Redactor de Vida Nueva Digital y de la revista Vida Nueva

¿Están las sectas más operativas de lo que nos pensamos?


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El caso

Esta semana hemos conocido la noticia de que una joven alicantina desaparecida era localizada en Perú. Había llegado a la selva peruana tras haber sido captada por el líder de una secta en su Elche natal. El cabecilla la convenció y en enero de 2017 dejó su casa y su vida puso rumbo a unas promesas que no debieron parecerle ingenuas.

Ahora ha aparecido rodeada de niños, uno de ellos su bebé con apenas un mes de vida, en una vivienda insalubre en una zona empleada por los narcotraficantes del entorno. ¿Era esa la promesa que le habría hecho Félix Steven Manrique, el líder de la ‘Gnosis’? A través de la contactos por Facebook, el gurú, que se autodenomina Príncipe Gurdjieff, –según ha contado la familia de la víctima– “la fue enamorando desde que ella tenía 16 años, aprovechando que Patricia había sufrido la pérdida de un familiar con el que estaba muy unida, hasta los 18, cuando consiguió que abandonara su casa”. En la desesperación, le ofreció una nueva misión en el mundo y un camino accesible de salvación. Esa salvación parecía pasar por el hecho de quedarse embarazadas del gurú.

El hecho de que la joven sea mayor de edad y que haya realizado varios vídeos en los que asegura su firme decisión de militar en las filas de la ‘Gnosis’ complican la situación de búsqueda y rescate de esta muchacha. Tanto es así que el propio padre de la alicantina –que ha contado con la ayuda de SOS Desaparecidos– lleva un mes en Perú para acelerar los pasos que está dando la unidad de lucha contra la trata de personas.

La realidad

Los medios se han movilizado y la familia se encuentra muy arropada en este rescate de la joven que ha aparecido en muy mal estado. También en varios medios se ha escuchado la voz de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES) que continuamente ejerce de radar de las tendencias de toda la cantidad de grupos que operan en la sociedad con los mecanismos propios de las sectas. Su secretario, el sacerdote Luis Santamaría, intervenía en La mañana, en TVE, junto con la prima de la víctima –Noelia Bru, que está haciendo de portavoz de la familia y que ha conocido muy a fondo todos los mecanismos de presión psicológica empleados en las víctimas– y recordaba que “va a ser difícil que vuelva a ser lo que era, está recatada pero no liberada”. Con palabras de un psicólogo empleaba la metáfora de que estar en una secta es como estar en “una presión sin barrotes”. Las técnicas de manipulación o el delirio mesiánico no dejan lugar a dudas de que este pequeño grupo de mujeres que estaban en torno a Félix Steven Manrique es claramente una secta, basada en algunas de las creencias más esotéricas de la gnosis que se ha rescatado en nuestros días.

Estas sectas minúsculas parecen ser la tendencia. En España, según datos recientes, se estima que hay entre 200 y 250 de estos pequeños grupos que se concentran especialmente en Madrid, Barcelona y la Comunidad Valenciana y que ya van dejando una riada de víctimas. Las estimaciones, dentro de las dificultades de este tipo de estadísticas, señalan que en este país un 1% de las personas podría pertenecer a una secta, unas 400.000 personas son captadas por las sectas.

El proselitismo

La repulsa continua del proselitismo y de determinadas concepciones clericalistas de la Iglesia, han convertido al papa Francisco en un revulsivo contra el fenómeno de las sectas –¡y más en el caso de América Latina!–. Este desafío se pone de manifiesto, por citar un ejemplo, en la exhortación apostólica ‘Evangelii Gaudium’, cuando escribe, en el número 63, que “la fe católica de muchos pueblos se enfrenta hoy con el desafío de la proliferación de nuevos movimientos religiosos, algunos tendientes al fundamentalismo y otros que parecen proponer una espiritualidad sin Dios. Esto es, por una parte, el resultado de una reacción humana frente a la sociedad materialista, consumista e individualista y, por otra parte, un aprovechamiento de las carencias de la población que vive en las periferias y zonas empobrecidas, que sobrevive en medio de grandes dolores humanos y busca soluciones inmediatas para sus necesidades”.

Este diagnóstico trae sus propias consecuencias: “Estos movimientos religiosos, que se caracterizan por su sutil penetración, vienen a llenar, dentro del individualismo imperante, un vacío dejado por el racionalismo secularista. Además, es necesario que reconozcamos que, si parte de nuestro pueblo bautizado no experimenta su pertenencia a la Iglesia, se debe también a la existencia de unas estructuras y a un clima poco acogedores en algunas de nuestras parroquias y comunidades, o a una actitud burocrática para dar respuesta a los problemas, simples o complejos, de la vida de nuestros pueblos”.

Frente al desafío de las sectas, las tradiciones religiosas deben recordar continuamente aquella frase de Chesterton que decía que “para entrar a la Iglesia hay que quitarse el sombrero, no la cabeza”.