El papa Francisco ha declarado este 2025 como un año especial en el que tenemos la oportunidad, como personas y como humanidad, de viajar muy adentro de nosotros mismos, renovarnos, perdonarnos, reconectarnos y preñarnos de esperanza y alegría, que parecen extintas.
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Como todo soplo del Espíritu Santo, no es casualidad que coincida con tanta incertidumbre y temor que conllevan los cambios políticos, los líderes complejos que nos gobiernan, la irrupción en lleno de la inteligencia artificial y tantos fenómenos que ponen en jaque la vida de todos.
Ojo con la brújula
Ciertamente, este año se abren lugares sagrados que son dignos de visitar; sin embargo, no podemos errar en el rumbo del viaje y creer que el Jubileo es ocasión de turistear. El periplo que debemos recorrer es a la hondura perdida bajo capas de consumo, vértigo, individualismo, ruido, sectarismo, violencia y muchos males que nos han hecho olvidar que somos hijos/as de Dios y hermanos que vivimos en el mismo hogar. Es en esas profundidades del espíritu donde podemos encontrar las pistas para aprender a amar incondicional, gratuita y tiernamente otra vez. Es en esos derroteros donde podemos auscultar las formas de cuidarnos recíprocamente, complementarnos en la diversidad y vincularnos al modo que Jesús nos enseñó.
¿De qué se trata entonces? Esta fiesta de amor y perdón puede ser un punto de inflexión en nuestras vidas, una oportunidad para abrir las puertas que realmente pueden transformarnos y renovar la humanidad desde dentro. El Jubileo puede ser la fuerza contraria a la desesperanza que cunde por todas partes ante tantos cambios y la incertidumbre que generan. Sin embargo, para que eso suceda, debemos tomarlo en serio, aplicarnos y vivirlo a conciencia para que dé los frutos que necesitamos. Yo al menos andaba distraída hasta ahora.
Explicación pero no excusa
En el hemisferio sur, enero y febrero son meses de verano, y es fácil que la cabeza y el espíritu se “llenen de arena” y que las preocupaciones se diluyan con el descanso. Un tiempo quizás justo y necesario para recuperar energías, pero ya se nos acerca marzo, y con él la oportunidad de encarnar esta bendición. Que el Jubileo 2025 no se nos vaya a pasar de largo y que sea prioridad en la agenda como norte de conversión y conversación. Y, si se trata de un viaje humano, la lógica de un viaje real nos puede ayudar:
- Estudiar “dónde vamos a ir”: quizás, hace 25 años, estábamos “en otra” y vivimos un Jubileo en la más completa ignorancia. Este 2025, sin embargo, podemos estudiar sus orígenes, su propósito, su carisma particular, el sentido de cada hito y rito que se realiza.
- “Preparar las maletas”: habrá que revisar a fondo el “clóset” del alma y ordenarlo bien para ver qué vamos a llevar y qué no. Quizás este es el mejor regalo de Dios para dejar malos hábitos, sentimientos negativos, afectos desordenados, rencores, culpas y otras actitudes que no nos permiten amar(nos) ni amar plenamente.
- Invitar a otros a unirse: viajar solo es posible, pero siempre será más enriquecedor sumar la experiencia, mirada, sensibilidad y dones que otros tengan para viajar a este Jubileo interior con la mayor fecundidad posible. Se pueden incluir libros, videos, acompañantes espirituales, sacramentos y todo lo que le saque provecho a este 2025.
- Planificar los hitos fundamentales: cada fecha del calendario litúrgico se reviste de un aura única, por lo que podemos vivir la Cuaresma, la Semana Santa y todo lo demás como si fuese la primera vez y dejar que el Espíritu Santo se apodere de nosotros.
- “Compartir” el viaje: así como muchos comparten sus videos y fotos turísticos, habrá que compartir con alegría todo lo que nos vaya pasando en el alma con este año jubilar. Crecimientos, reencuentros, aceptación, desapegos, aprendizajes, oraciones, retiros o canciones pueden ser las puertas que otros necesitan para animarse a participar.
Yo quiero vivir este Jubileo con todo el amor y el entusiasmo que merece; creo que es una bendición participar de él y llenarme de esperanza para compartirla con los demás. Con ella, ningún cambio ni incertidumbre podrá quitarme la alegría y la paz.