Beatificado el 20 de mayo de 1990, Pier Giorgio Frassati causó sensación en aquel tiempo por ser un ejemplo de santidad muy diferente a lo que entonces era habitual: se trataba de un joven deportivo, sociable, alegre, bromista moderno, hasta fumaba en pipa (lo que pudorosamente fue cancelado –ya entonces se usaba el Photoshop– de la fotografía oficial de su beatificación porque a algunos les pareció poco ejemplar). Han pasado los años desde aquel día de casi finales del siglo pasado y nos hemos acostumbrado a ver a futuros santos jóvenes y muy de nuestro tiempo, pero Frassati fue un verdadero pionero en este tipo de ejemplos. Recientemente el Papa ha anunciado su canonización, que coincidirá con el jubileo de los jóvenes, el 3 de agosto del año que viene. Le recordamos hoy, destacando un hecho no secundario: la gran impresión que causó en el teólogo alemán Karl Rahner, uno de los más importantes del siglo XX.
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Pier Giorgio había nacido en Turín el 6 de abril de 1901, hijo de Alfredo Frassati, fundador y director del periódico ‘La Stampa’, y de Adelaide Ametis, pintora. La familia era adinerada y no particularmente religiosa, y explica su hermana Luciana que el clima en casa no era el mejor pues vivían como dentro de un cuartel. A pesar de ello, Dios supo encontrar el camino para llegar al corazón de Pier Giorgio: su experiencia escolar en el Instituto Social de los Padres Jesuitas le ayudó a descubrir y crecer en la fe.
Joven activo y lleno de buenos deseos, en poco tiempo pidió ingresar en diversas asociaciones católicas, entre las que no podemos dejar de mencionar las Conferencias de San Vicente de Paúl, la Acción Católica y posteriormente en la FUCI (la Federación Universitaria Católica Italiana). Esta omnipresencia de Pier Giorgio debe leerse a la luz de un fuerte sentimiento misionero y una particular inclinación a la caridad, que animaba al joven, quien por este motivo fue duramente reprochado por su padre, que habría preferido verle sentado en los círculos aristocráticos de la ciudad, en lugar de “holgazanear” por las calles entre los pobres y abandonados. Pero los enfrentamientos con su padre fueron unilaterales: Alfredo calificaba a su hijo de “inútil” y condenaba su “vagabundeo” por la ciudad entre personas que no estaban a su altura, y Pier Giorgio, en cambio, siempre sonreía, aceptando los reproches con los mismos ojos serenos con los que trataba a sus vecinos necesitados, con verdadero amor y participación real en el sufrimiento humano.
Sus amigos de broma se burlaban de él llamándole “Frassati empresa de transporte”, porque no paraba de llevar comida, ropa y madera para muebles a las casas de los más pobres en las afueras de Turín, que era una ciudad de grandes empresarios e intelectuales, pero también de muchos trabajadores humildes y muchos pobres. A estas casas Pier Giorgio llevaba de todo: comida, ropa, leña, carbón, muebles; para estas personas gastaba todo el dinero que la familia le pasaba, y que poco a poco se iba reduciendo.
En 1918, terminó el bachillerato y se matriculó en la Facultad de Ingeniería Mecánica (con especialización en minería). Esta elección fue dictada también por la aguda sensibilidad social Pier Giorgio, que pretendía acercarse y entrar en el mundo de la minería, en aquella época símbolo más elocuente de la explotación de los trabajadores, y así poder mejorar desde dentro las condiciones de vida y de trabajo de los mineros. Durante sus años universitarios se acercó también a la política, encontrando en la nueva experiencia del Partido Popular Italiano, fundado por el sacerdote don Sturzo, un lugar excelente para desarrollar un activismo político de corte católico. En el campo político Pier Giorgio fue un tenaz opositor al recién nacido fascismo, pues ya desde los primeros tiempos entendió el peligro que comportaba, y por ello mantuvo varias discusiones con algunas de las asociaciones a las que pertenecía, trabajando para que la cúpula complaciente se renovara pronto con personas más firmes en su oposición al régimen.
Días inolvidables
Durante sus estancias en Berlín, donde su padre era embajador, conoció también la experiencia inaugurada por el sacerdote Karl Sonneschein, llamado el “San Francisco alemán”, que había creado en la ciudad alemana un círculo de estudiantes y trabajadores para ayudarse mutuamente a construir una sociedad mejor. También intentó llevar esta experiencia a la FUCI, pero su propuesta no fue aceptada. Fue en estas circunstancias que conoció al futuro teólogo Karl Rahner, a cuya familia visitó varias veces.
Pier Giorgio fue huésped de la familia Rahner en 1921, y recuerda haber pasado con ellos “días inolvidables”, entre otras cosas por el cálido afecto que recibió de Louise Rahner, la madre de Karl. Su hermano Hugo había entrado ya en la Compañía de Jesús, mientras que Karl estaba todavía en casa. Pier Giorgio era tres años mayor que él, y causó una profunda impresión en el futuro jesuita.
He aquí una parte del testimonio del gran teólogo Karl Rahner sobre Pier Giorgio:
“Lo que llamaba la atención en él era su pureza, su alegría radiante, su piedad, la “libertad de los hijos de Dios” respecto a todo lo que es bello en el mundo, su sentido social, su conciencia de compartir la vida y el destino de la Iglesia. Pero lo más sorprendente es que todo esto parecía tan natural y calurosamente espontáneo. Su fe no tenía “explicación” humana. Si Frassati fue cristiano, no fue como reacción a la generación liberal y anticlerical de sus padres, ni por un vago motivo “cultural”. Su fe se nutría de la sustancia misma del cristianismo: la existencia de Dios, la oración como levadura de la existencia, los sacramentos como alimento de la vida eterna, la fraternidad universal como ley de las relaciones humanas”.
Y Rahner ofrece una hermosa explicación:
“Aquí es donde aparece el misterio de la gracia divina que se enfrenta a la lógica: en un ambiente en el que el cristianismo se considera superado, surge un cristiano que respira la alegría de vivir, que no tiene nada de sectario, que vive su cristianismo con una espontaneidad que casi asusta, como si no tuviera ningún problema. De hecho, sumergió sus problemas, al precio de quién sabe qué sufrimientos, en la gracia de su fe. En resumen, era un hombre de oración, un hombre que saboreaba cada día el pan de la muerte y de la vida, un hombre consumido por el amor a sus hermanos”.
Pier Giorgio era un muchacho como tantos otros, nada de extraño, amaba la montaña y con sus amigos más íntimos quería experimentar su belleza y sus dificultades, afiliándose a asociaciones de montañismo y dedicándose a escaladas desafiantes. En las montañas pudo respirar ese aire puro que te acerca a Dios. Fruto de esta pasión conoció en sus excursiones a una muchacha de modestos recursos, Laura Hidalgo, de la que se enamoró fuertemente; pero nunca llegó a revelarle su amor, consciente de que ello habría provocado profundas disensiones en el seno de su familia, que nunca habría permitido un matrimonio con una persona de menor condición social. También en este caso supo encontrar en la fe su tabla de salvación, y ofreció el sacrificio de no vivir aquel amor que estaba seguro no sería en vano. Pensó que en el futuro podría encontrar otra mujer con la que compartir su vida, pero su futuro fue más breve de lo que él imaginaba
El 18 de mayo de 1924 fundó con sus amigos la “Compagnia dei Tipi Loschi” (los tipos duros), una asociación que, quizá más que ninguna otra cosa, resumía el espíritu de Pier Giorgio. En efecto, se basaba en la experiencia cotidiana y sincera de la amistad, vivida como un momento de alegre comunión, entre bromas y aventuras, pero fundada en la oración y en el compartir la fe. También ingresó en la Tercera Orden de los dominicos, tomando el nombre de Hermano Jerónimo.
Tal vez fue mientras cuidaba a los pobres cuando contrajo una forma de poliomielitis fulminante, los primeros síntomas se produjeron el 29 de junio de 1925, al día siguiente se despertó con una violenta migraña y una inusual falta de apetito, al levantarse de la cama se cayó tres veces en el pasillo, sin que la familia se percatara de nada. El 1 de julio, día del fallecimiento de su abuela, no pudo levantarse para dar el último adiós a la anciana. Fue entonces cuando la familia se dio cuenta de que Pier Giorgio estaba enfermo. Se llamó a los médicos, se trajo de París un suero experimental, pero todo fue en vano.
Su hermana relata así aquellos últimos días:
“Él, imperturbable, soportaba su agonía sin quejarse. La enfermedad le causaba terribles dolores. Me di cuenta de que tenía fiebre y vomitaba. Advertí a mi madre, pero ella, angustiada por la enfermedad de su abuela y la inminente separación, no me hizo caso. Siguió tratando a Pier Giorgio como si estuviera perfectamente sano. Le pidió que fuera a la parroquia cercana a llamar al sacerdote para que viniera a dar la Extremaunción a su abuela, y fue. Pero cuando llegó el sacerdote, nadie avisó a Pier Giorgio, que no pudo asistir al rito. Sufrió mucho y lloró, apoyándose en el marco de la puerta. Luego se fue a la cama, porque ya no podía mantenerse en pie. Pasó todo el día solo. Por la noche le llamaban repetidamente a la cama de su abuela moribunda. Iba en pijama, con un plaid a la cadera, muy delgado… De vez en cuando se arrastraba hasta la habitación de su abuela para visitarla. Pero sus movimientos eran cada vez más torpes. La enfermedad le estaba paralizando. Durante una de esas visitas, se cayó tres veces y tuvo que pedir ayuda al personal de servicio para levantarse. A causa de los insoportables dolores que le atormentaban, se estiró sobre la mesa de billar, en un vano intento de encontrar consuelo en una superficie dura”.
Por la mañana, su madre, al ver que no podía asistir al funeral, le regañó: “Parece imposible, cuando te necesitamos, siempre te echamos de menos”, le dijo irritada. Pier Giorgio no replicó, soportó en silencio incluso aquel injusto reproche. Pasó el jueves solo, metido en la cama. Un primo le hizo compañía por la noche, pero tampoco él se dio cuenta de que Pier Giorgio ya estaba paralizado de la pelvis para abajo y nadie en su casa se había dado cuenta.
Sigue contando su hermana: “El profesor Micheli dijo que no podíamos hacer nada más. En cuanto me vio, Pier Giorgio me pidió que fuera a su estudio a buscarle una caja de inyecciones que debía entregar ese día a un pobre. Con dificultad, escribió una nota y me dijo que se la llevara a sus amigos de San Vincenzo, rogándoles que le sustituyeran en ese encargo. Mientras tanto, mi padre, desesperado, se afanaba por salvar la vida de su hijo. Se movilizó a los médicos más famosos, pero no había esperanza. A las cuatro de la mañana, Pier Giorgio recibió la unción y poco después falleció. Era el 4 de julio de 1925”.
En cuanto empezó a difundirse la noticia de la muerte de Pier Giorgio, muchas personas de todo tipo fueron a llamar a la puerta de la casa de los Frassati. Su madre, que no conocía a esas personas, ordenó que se rechazara a todo el mundo que llegase, pero su hermana Luciana intervino diciendo que aquellos eran amigos de Pier Giorgio. Así que fueron admitidos, amigos, compañeros de colegio y mucha gente pobre, un aluvión de gente se agolpó en aquella casa para dar el último adiós a aquel joven que, con infinita caridad, había llevado la sonrisa del Señor en medio de las tinieblas del mundo. Pier Giorgio fue sepultado en la capilla familiar del cementerio del Pollone, donde permaneció hasta 1982, cuando se llevó a cabo un reconocimiento canónico, durante el cual fue hallado incorrupto. Entonces fue trasladado a la catedral de Turín, donde descansa.