Raúl Molina
Profesor, padre de familia y miembro de CEMI

¿Formación de 0 a 3 años?


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La ternura mostrada por Jesús con los niños es un tema más que consensuado. Jesús, heredero de la cosmovisión hebrea, concibe al ser humano como ser creado a imagen de su creador y, posiblemente, su manera de mirar a la infancia tenía mucho que ver con descubrir en ella la imagen misma de Dios. Dejó claro ese valor divino de la infancia cuando afirmó que ‘el que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí’ (Mt 18,11).



‘De los que son como ellos es el reino de los cielos’ (Mt 19,14). Sin embargo, ‘nos empeñamos en dirigir sus vidas’, que cantara Serrat, en hacerlos a nuestra imagen, en vez de en hacernos nosotros a la suya.

El pasado 2 de agosto, el diario El País publicó un artículo titulado ‘El ciclo educativo hasta los tres años será mas de aprendizaje que de cuidados’. Leyendo el artículo completo, uno descubre que hay pretensiones más que interesantes en la nueva ley educativa en relación a la etapa de cero a tres. Lo que me genera inquietud es que hemos normalizado que, cuanto antes, un niño pueda incorporarse al sistema productivo a través de la propuesta escolar y que sea la administración educativa la que, a esa edad, se haga cargo de cuestiones como la “gestión emocional”, “las pautas elementales de convivencia”, “el descubrimiento del entorno” o la construcción de “una imagen de sí mismos positiva”.

Diferencia entre mujeres y hombres

En lo que puede parecer otro orden de cosas, el pasado 16 de octubre, Ana Requena Aguilar, incidía en El Diario.es, en el hecho de que los hijos “precarizan más a las mujeres y refuerzan la carrera de los hombres”. Las cifras que presentaba eran ciertamente alarmantes. Pero cabe pensar que hemos hecho del vicio virtud.

Como en tantos otros asuntos, un problema social y político que nos atañe a los adultos, que es estructural, que es consecuencia de una organización económica y laboral perversa, se resuelve limitando los derechos de los más débiles, en este caso, de los niños. Las dificultades que tiene la mujer para acceder al mercado laboral de manera igualitaria, la escasa renuncia de los varones a su carrera laboral para dedicarse al cuidado de la familia y la imposibilidad de muchos hogares para subsistir con un solo sueldo, han desembocado en escuelas infantiles llenas de bebés que salen de sus cunas de noche, pasan jornadas enteras con extraños y normalizan las enfermedades infecciosas como algo inevitable. En la coyuntura actual, posiblemente no quede más remedio. Pero si apuntamos más allá, los unos estamos renunciando a nuestro derecho de maternidad y paternidad plena, mientras que a los otros se les priva del derecho a ser cuidados por sus progenitores. Consumado el vicio, ahora la ley se muestra virtuosa dando contenido formativo a esos tres años –permítaseme decir y entrecomillar– “de abandono”.

Alude también El País, con acierto, al beneficio que esto supone, sobre todo, para niños “que viven en entornos socioculturalmente menos favorecidos”. Pero conviene aclarar que, en este argumento, el problema de fondo no son las dificultades del niño para acceder a la educación, sino la existencia de entornos socioculturalmente desfavorecidos. Sin duda, la existencia de dichos entornos, es el orden que hay que revertir.

Poniendo estos parches, estamos renunciando a la posibilidad de reflexionar sobre cuáles son las cuestiones que atentan contra la dignidad última de nuestros pequeños. Para hablar de dignidad, no estaría de más retomar la clave cosmológica del Génesis, y afirmar que el niño, como imagen de Dios, es sagrado, y que, por lo tanto, profanamos su sacralidad cuando despreciamos algunos de sus derechos básicos para dar solución a nuestras necesidades inmediatas.

Conviene sacudirse el polvo.