Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Narcisistas, un mal silencioso


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El narcisismo es un fenómeno que se está dando cada vez con mayor frecuencia en el paradigma actual y que tiene el riesgo de que los “infiernos” que crean avancen más rápido que “los cielos” que puedan formar aquellos que optan por el amor y la bondad. Quizás una mirada más profunda nos pueda ayudar a reconocer ciertos rasgos en nosotros mismos y a contrarrestar intencionadamente con bien este mal que aumenta avalado por el individualismo, el exitismo y muchos “ismos” que distan mucho de la virtud y la felicidad.



Muchos de los que padecen esta enfermedad, en mayor o menor grado, en el fondo poseen un severo problema de autoestima y son incapaces de valorar su ser por sí mismo; por el mero hecho de existir. No se sienten “amables” incondicionalmente y por ello comienzan a ocultarse bajo máscaras cada vez más gruesas e impenetrables, incluso para ellos mismos.

Amar genuinamente

Quien no se conoce es incapaz de amarse y, por lo mismo, le queda excluida la experiencia de confiar en que los demás lo puedan amar auténtica y genuinamente. Son unas pobres “almas prisioneras” de sí mismas y, de ahí, la dificultad que tienen para sanarse. Por lo mismo, se desconectan muchas veces de sus propias emociones y de las de los demás y, por ende, su actuar se vuelve altamente dañino si lo usan para manipular.

Algunas de los principales rasgos del trastorno narcisista de la personalidad o narcisismo “patológico”, ya sea en personas o en instituciones, en mayor o menor grado, son:

  • Imagen distorsionada de sí: ya que se dan mucha más importancia de la objetiva sobre sus logros, capacidades y dones, esperan ser reconocidos como superiores.
  • Preocupación por fantasías de éxito ilimitado, poder, brillantez, belleza o amor imaginarios: el narcisista cree que es “especial” y único y que solo puede ser comprendido por otras personas (o instituciones) que son especiales o de alto estatus.
  • Hipersensibilidad a la crítica: suelen expresar sentimientos de rabia, vergüenza y humillación como efecto de la comparación con los demás. El narcisista frecuentemente envidia a los demás o cree que los demás le envidian a él.
  • Falta de empatía: son incapaces de experimentar lo que los otros sienten y tienen dificultad para captar las características propias de los demás.
  • Dificultad en las relaciones interpersonales: el narcisista es interpersonalmente explotador. Saca provecho de los demás para alcanzar sus propias metas.
  • Exige una admiración excesiva de los demás: por ello, presenta comportamientos o actitudes soberbias y/o arrogantes.

Enfermedades espirituales del narciso

Muchas de las características antes mencionadas le provocan a quien las padece severas afecciones en su alma que se traducen en:

  • Vanagloria: es una perversión o desviación de lo que se ha recibido como don o regalo y es querer ser como Dios. Consiste en la búsqueda del honor, la fama y la consideración de los demás y es vana porque es efímera e insaciable.
  • El orgullo: se traduce en ciertas actitudes, como la arrogancia, el sentirse superior a los demás, la pretensión de saberlo todo, la autocomplacencia, la manía por justificarse, el deseo de mandar, la seguridad de tener siempre la razón y el rechazo a obedecer.
  • La soberbia: se entiende como una negativa a la aceptación y valoración de la alteridad. La persona se erige como el centro del mundo, negándole consistencia a la realidad que le excede.

Espejo

Los males de un narcisista

Las características y las enfermedades llevan a un narciso a un hacer y a un comportamiento desordenado traducido en exitismo, activismo y pérdida del sentido de la gratuidad.

  • Exitismo: consiste en el afán desmedido por alcanzar las necesidades más básicas de la existencia, como también otros objetivos como conquistar el poder o el prestigio social o económico. Se trata de tener éxito, fama y el buscar el reconocimiento público. El problema es que esto se ha visto exacerbado por la eficiencia, que es un valor supremo de nuestro tiempo y que ha mermado las dimensiones gratuitas de la existencia.
  • Activismo: muchas veces nos lanzamos a una vida estresante y agobiante que finalmente causa angustia, sin llegar a transmitir paz a nuestro alrededor. Por pretender ser eficaz, finalmente se hace estéril.
  • Pérdida de la gratuidad: un narcisista desconfía de la buena voluntad y gratuidad del otro porque la desconoce en él mismo. Por lo que siempre va a creer que existe un interés oculto, una estafa o un engaño detrás de quién le propone la gratuidad.

El mal que provocan

Una de las características más complejas del actuar de los narcisos es que son tremendamente seductores, manipuladores y dueños de un arte de tergiversar los hechos, haciendo a los demás víctimas de sus intrigas y juegos de maldad. Por lo mismo, solo se devela su daño una vez que ya han avanzado mucho en su juego y han hecho dependientes emocional, económica o moralmente a sus elegidos para dominar.

Es más, muchas veces estos se transforman en secuestrados que padecen el síndrome de Estocolmo, sufriendo de culpa y angustia por rebelarse contra quien ya no pueden obedecer más. Incluso están dispuestos a ceder su libertad y seguir sometidos antes que a enfrentar la ira de los narcisos y que su amenaza sea real. Por otra parte, como se creen superiores, no son conscientes del daño que van dejando tras sus pasos y no asumen ninguna responsabilidad. Es más, casi siempre asumen el rol de víctimas y, con ello, les roban a las verdaderas víctimas su legítimo derecho a pedir reparación y cuidado.

Los amoristas

Al otro lado del ring, los amoristas, a lo largo de la vida, suelen encontrarse con narcisistas porque son el opuesto en todo sentido y suelen tener un rol muy activo y proactivo para contrarrestar el daño que generan los narcisistas, haciendo el bien y obrando conforme a la bondad y la verdad. Una vez que ya somos conscientes de que estamos siendo atacados, víctimas o dañados por actitudes narcisistas, lo primero es darnos cuenta de que la defensa y la protección dependerá del grado y profundidad del daño que presente las persona o la institución narcisista.

Si aún hay esperanzas de consideración, empatía y conexión con el relato que se está presentando, se podrán buscar caminos de encuentro, reparación, mediación y/o negociación que permitan eliminar las conductas y conservar el vínculo que los unió. Un buen ejemplo de eso puede ser todo el trabajo que está haciendo la misma Iglesia católica, con el papa Francisco, para pedir perdón por algunas de las actitudes del pasado con muchas víctimas, incorporar a las mujeres en su estructura de gobierno, la mayor participación de los laicos y otros pequeños y grandes cambios que dan cuenta de un proceso de transformación de un clero muchas veces machista y narcisista a uno más dialogante, horizontal, humilde y al servicio de todos.

Narcisistas empedernidos

No sucede lo mismo con los narcisistas empedernidos, disociados de sus sentimientos y de los demás, donde lo que debemos hacer es alejarnos y/o defendernos con todo lo que la ley nos permita. Jamás debemos ceder a devolver mal con mal, pero nunca ser ingenuos de creer o esperar a que vayan a cambiar. Un narciso enfermo se desarma, psiquiátricamente hablando, si reconoce el daño que comete.

Una de las armas más temidas y eficaces de los narcisos es la culpa que hacen sentir. Por lo que aquellos que les den la pelea deben tener una férrea fortaleza espiritual para no dejar entrar ese mal espíritu a su corazón. Deben aferrarse, por el contrario, a la certeza de que están combatiendo al mal que posee a esa persona, no a la persona en sí, y confiar en que, quizás, en su lucha también se juega la salvación y oportunidad de librarla de un infierno sin amor.

Obra de los mejores

Sin embargo, su poder es tan fuerte que no podemos enfrentar a esta “legión de malos espíritus” solos. Se requiere mucha oración y también buscar a los mejores que sepan lidiar con las cosas de este mundo para que las cosas de Dios/Amor triunfen. No esperar nada. Toda expectativa siempre será un dolor muy intenso, ya que solo sumará una decepción a la lista más de egoísmos y frustraciones en la relación.

Cortar este círculo vicioso es doloroso, ya que implica un duelo de algo que jamás existió, pero es más sano que la ilusión rota una y otra vez. El amorista no va a juzgar al narcisista, sino que buscará contrarrestar su actuar abusivo con la justicia, la verdad, la caridad y la voluntad para que crezca el amor y no el terror que sufre y crea quien padece el narcisismo. El pecado más grave del narciso es el abuso y el más grande del amorista es permitirlo.