza y transformar el panorama desolador. Decía la filósofa de la compasión Simone Weil que “prestar atención es la más profunda muestra de generosidad”, el fijarnos en lo que pasa hoy en nuestro entorno es estar atentas y atentos para después con nuestras obras trascender.

 

[1] Atrapados: alta desigualdad y bajo crecimiento en América Latina y el Caribe | Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo