José Lorenzo, redactor jefe de Vida Nueva
Redactor jefe de Vida Nueva

No enterarse de la misa la media en Barcelona


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No por esperadas duelen menos las críticas sin fundamento vertidas contra el funeral presidido por el cardenal Omella tras los atentados de Barcelona y Cambrils. Esperadas, porque da igual que la Iglesia se ponga de frente, de perfil, en escorzo o intente un sfumato, pues siempre hay alguien que la vuelve al primer plano con una colleja. En ocasiones, injustificada, como ahora.

Tienen razón quienes estos días, enervados por lo que consideran “un funeral de Estado franquista”, afirman que la Iglesia de Barcelona no preguntó a las víctimas si eran católicas, musulmanas, budistas, ateas… No lo preguntó porque rezó por todas ellas, sin distinción, como ese domingo se hizo en todas las parroquias del país, incluso en las más alejadas geográficamente de aquel epicentro del dolor. Pero no preguntó porque no se trataba de un acto interreligioso, sino de una ceremonia para la comunidad cristiana y todos aquellos que quisieran asistir. Que fueron muchos, y con diversa motivación.

Pero tampoco preguntó a ninguna de las autoridades que poblaban las primeras filas de la imponente basílica de la Sagrada Familia si querían estar presentes allí. Y no les preguntó por la sencilla razón de que no invitó a ninguna, pues no era un funeral de Estado lo que estaba organizando, sino una misa “por la paz y la concordia” como, no por casualidad, se encargó de explicar durante los cuatro minutos de la monición de entrada el obispo auxiliar, Sebastià Taltavull.

Sorprende que, sin invitar a nadie, todos quisieran estar, porque fueron ellos –todos– los que llamaron a las puertas de la Iglesia y esta se las abrió –a todos–, y cuidándose de que quienes lo iban a ver con doblez no tuvieran argumentos para acusarles de organizar un “funeral de Estado”.

No lo consiguió, vistas las críticas, pero ni fue tal ni existió bronca de Puigdemont a Omella, quien ha pasado de “converso” al soberanismo a españolazo. Solo quien ignora lo que el Hijo le pidió al Padre y solo ve en el ojo ajeno su propia suspicacia puede seguir confundiendo la velocidad con el tocino.

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