¿Es buena la pobreza?


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Casi desde que empezó la pandemia, hace ya cerca de un año, sobre la mesa ha estado un dilema de no fácil solución: ¿salud o economía? Aunque algunos nieguen que haya semejante dilema, al final uno topa con el problema de que unas medidas restrictivas en cuanto a reunión y movilidad siempre acaban afectando a muchas actividades laborales y económicas.



La triste imagen de tiendas o empresas cerradas o las llamadas “colas del hambre” trae al primer plano de la preocupación algo que antes era tan valorado que incluso figuraba en las felicitaciones de Navidad y Año nuevo: “Felices fiestas y próspero Año nuevo”. En efecto, parece que hoy la prosperidad no solo ha dejado de tener el valor que antes se le daba, sino que incluso, para muchos, resulta hasta sospechosa. Es más, son legión –y especialmente en la Iglesia– aquellos que parecen abogar por un cierto “pauperismo” que pone a los pobres y la pobreza como ideal.

Una Iglesia pobre y para los pobres

El problema, a mi modo de ver, es situar en pie de igualdad a los pobres y la pobreza. Por eso hoy más que nunca resulta útil hacer memoria de un libro publicado por Luis González-Carvajal hace ya años cuyo título lo dice todo: ‘Con los pobres contra la pobreza’ (Ed. Paulinas, 1991). Naturalmente que hay que estar con los pobres, y a eso apunta, me parece, aquella frase del papa Francisco nada más llegar a la cátedra de san Pedro: “¡Cómo desearía una Iglesia pobre y para los pobres!” (16 de marzo de 2013). Pero estar junto a los pobres no significa apoyar la pobreza (menos aún idealizarla o idolatrarla, como si fuera un fin al que hay que tender): la pobreza es un mal que, en la medida de lo posible, hay que erradicar. Otra cosa distinta es la sobriedad o la austeridad, que sí debería ser norma de vida.

coronavirus, pobreza

En la Escritura, sobre todo en el Antiguo Testamento, la pobreza formaba parte, junto con la enfermedad y otras desgracias, de la recompensa con que Dios pagaba los pecados cometidos. Pero también la pobreza será entendida como actitud opuesta a la arrogancia de aquel que piensa que todo lo puede y que no necesita de nadie, ni siquiera de Dios (los ricos serían la encarnación prototípica de estos arrogantes). De ahí que los “pobres” –los ‘‘anawim’– acaben siendo considerados los favoritos de Dios, no por no tener nada, sino por necesitarlo todo.