La Iglesia que queremos


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Se me ha pedido que aborde el tema de la Sinodalidad a lo que accedí, aunque reconozco humildemente que mi opinión es tan sólo la de un laico interesado y preocupado por el futuro de la Iglesia que no puede dejar de expresar su máximo entusiasmo por esta iniciativa del papa Francisco y su pontificado.



 Un poco de historia

En uno de los textos más importantes de su magisterio – el discurso pronunciado el 17 de octubre de 2015 durante el segundo Sínodo sobre la familia, con motivo del 50º aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos – el Papa Francisco trazó claramente el camino de la sinodalidad como llamada de Dios a la Iglesia en el siglo XXI: ” “El mundo en el que vivimos, y que estamos llamados a amar y servir también en sus contradicciones, exige de la Iglesia el fortalecimiento de las sinergias en todos los ámbitos de su misión. Precisamente el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio”.

Pero ya el Concilio Vaticano II, en la Constitución Dogmática de la Iglesia –’Lumen gentium’– revela la necesidad de contar con una comunidad de fieles: “La totalidad de los fieles, que tienen la unción del Santo (cf. 1 Jn 2,20 y 27), no puede equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando ‘desde los Obispos hasta los últimos fieles laicos’ [22] presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres. Con este sentido de la fe, que el Espíritu de verdad suscita y mantiene, el Pueblo de Dios se adhiere indefectiblemente «a la fe confiada de una vez para siempre a los santos» (Judas 3), penetra más profundamente en ella con juicio certero y le da más plena aplicación en la vida, guiado en todo por el sagrado Magisterio, sometiéndose al cual no acepta ya una palabra de hombres, sino la verdadera palabra de Dios (cf. 1 Ts 2,13)”.

Retrocediendo más en el tiempo podemos encontrar que, como nos recuerda Nathalie Becquart (Subsecretaria del Sínodo de los Obispos) “. Tiene su origen en la tradición de la Iglesia de los primeros siglos y en los escritos de los Padres de la Iglesia. Esta visión, a través del movimiento teológico del “retorno a las fuentes”; considera a la Iglesia como un pueblo en camino, peregrina en esta tierra, y como una realidad que siempre debe reformarse.”

La necesidad de la reforma

La necesidad sentida de la reforma de la Iglesia (3er milenio), que viene desde el Concilio Vaticano II, a través de la participación de la comunidad, a diferencia de lo que ocurría hasta ahora, es un imperativo que debe aplicarse urgentemente.  La comunidad de fieles debe analizar y discutir abiertamente las deficiencias, los desajustes y las desviaciones de la Iglesia en relación con la sociedad en la que está inserta, ” no pudiendo negar la realidad, ni situarse fuera del tiempo y del espacio” (Nathalie Becquart, Subsecretaria del Sínodo de los Obispos).

Esta necesidad está cimentada en las declaraciones del papa Francisco que siente que la Iglesia tiene el imperativo de reformarse y actualizarse, sobre todo ahora que estamos en el tercer milenio, y contar con la participación de todos sus fieles para formar parte del cuerpo de la Iglesia, pudiendo discutir y analizar sus problemas, las carencias y desviaciones que la Iglesia ha experimentado a lo largo de los años y ayudar a construir una Iglesia mejor y más transparente, basada sobre todo en la “escucha”.

Como escribe el Padre Emanuel Silva (sacerdote diocesano de Portalegre – Castelo Branco). en “La Iglesia y el mundo”:  “La gran ayuda de la sinodalidad en la Iglesia es, pues, animar y orientar la evaluación de la actuación de la propia Iglesia y regular su vida. Además del vasto fenómeno de la secularización y del laicismo, la “vida eclesial” se enfrenta hoy a lo que podemos llamar “asociacionismo”, que es diferente del asociacionismo positivo. Mientras la segunda promueve una actividad conjunta, la primera sólo promueve un grupo cerrado en sí mismo (asociaciones cerradas en sí mismas en motivaciones, actividades y objetivos).

Consolidación de la idea de cambio

Esta necesidad de reforma se ve reforzada por las dificultades que se viven en un momento de pandemia y agravada por el recrudecimiento de los ataques y denuncias de escándalos (males del clericalismo), como definió el papa Francisco en su carta a los católicos chilenos (mayo 2018).  “…tenemos que enfrentarnos a un verdadero cambio del mundo, que también cambia nuestra Iglesia” (Natalie Becquart, Subsecretaria del Sínodo de los Obispos) que continúa “…  En conclusión, podemos ver que la diversidad de prácticas litúrgicas suscitadas por esta pandemia nos ha hecho notar algunas tensiones en torno a la Eucaristía, tensiones que nos muestran cómo tanto los laicos como los sacerdotes están realmente divididos en estos temas. Estas tensiones revelan la complejidad de una situación en transición, marcada por la coexistencia de dos modelos eclesiales. La primera, que tiene sus raíces en la época anterior al Concilio Vaticano II y que se ha desarrollado a lo largo de los siglos, propone una visión del sacerdote centrada en el culto. Aquí el sacerdote se define principalmente por su relación con la Eucaristía, vista principalmente como un sacrificio. La Iglesia se define, así como una sociedad perfecta y jerarquizada, y el sacerdote se convierte en un hombre sagrado, separado de los laicos. El segundo modelo, anclado en la eclesiología del Concilio Vaticano II, que vuelve a poner en el centro la vocación bautismal común de cada bautizado, presenta a la Iglesia como un misterio de comunión. Esta visión de la Iglesia sitúa al sacerdote en medio del pueblo de Dios, en una relación intrínseca con la comunidad…Reforma que se hace aún más necesaria y urgente a raíz de la crisis de los abusos sexuales, de la que cada vez descubrimos más su alcance, hecho que exige un verdadero cambio para hacer de la Iglesia una casa segura, erradicando toda forma de abuso”.

La Iglesia del tercer milenio: la Iglesia del futuro que todos queremos

La Iglesia del futuro debe abrirse a la comunidad de los fieles, haciéndola más eficaz y transparente en sus procesos y reflexiones.  Esta transformación que exige caminar juntos con todos sus miembros, más transparentes y participativos, busca un objetivo claro de encontrar una fórmula que se adapte a este nuevo milenio y a los tiempos que corren, es decir de una nueva Iglesia – La Iglesia Sinodal, que consiste en “caminar juntos – una Iglesia donde todos, laicos, pastores, Obispo de Roma, caminan juntos…”.

“Esto no es un episodio más, una epopeya, es un dinamismo permanente de la Iglesia una, santa, católica y apostólica”. Como también “… no es una opción echarse en brazos del mundo o de su estilo y caer en el relativismo” (P. Emanuel Silva en La Iglesia y el mundo).

“El camino de la sinodalidad es precisamente el camino que Dios espera de la Iglesia del Tercer Milenio”. Papa Francisco.

En este contexto, la sinodalidad representa el camino principal para la iglesia, convocada a renovarse bajo la acción del Espíritu y gracias a la escucha de la Palabra.  La capacidad de imaginar un futuro diverso para la Iglesia y para las instituciones a la altura de la misión recibida depende en gran parte de la decisión de comenzar a poner en práctica procesos de escucha, de dialogo y de discernimiento comunitario, como nos dice el documento preparatorio del Sínodo.

Estructura y calendario propuestos por el Vaticano (2021/2023)

  • Estructuras representativas de los fieles (laicos) y del clero: La nueva Iglesia, fruto de esta reflexión encontrada en el camino juntos, debe encontrar nuevas estructuras representativas, como alternativa a la estructura tradicional de laicos, diáconos y sacerdotes (Iglesia clerical), incluyendo a todos los fieles (bautizados). Estas nuevas estructuras deben tener en cuenta las características y especificidades de la cultura, el continente y el país en el que viven, además de integrar a todas las comunidades consagradas y no sólo la estructura jerárquica como hoy la conocemos. Difícilmente puede haber un modelo que sirva para todas las culturas y todos los continentes.

 

  • Etapas previstas en el calendario: Según el programa establecido, la Iglesia celebrará en octubre de 2023 una nueva Asamblea del Sínodo de los Obispos con el tema “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. Este tema se desarrollará en tres etapas: diocesana, continental y universal.Con anterioridad y con calendarios diferentes, tanto en los países como en las distintas diócesis, el plan general de trabajo se inició con la apertura del proceso sinodal en Roma, los días 9 y 10 de octubre de 2021, al que se ha seguido, en cada diócesis, el 17 de octubre. La fase diocesana, de octubre de 2021 a abril de 2022, tiene como objetivo consultar al Pueblo de Dios, es decir, “escuchar” a todos los bautizados. Será responsabilidad de cada Obispo diocesano nombrar personas y equipos para coordinar y dinamizar el proceso hasta 2023. Estos equipos deberán elaborar propuestas para cada diócesis antes de finales de marzo de 2022, que serán examinadas en una reunión pre-sinodal en abril. De ahí saldrá un grupo que se encargará de elaborar una síntesis global de las aportaciones de las diócesis, que se enviará a las conferencias episcopales y que tratará de elaborar un documento final – Instrumentum laboris – antes de junio de 2023.  Finalmente, y una vez llegada la fase de la Iglesia universal, en octubre de 2023, la Secretaría General del sínodo enviará el segundo Instrumentum laboris a los participantes de la Asamblea del Sínodo de los Obispos que serán los encargados de deliberar sobre las propuestas presentadas.

Nuevo modelo de Iglesia

La Iglesia del futuro que se desea – Dinámica, Participativa y Transparente- bajo el lema “Comunión, participación y misión” debe, obligatoriamente, adoptar un nuevo modelo.

“El Sínodo en la Iglesia es un instrumento que promueve, sobre todo, una mejor y más adecuada planificación de la acción evangelizadora para una mejor realización de la misión de toda la Iglesia: consolidación del tejido organizativo; adecuación de la evangelización y del Clero a la nueva realidad social (inculturación); actualización de la práctica religiosa como paso de una piedad privada e individual a una espiritualidad y piedad litúrgica y comunitaria; revitalización del tejido eclesial en general: distribución de tareas, análisis de contextos, motivación para la participación de todos con lo que le es propio” (P. Emanuel Silva en La Iglesia y el mundo).

Este nuevo modelo participativo de la Iglesia de hoy motivará, sin duda, a los más jóvenes, a las mujeres, a los pobres y atraerá su entusiasmo y voluntad de participar y colaborar en las tareas de la Iglesia y en su misión evangelizadora.

En este ámbito concreto, la Iglesia en Europa está experimentando un creciente distanciamiento de los miembros más jóvenes de la sociedad y esto es motivo de gran preocupación. En el país donde vivo y nací, puedo afirmar con orgullo que, aunque cada vez hay menos fieles, somos el segundo país europeo con mayor participación de los jóvenes en el culto de la religión cristiana.

Caminar juntos, cogidos de la mano para ayudar a resolver los problemas de la Iglesia y la salvación de la humanidad.

Caminar juntos, unidos por una Iglesia más actual, más participativa y transparente. Caminar juntos por una Iglesia del diálogo y del encuentro.

Caminar juntos por una Iglesia de la escucha y del discernimiento.

Solo el amor, la caridad, la solidaridad y la comunión pueden salvarnos, según el mensaje permanente del Papa Francisco.

Caminemos juntos y glorifiquemos el nombre de Dios.


Por Francisco Roumier Ribeirinho. Lisboa – Portugal. Vicepresidente de la Comisión Ejecutiva del Instituto Amaro da Costa y miembro de la Academia Latinoamaricana de Líderes Católicos.