Alberto Royo Mejía, promotor de la Fe del Dicasterio para las Causas de los Santos
Promotor de la fe en el Dicasterio para las Causas de los Santos

La familia Rugamba, del fracaso matrimonial a la santidad


Compartir

Hay casos en los que no hace falta hacer una presentación larga sino simplemente dar paso a un testimonio de vida –y de muerte– que es tan significativo por sí mismo que sobran las palabras. Uno de ellos nos lleva a Ruanda, país sufriente en el siglo XX como pocos otros: allí encontramos a la familia Rugamba. Fueron asesinados el 7 de abril de 1994, junto con seis de sus diez hijos, un día después que el asesinato del Presidente Habyarimana –fue derribado el avión en el que viajaba junto con el presidente de Burundi– provocara lo que ha quedado tristemente registrado en la historia como el genocidio ruandés.



Compartieron el destino de otras más de 800.000 víctimas del desenfreno asesino entre las poblaciones hutu y tutsi, y ahora el matrimonio Cyprien y Daphrose Rugamba con toda su familia va camino hacia los altares, como testigos del Evangelio en su vida conyugal. Durante su visita a África, en septiembre de 1990, Juan Pablo II había expresado su intención de canonizar a un matrimonio. El Papa Wojtyla no había tenido ocasión de conocer a los Rugamba, pero más tarde pensó en ellos como un ejemplo para proponer a la Iglesia, como explicó el que fue embajador de Ruanda ante la Santa sede, François-Xavier Ngarambe.

Hoy toda la familia está en proceso de canonización como modelo de familia, testigos del amor de Cristo hasta la muerte. Pero los Rugamba no siempre fueron una familia feliz ni ejemplar –ni mucho menos– sino al contrario, durante años fueron una familia sumergida en los problemas, que incluyeron el adulterio, el desamor, el rencor y la separación. Sin embargo, el perdón como fruto de la fe cristiana fue más poderoso que todos esos problemas.

Cyprien había nacido en Cyanika (Ruanda) en 1932. En 1948, tres años después de que el final de la guerra mundial llevase al país a ser controlado por las Naciones Unidas con administración belga, ingresó con 16 años en el seminario menor de Kabgayi. Tras terminar los estudios en él, con 22 años, en 1954 ingresó en el seminario mayor de Nyakibanda. Paradójicamente, mientras estudiaba filosofía existencialista en el seminario, perdió la fe y abandonó el seminario. Entre 1960 y 1962 estudió historia en Burundi y más tarde fue a Bélgica para continuar sus estudios, mientras que su espíritu se aleja totalmente de aquella fe que años le había llevado a pensar en el sacerdocio.

Familia Rugamba2

Durante estos años Cyprien se enamora de Xaverine, una chica de su pueblo, y según la costumbre local sus respectivas familias se ponen de acuerdo y se concierta la boda. Sin embargo, son los años de las primeras masacres étnicas posteriores a la independencia del país y Xaverine muere durante una de ellas. A causa de la pérdida Cyprien cae en depresión y durante dos años se refugia en la escritura, su único consuelo; tiene talento para la poesía, la música, la coreografía y las formas ancestrales del arte ruandés.

Una vez más según la costumbre local, es la familia de Cyprien la que le buscará una segunda esposa y la encuentran en otra joven del mismo pueblo, precisamente una sobrina de Xaverine, llamada Daphrose, de este modo, el acuerdo matrimonial entre las dos familias sigue cumpliéndose. Daphrose había nacido en 1944, en el seno de una familia de fuerte tradición cristiana, en la que la oración familiar diaria era parte fundamental de la vida. Asistió al colegio con las Hermanas Blancas (misioneras de Nuestra Señora de África), donde obtuvo una sólida formación. Cuando el país obtuvo la independencia en 1962, ella tenía dieciocho años e inmediatamente comenzaron las masacres interétnicas, la familia de Daphrose, como muchas otras, fue deportada, su padre enfermó y murió, y su hermana fue asesinada. Mientras tanto, Daphrose se convirtió en profesora de primaria.

Malos comienzos

Daphrose y Cyprien celebran su matrimonio en 1965 y los comienzos no pueden ser peores, pues él no consigue curarse de la herida causada por la muerte de su primera prometida; para empeorar las cosas, su primer hijo muere poco después de nacer. El segundo, Olivier, nace en 1967 y en unos años llegarán a tener diez, varios de ellos adoptados. Sin embargo, esos tiempos felices todavía están lejos, todavía quedan 15 años de infelicidad conyugal. Poco después del nacimiento del segundo hijo, Daphrose, como suele ocurrir en las aldeas rurales ruandesas, sin ninguna razón en particular o por alguna que no conocemos, va a ser acusada de brujería. Cyprien, por desgracia, cree las acusaciones y repudia a su mujer, obligándola a dejar el hogar familiar y volverse con los suyos.

El hijo, que según la cultura local pertenece a su padre, se queda con él y Daphrose siente una inmensa humillación y sufrimiento, pues sabe que es inocente. Durante este tiempo de separación Cyprien, que por su parte se siente ofendido y traicionado, es infiel a su mujer, de la que se consideraba libre. Sin embargo, más tarde las acusaciones contra Daphrose resultan ser infundadas y Cyprien siente que ha cometido un gran error, por lo que la acoge de nuevo en su casa, pero no tiene el valor ni el deseo de disculparse por no haberla creído y haberla abandonado. Sabe que se ha equivocado, pero se limita a mantener una relación más o menos cortés con su esposa. Ella, en cambio, guiada por su fe, desea perdonar a su marido por lo que le ha hecho, incluso sin que él se lo pida, recordando las setenta veces siete que dijo Jesús cuando Pedro le preguntó cuántas veces tenemos que perdonar.

Daphrose en este tiempo pide insistentemente a Dios el poder del perdón y reza por él. Con el consentimiento del marido, responsable según la tradición local de la educación de la prole, lleva a sus diez hijos a misa, para que no influya en ellos la frialdad de su padre, a la vez que disimula para que no se enteren que él sigue todavía manteniendo varias relaciones fuera del matrimonio, que considera solamente algo fingido. De una de estas relaciones extramaritales nace una niña, a la que Daphrose acogió e en casa como a una hija, aceptando esta nueva humillación y sin dejar de rezar por su marido. Mientras tanto, Cyprien se iba labrando un futuro importante. Siendo ya un intelectual respetado, en 1973 se convertirá en director del Centro Nacional Ruandés de Estudios Científicos de Butare y sus estudios le convencerán cada vez más de que el pueblo de Ruanda es uno solo, no hay raíces étnicas o culturales diferentes, sino un solo pueblo, entrelazado por lazos de parentesco.

Familia Rugamba

De repente en 1980 Cyprien cae enfermo y se convierte en una persona no autosuficiente, su enfermedad es un rompecabezas para los médicos, que no consiguen diagnosticarla con precisión. Daphrose, por su parte, ha conocido a un grupo de la Renovación Carismática en el que encuentra apoyo y consuelo. Su oración crece y se intensifica y esto le da una fuerza extraordinaria, que le permite dedicarse completamente a su marido a pesar de las heridas y humillaciones que ha sufrido por parte de él y de una petición de perdón que nunca ha llegado de su parte. Cyprien, al ver la fe de su esposa y su sacrificio generoso que él es consciente de no merecer, empieza poco a poco a vacilar en su incredulidad, mientras ella reza con insistencia por su recuperación.

Y la curación llega de modo inesperado cuando Cyprien regresa a Bélgica para intentar curarse, al no encontrar solución en Ruanda. Allí ocurre algo extraordinario, que no tendrá que ver con ningún tratamiento: de repente un día siente un extraño calor y sus síntomas incapacitantes desaparecen. Cyprien se da cuenta de que lo ocurrido es fruto de las oraciones de su mujer y de su grupo de oración y experimenta una conversión radical. Esta experiencia le lleva a pedir perdón a Daphrose y a romper con las costumbres de su pueblo, no avergonzándose de hacer gestos públicos de afecto hacia su mujer. Por primera vez la familia conoce una felicidad que no habían conseguido ni atisbar en más de 17años.

La vida de los Rugamba va a cambiar radicalmente, se trasladan a Kigali, la capital del país y su ciudad más poblada, donde Daphrose abre un pequeño negocio en el que ve que con frecuencia los niños de la calle le robaban patatas, esto le hace darse cuenta de su estado de pobreza. Cyprien y Daphrose descubren que en Kigali hay muchos niños que viven en la calle, abandonados a su suerte, y deciden ocuparse de ellos, para ellos fundan en 1992 un centro para alimentarles donde acogen a decenas de ellos. En 1989 conocen la Comunidad del Emmanuel, movimiento carismático francés del que el Papa Francisco aprobó recientemente la heroicidad de las virtudes de su fundador, el laico Pierre Gursat  (1914-1991)

Cyprien_and_Daphrose_Rugamba

Con esta comunidad los Rugamba peregrinan a Paray-le-Monial, en la Borgoña francesa y, de vuelta a casa, crean un grupo de oración semanal en su domicilio, de este modo, el Emmanuel inicia oficialmente sus actividades en Ruanda. Agnes Kamatali, amiga íntima de la familia, aún habla de ellos con palabras de gran afecto: “Durante las misas y las reuniones comunitarias, no dejaban de recordarnos que debíamos amarnos los unos a los otros y perdonar a quienes nos hicieran daño, porque ellos también son “’hijos de Dios’”.

Pero la historia fatigosa de Ruanda continúa y la independencia de Bélgica, lograda en 1962, provocará desgraciadamente fuertes tensiones étnicas entre hutus y tutsis. El primer presidente ruandés es Grégoire Kayibanda quien, a nivel internacional, tuvo una política pacífica estableciendo relaciones con más de cuarenta países. A nivel doméstico no estuvo exento de corrupción y de las purgas a los tutsi, la primera en 1963 en respuesta a una invasión de tutsis desde Burundi, y generando a su vez una diáspora Tutsi. A principios de los setenta, tras una matanza de hutus en Burundi, Kayibanda es sacado del poder por los militares encabezados por Juvénal Habyarimana.

Exterminio

En julio de 1990 Habyarimana accede al multipartidismo. En octubre de ese mismo año, Ruanda es invadido por guerrillas de tutsis provenientes de Uganda, país donde fueron parte del Ejército de Resistencia Nacional liderado por Yoweri Museveni quien derrocara al presidente Milton Obote en 1986. El ejército ruandés es apoyado por franceses y congoleses pero la tenacidad tutsi prolongará el conflicto bélico.

El 12 de julio de 1992 se logró un cese al fuego firmado en Tanzania; para esa fecha el gobierno de Habyarimana había creado las milicias paramilitares hutus de los Interahamwe, quienes estarían preparados en su momento dado para una nueva masacre de tutsis. Las invasiones continuaron aún después del tratado de Arusha y el sentimiento antitutsi fue estimulado a nivel nacional. El presidente firma un acuerdo de paz en 1993 seguido por un despliegue de tropas de la Organización de las Naciones Unidas en la capital.

Ese mismo año el avión donde viajaban Habyarimana y presidente de Burundi Cyprien Ntaryamira es derribado. Como reacción se desatarán los hutus Interahamwe aniquilando prácticamente casa por casa a tutsis y hutus moderados, comenzando por la primera ministra, Agathe Niringirimana (de origen tutsi), y sus guardaespaldas belgas. En dos meses fueron exterminados alrededor de 800 000 personas, en su mayoría tutsis.

“Somos una etnia, Jesús”

Cyprien era consciente de que la división entre hutus y tutsis era totalmente infundada. Estaba convencido de que sólo hay hijos de Dios. Sentía que debía hacer algo para propagar este mensaje. Utilizará los talentos que el Señor le ha dado: escribe libros, poemas, compone canciones, se hace famoso en su país. Pone en peligro su propia seguridad porque sabe que declararse cristiano es muy peligroso en el clima de tensión interétnica existente. De este tiempo se hace famosa una frase suya, pero por desgracia es poco seguida incluso en muchos ambientes de Iglesia ruandesa de entonces: “Somos una etnia, Jesús”.

Cyprien se expondrá peligrosamente al aconsejar al Presidente Habyarimana que dejase de registrar la etnia en los documentos de identidad. Lo hizo guiado por su fe, convencido que todos somos hijos del mismo Padre, pero se trató de una petición que no gustó al régimen hutu y que le llevó a la lista negra junto con toda su familia. De hecho, como hemos visto, los Rugamba fueron asesinados –junto con seis de sus diez hijos, una sobrina y una trabajadora doméstica– al día siguiente del asesinato del presidente, día que marcó el inicio del genocidio tutsi ruandés del que ellos fueron las primeras víctimas civiles. Los soldados reunieron en el jardín a los que estaban en la casa en ese momento y les dispararon.

Familia Rugamba3

Presintiendo su muerte inminente tras el terrible magnicidio, habían pasado toda la noche anterior a su muerte en adoración eucarística. Tiempo atrás habían recibido permiso para tenerla en casa y habían convertido el garaje en una capilla donde se detenían largos ratos para rezar en familia. “Si no quieres dejarte llevar por las olas, tienes que zambullirte y nadar hondo. Si no quieres dejarte llevar por el odio, tienes que zambullirte en la oración, en lo más profundo del corazón de Jesús”, escribirá Cyprien.

Daphrose y Cyprien, casados por imposición de la tradición local, marcados por una serie de traiciones y engaños, de perdones no pedidos sino concedidos, sostenidos por la fe en un contexto social peligroso, son ejemplos de un amor que cultivado y acrisolado en el sufrimiento, puede llevar a la realización de lo que parece humanamente imposible: el perdón que genera gratitud y se hace don en la acogida de los pequeños, los hambrientos, los abandonados. Es significativo que el libro publicado en Italia en 2021 sobre la vida y muerte de esta impresionante familia lleve como título: “Familia Rugamba: bailando en el cielo”.

El “baile” de los Rugamba

El “baile” de los Rugamba continúa todavía hoy: el centro de alimentación para los niños de la calle de Kigali, fundado por ellos, sigue existiendo, gestionado por Fidesco, la ONG de la Comunidad Emmanuel, ahora es conocido como CECYDAR (Centro Cyprien y Daphrose Rugamba). “Nos enseñaron a amar a estos niños que están en la calle y que no han recibido amor –explica Jean-Baptiste Ndayambaje, uno de los educadores del centro– fueron capaces de dar todo su afecto a estos niños, y si su misión sigue hoy con nosotros es porque este afecto era contagioso”.