Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

La diversidad: puerta a la salvación


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Nunca deja de asombrarnos la infinita creatividad de Dios al pensar y plasmar su ingenio en el planeta. En cada ecosistema, la flora y la fauna se despliegan como abanicos frenéticos, ansiosos por mostrar sus colores, propiedades, su compleja interacción y evolución, que se extienden mucho antes de lo que podemos dimensionar.



Es solo a través de este profundo entramado de diferentes especies que ha sido posible gestar la vida como una explosión divina, desbordante de amor por la humanidad. Dios experimentó durante millones de años, con infinitos genes, hábitats y alimentos, para que hoy podamos encontrarnos abrazados por un manto de sonidos, diseños, plumas, hojas, raíces, escamas y un sinfín de maravillas que se entretejen “mágicamente” para brindarnos lo que necesitamos y ofrecernos un espectáculo de belleza sin igual. Así es el corazón del Padre/Madre que nos ama de mil formas, desde siempre y para siempre, sabiendo que en esa diversidad se oculta la clave de la vida y su preservación.

Un problema actual

Debemos reaccionar con urgencia ante la desaparición de cientos de animales, plantas y otros seres vivos, una situación exacerbada por la depredación y explotación humana. Sin embargo, el dilema trasciende la esfera de la naturaleza. Los filósofos Thomas Bauer y Byung-Chul Han nos introducen a un fenómeno creciente en nuestra sociedad: una intolerancia cada vez mayor hacia lo diferente, lo que ha incrementado la agresividad y división en países, familias e incluso en las amistades.

Asistimos a una polarización de posturas en ámbitos políticos, religiosos, valorativos y de toda índole, lo que disminuye nuestra capacidad de aprendizaje, apreciación de la belleza y práctica de la democracia en nuestra convivencia. La diversidad se está reduciendo en todos los frentes; lo inesperado y lo atípico son rechazados. Lo contradictorio, misterioso y ambivalente es descartado por generar temor y está siendo reemplazado por una búsqueda de autenticidad, donde ya no es el qué lo que cuenta, sino solo el cómo. Según los autores, en la actualidad, la complejidad, la pluralidad y la diversidad ya no se perciben como un enriquecimiento, y esto podría ser el principio del fin.

Un niño contempla el horizonte desde la cima de una montaña

Cómo recuperar la diversidad

La respuesta a este desafío no es desarrollada por los autores mencionados, dejando en nuestras manos, y desde nuestra perspectiva de fe, la certeza de que podemos mejorar y extraer algo positivo de la experiencia actual. Para revertir la situación descrita, lo primero es ser conscientes del fenómeno, sus causas y las consecuencias personales y sociales que implica. En el fondo, vemos una humanidad angustiada, necesitada de seguridad y control sobre la vida, y carente de un verdadero sentido de existencia. En otras palabras, enfrentamos una humanidad ciega a la existencia de Dios, a su amor, protección, cuidado y a la trascendencia de nuestro espíritu hacia la vida eterna. Como señala Byung-Chul Han, es un temor aterrador a la nada.

  • Encantar y reencantar con la fe: es esencial dar a conocer a Dios/Amor como un camino de vida, de un modo distinto al que hemos practicado hasta ahora. En lugar de imponer nuestras creencias de manera fundamentalista, deberíamos testimoniar con nuestra vida una forma diferente de relacionarnos con los demás y con todo lo creado, de manera más amorosa, respetuosa, significativa, atractiva, coherente y convincente, para inspirar a otros. Solo a través de vínculos que permitan experimentar el amor, puede surgir la búsqueda de Dios.
  • Reconocernos como hijos/as del mismo Dios: debemos identificar las trampas de nuestro ego que busca ensalzarnos o humillarnos frente a los demás, y ser conscientes de nuestra dignidad común como criaturas del mismo Padre/Madre. Debemos validarnos por lo que somos: una manifestación única e irrepetible del Amor.
  • Reconocernos como hermanos: antes de etiquetar o encasillar, es crucial tomarse el tiempo para conocer y darnos a conocer, aprender de la historia y perspectiva del otro, y reconocer que, en la diversidad, todos necesitamos lo mismo: amar y ser amados.
  • Compartir con lo distinto: explorar lo desconocido, tanto física como intelectualmente, es un entrenamiento maravilloso para fascinarnos con la infinita diversidad que nos rodea. Miles de experiencias y rostros están disponibles para expandir nuestra mente y profundizar nuestro corazón.
  • Abrir caminos: en toda conversación o reunión dominada por el fundamentalismo, la indiferencia o una autenticidad mal interpretada, debemos tener el valor y la asertividad para ofrecer otros puntos de vista, matizar y humanizar, con el fin de unir y generar acuerdos.
  • Formarse: frente a la fuerte corriente de homogeneización, es necesario un proceso continuo de autoeducación que permita comprender los fenómenos globales, replicarlos y transformarse o “convertirse”, aunque sea contracorriente o impopular.

Aunque sean pocos los que estén despiertos a esta compleja realidad del mundo actual, podemos actuar como faros en nuestras comunidades, iluminando un camino más nutritivo para convivir con la diversidad.