Mujeres católicas en Costa Rica a 200 años de la Independencia


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Con ocasión de la celebración de los 200 años de vida independiente, se vuelve más que relevante reflexionar sobre las oportunidades y los obstáculos, que principalmente las mujeres católicas, tenemos en el contexto costarricense actual.



Históricamente, las mujeres hemos aportado en distintas áreas: políticas, económicas, académicas, ambientales. Maestras, enfermeras, doctoras, pero también ingenieras, agricultoras, empresarias; mujeres de ciencia, que producen y divulgan el conocimiento, pero también mujeres de fe, primeras evangelizadoras en sus hogares, encargadas de transmitir valores y fortalecer familias y sociedades.

Cada vez en mayor proporción, las mujeres participamos en diversos espacios y con éxito relativo; sin embargo, no siempre se reconoce nuestro trabajo o queda invisibilizado; en algunas ocasiones también, nos enfrentamos a muy distintas formas de discriminación y violencia: ya sea física, patrimonial, económica, política, etc.

La pandemia y el impacto en la vida de las mujeres

Durante la pandemia por el COVID-19, en toda América Latina la desigualdad y vulnerabilidad de las mujeres se ha incrementado exponencialmente; la crisis sanitaria está visibilizando y profundizando las desigualdades, tanto al interior de los hogares como en los lugares de trabajo.

El propio Papa Francisco señaló que cuando estaba redactando la Encíclica Fratelli Tutti “irrumpió de manera inesperada la pandemia de Covid-19 que dejó al descubierto nuestras falsas seguridades. Más allá de las diversas respuestas que dieron los distintos países, se evidenció la incapacidad de actuar conjuntamente.

A pesar de estar hiperconectados, existía una fragmentación que volvía más difícil resolver los problemas que nos afectan a todos” (1). Y esos problemas que señala el Santo Padre, afectaron y continúan afectando en su mayoría, a las mujeres: pobreza, desempleo, inseguridad, etc.

Desde pequeñas, a las mujeres se les inculca la noción del cuidado y eso permanece a lo largo de la vida. La Organización Internacional del Trabajo estima que las mujeres “se encargan al menos dos veces y media más de estas labores que los hombres, sostienen jornadas laborales más largas y aún en labores remuneradas asumen la mayor parte del trabajo de cuido, lo que limita su capacidad para aumentar sus horas en un empleo remunerado, formal y asalariado” (2).

La misma organización estima que si las labores de cuido se valoraran sobre la base de un salario mínimo por horario, representarían el 9% del PIB mundial.

En Costa Rica, la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo evidenció que las mujeres dedican al menos, dos veces más tiempo a la semana al trabajo de su hogar que los hombres; emplean un 21,3% del total de su tiempo semanal a estas labores; mientras que los hombres solo destinan el 8,2% (3).

Con la crisis sanitaria por el COVID-19, el trabajo no remunerado se ha triplicado tanto fuera como dentro de las casas, por la sobrecarga de tareas, con la consecuente reducción del tiempo que puede destinarse a otras actividades como el aprendizaje, la formación profesional, el ocio y la participación (4).

San Juan Pablo II recuerda que asumir responsabilidades compartidas queda evidenciada en la “ayuda” planteada en Génesis 2, 18-25, en tanto que debe ser recíproca, por cuanto permite descubrir y confirmar el sentido integral de su propia humanidad. En tanto seres creados a imagen y semejanza de Dios, personas únicas e irrepetibles en su dignidad, no pueden “encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (5).

Hijos e hijas de Dios, iguales en dignidad

En los Evangelios, todas las mujeres que aparecen (aun cuando no de todas se mencionen sus nombres) tienen un papel muy activo; todas tienen en común la cercanía con Jesús, el servicio, la entrega, la solidaridad, la caridad, pero también la fe y la esperanza.

El las hace partícipes de su plan de salvación, evidenciado en su encuentro con la mujer samaritana, a quien revela su condición mesiánica (Jn 4: 4-42); llama “hija” y reconoce la fe de la mujer enferma que le toca y queda curada de inmediato (Mc 5: 25-34); como con Marta de Betania, a quien interroga y obtiene de ella una respuesta de fe y su reconocimiento como Hijo de Dios (Jn 11: 20-27).

Y por si fuera poco, es a una mujer, María de Magdala, a quien se aparece y habla una vez Resucitado (Jn 20: 1-18). Cristo, nos recuerda San Juan Pablo II, “fue ante sus contemporáneos el promotor de la verdadera dignidad de la mujer y de la vocación correspondiente a esta dignidad” (6).

Ejemplos hay muchos otros, pero en todos, se visibiliza el papel que hemos venido desempeñando dentro de la Iglesia: un servicio comprometido y solidario, teniendo claro que la esencia de la fraternidad y la amistad, que como bien señala el Papa Francisco en la Encíclica Fratelli Tutti, es esa que permite “reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde habite” (7).

Pero esa entrega solidaria también requiere que las mujeres tengan la oportunidad de hablar y ser escuchadas, de compartir equitativamente las responsabilidades en el hogar y la familia, de tomar parte en las decisiones que nos afectan directamente, porque parece que muchas veces, nos quedamos afuera o relegadas, igual a como se sentía la mujer de Samaria.

Ya lo señalaba el Concilio Vaticano II en su mensaje a las mujeres: “ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud, la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzado hasta ahora. Por eso, en este momento en que la humanidad conoce una mutación tan profunda, las mujeres llenas del espíritu del Evangelio pueden ayudar tanto a que la humanidad no decaiga» (8).

Construyendo sociedades más justas

Hemos escuchado desde nuestra niñez, que María es ejemplo de la perfecta vida cristiana: alegría, escucha, servicio. La Virgen siempre supo reprender con firmeza y ternura al mismo Jesús, cuando lo encontró en el templo; servir, como cuando visitó a su prima Santa Isabel; supo también en qué momento hablar e interceder ante su Santísimo Hijo por los demás, como en las bodas de Caná; guardar silencio amoroso y obediente a los pies de la Cruz y siempre, siempre supo decir sí al Señor, confiando y esperando, “guardando todas las cosas en su corazón”.

En Costa Rica, mujeres católicas han desempeñado roles importantísimos y aportaron, ya sea con sus acciones o con su capacidad de incidir en quienes tenían a su cargo la toma de decisiones, hechos que han marcado la historia nacional.

Bastará un ejemplo: en 1871, se decretó la abolición de la pena de muerte durante la administración del general Tomás Guardia Gutiérrez; su esposa, doña Emilia Solórzano Alfaro, Primera Dama de la República, es considerada la persona que influyó sobre su esposo para que tomara la decisión, trascendental por su significado en cuanto a la época (siglo XIX) y el manifiesto respeto a la vida, sobre todo si tomamos en consideración que es una práctica que sigue instalada en muchos países.

En virtud de ello, doña Emilia fue declarada como Benemérita de la Patria por la Asamblea Legislativa de Costa Rica, la más alta distinción que se otorga a una persona, en reconocimiento a los aportes realizados al país; fue además la primera mujer a la que se otorgó esa distinción.

A ejemplo de María Santísima, las mujeres pueden y deben asumir con amor, responsabilidad y entrega, muchas de las tareas en nuestras sociedades y organizaciones, incluidas las de la Iglesia.

El Papa Francisco ha tomado una decisión inédita e histórica, al nombrar por primera vez a una mujer como subsecretaria del Sínodo de Obispos, la hermana Nathalie Becquart, que tendrá voz y voto, con la responsabilidad de asesorar en temas complejos y ayudar a tomar decisiones clave.

El cardenal Mario Grech, que encabeza el Sínodo, indicó que desde hace varios años, se ha venido enfatizando la necesidad de que toda la Iglesia reflexione sobre el lugar y el papel de la mujer dentro de la Iglesia y que el propio Papa Francisco ha destacado la importancia de que las mujeres se involucren más en los procesos de discernimiento y toma de decisiones.

Los cambios vendrán -dijo el cardenal- a medida que más hombres y mujeres jóvenes, pidan la igualdad; no se podrá decir que existe una verdadera colaboración en todos los niveles de la iglesia “hasta que haya más mujeres en puestos de liderazgo y procesos de toma de decisiones” (9).

No es ninguna novedad que muchísimas mujeres a lo largo de la historia hayan entregado su vida, la mayoría de las veces en silencio, a diversas obras y organizaciones humanitarias, preocupadas siempre por el bienestar y cuidado de la casa común.

Es imperativo, por lo tanto, visibilizar los aportes y habilidades que históricamente han desarrollado las mujeres, no solamente aquellas relacionadas con la empatía y el cuidado, sino también el impacto positivo que sus liderazgos y su participación han tenido siempre. Los valores y creencias cristianas impregnan cada una de las decisiones que toman y de las actividades que desarrollan las mujeres católicas.

Sin embargo, muchas veces, al igual que la Marta del Evangelio, permanecemos afanadas en los quehaceres, en las tareas y no disponemos ni del tiempo ni de los espacios para liderar, para decidir.

Conocemos lo que nos afecta a nosotras y a nuestras familias; tenemos claridad sobre lo que nos preocupa, lo que le duele a nuestros hijos e hijas. No en vano, son mujeres las que suelen estar a cargo y participar activamente de los servicios en las comunidades, las que corren a preparar la comida en los albergues cuando se enfrentan desastres naturales, las que acogen, las que acompañan. Las mujeres estamos llamadas a ocupar posiciones de liderazgo y a ser parte de la toma de decisiones, no a quedarnos relegadas; hemos demostrado tener el compromiso, la fuerza y la sensibilidad para hacerlo.

San Juan Pablo II señala que “la presencia de María estimula en las mujeres los sentimientos de misericordia y solidaridad con respecto a las situaciones humanas dolorosas, y suscita el deseo de aliviar las penas de quienes sufren”. El Santo Padre señala que en virtud de su vinculación con la Santísima Virgen, la mujer ha representado a lo largo de la historia “la cercanía de Dios a las expectativas de bondad y ternura de la humanidad herida por el odio y el pecado, sembrando en el mundo las semillas de una civilización que sabe responder a la violencia con el amor” (10).

Es por eso que estamos llamadas, en consonancia con los orígenes mismos del cristianismo, las encíclicas y exhortaciones, principalmente las elaboradas bajo el pontificado de San Juan Pablo II y su Santidad Francisco, a evidenciar un papel activo y propositivo en la construcción del Reino, siendo hermanas y compañeras en la historia de la salvación.


  1. Carta Encíclica Fratelli Tutti del Santo Padre Francisco sobre la Fraternidad y la Amistad Social. 2020.
  2. Organización Internacional del Trabajo. El Trabajo de Cuidados y los Trabajadores del cuidado. Para un futuro con trabajo decente. 2018.
  3. Encuesta Nacional de Uso del Tiempo. Instituto Nacional de Estadística y Censos, IDESPO – UNA, Instituto Nacional de las Mujeres. 2017.
  4. Das Flores, J. (2020). Género, cuarentena y Covid-19: para una crítica del trabajo doméstico. CLACSO.
  5. Rodríguez, C., Alonso, V., Marzonetto, G. (2020). En tiempos de coronavirus, el trabajo de cuidado no hace cuarentena. CLACSO.
  6. Carta Apostólica Mulieris Dignitatem del Sumo Pontífice Juan Pablo II, sobre la dignidad y la vocación de la mujer con ocasión del Año Mariano. 1988.
  7. Carta Encíclica Fratelli Tutti del Santo Padre Francisco sobre la Fraternidad y la Amistad Social. 2020.
  8. Concilio Vaticano II. Mensaje del Concilio a las mujeres. 8 de diciembre de 1965
  9. Wooden, C. (2021). Al nombrar subsecretarios para el sínodo, el papa da voto a una mujer, en Catholicreview.org
  10. Santa Sede (1995). Audiencia general de su Santidad Juan Pablo II, miércoles 6 de diciembre de 1995.

Argentina Artavia Medrano, profesora e investigadora de la Universidad de Costa Rica y miembro de la Academia Latinoamericana de Líderes Católicos