La Semana Santa de este año jubilar trae condiciones particularísimas en la historia de la humanidad. Ideales no alcanzados, discursos de odio que se traducen en conflictos y guerras, el descarte de tantos, el desprecio de muchos, la vulnerabilidad de pueblos enteros sometidos, — al menos en América Latina hacemos gala de tres férreas dictaduras —, ante la indiferencia y complicidad de los vecinos.
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Por eso, la propuesta de hacer una lectura de la historia y de la vida en clave pascual, un poco en un símil al exitoso libro de José Luis Martín Descalzo, ‘Siempre es Viernes Santo’, porque el mundo sigue en ese tránsito, en ese paso de la muerte a la vida, que sostiene la existencia misma.
La enfermedad del papa Francisco, la incertidumbre sobre el futuro, la manía de ver a la Iglesia como un juego de poder entre vencedores y vencidos, síntomas de que la Pascua sigue siendo necesaria, de que la vida y la unidad del Resucitado seguirán en el horizonte.
El hoy oscurecido
Los conflictos internacionales, como se ha dicho, la guerra a pedazos, los movilizados, los sintecho, los sin tierra, los que siguen siendo la presencia oculta del hombre herido, al borde del camino, en espera de un buen samaritano. La humanidad caída que ha sido rescatada por ese extraño en el camino.
Más aún, los países que ven de manera crónica profundizar sus problemas; perdonen lectores la insistencia, pero mi país Venezuela vive desde hace mucho tiempo momentos oscuros, con nubes en el horizonte que nublan la mirada en el futuro, en el que tambalea incluso los ánimos y las esperanzas.
Sometidos, expatriados, expulsados, discriminados, rechazados, somos muchos los que conocemos esto y más, y la vivencia de la Pascua se hace urgente, y únicamente necesaria, como remedio y consuelo.
Derribados, pero no aniquilados
Por eso, ante las puertas de la Semana Santa, un poema – oración de Chiara Lubich, que pone en boca del Movimiento de los Focolares, pero que de seguro dona a la Iglesia, al mundo, y me atrevo a decir a Venezuela, y tantos otros mártires de esta historia nuestra, en cada llanto, en cada lágrima, en cada sensación de opresión:
“Estamos cansados, Señor,
¡estamos cansados bajo la cruz!
y cada pequeña cruz,
nos parece imposible llevar las más grandes.
Estamos cansados, Señor,
¡estamos cansados bajo la cruz!
Y el llanto nos inunda la garganta
y bebemos lágrimas amargas.
Estamos cansados, Señor,
¡estamos cansados bajo la cruz!
Acelera la hora de llegar,
que aquí para nosotros
ya no hay ocasión de alegría;
no hay más que desolación.
Porque el bien que amamos
está todo allá.
Y aquí.
Estamos cansados, demasiado cansados
bajo la cruz.
La Virgen está al lado,
bella, pero afligida criatura.
Que ella auxilie en su soledad
la nuestra de ahora”.
Que brille la vida,
que brille la resurrección,
que brille en la historia,
porque la oscuridad pasará
y de nuevo saldrá el sol.
Chiara Lubich.
Por Rixio G Portillo R. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey.
Foto: PixaBay.