¿Hay que ponerse de rodillas o permanecer de pie?


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Todos hemos sido testigos de un gesto extendido por todo el mundo durante las manifestaciones de protesta por la muerte de George Floyd: el de hincar la rodilla en tierra. Como todo símbolo, el gesto es de suyo ambiguo, ya que puede denotar tanto rebeldía o protesta “no violenta” como ser interpretado como reflejo de una actitud sumisa (a diversos personajes –normalmente de características revolucionarias– se les ha atribuido la frase: “Prefiero morir de pie que vivir de rodillas”). De hecho, durante estos días se han podido leer opiniones en ambos sentidos.



Como tal, el hecho de ponerse de rodillas como signo de protesta se remonta, en tiempos modernos, a hace algunos años, cuando, en 2016, un jugador negro de fútbol americano –Colin Kaepernick– adoptó esa actitud mientras se escuchaba el himno nacional norteamericano: “No voy a ponerme de pie para demostrar orgullo por la bandera de un país que oprime a las personas de color”, dijo.

Carta a los Filipenses

En la Biblia hay un texto muy significativo que tiene que ver con doblar la rodilla. Me refiero, evidentemente, al famoso himno de la carta a los Filipenses: “… de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame [que] Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Flp 2,10-11). La expresión está dicha en un contexto de exaltación de Cristo, al que se le atribuye el título de Señor –el mismo de Dios Padre–, subrayando así su dignidad divina. Dicen los expertos que la expresión está sugerida por un texto de Isaías: “Ante mí –dice Dios– se doblará toda rodilla, por mí jurará toda lengua” (Is 45,23).

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Por supuesto, la actitud cristiana asume este reconocimiento de la divinidad, pero también es cierto que, en cristiano, la relación con Dios no implica una mera “sumisión” (hay que recordar que eso es justamente lo que significa en árabe el término “islam”), porque Jesús no nos llama siervos, sino amigos (cf. Jn 15,12-15). Por eso, el último canon del Concilio de Nicea (año 325) pudo decretar que los domingos y durante el tiempo de Pascua hasta Pentecostés los cristianos no rezaran de rodillas, sino de pie.