Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Entrevista a “La Cruz”


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Tal parece que, desde el momento de nacer, nos viene adosado a la columna vertebral el primer madero de la cruz, en forma vertical, que nos hunde en la existencia con un dolor inicial. Encarnarse supone un desgarro de la incondicionalidad, que se va complejizando con cada vínculo que nos toca entablar con el entorno y los demás. Con cada encuentro, se va materializando un madero horizontal, que va armando una pequeña o gran cruz de desamor, en virtud de las percepciones de abandono, rechazo, soledad, burla y sin sentido que podamos acumular. Así de las mismas vértebras veremos salir “espinas” de sufrimiento y dolor conscientes e inconscientes que son parte de la anatomía humana y de las que nadie se puede salvar.

Todo ser humano lleva dentro de sí su propia cruz, llena de misterio, lágrimas de sangre reprimida a medio recorrido entre lo consciente y lo inconsciente de su alma que sólo en la otra vida podrá liberar. Por lo mismo, más de alguno se preguntará, ¿Es acaso una maldición? ¿Un juego macabro del Creador? ¿Un desperfecto del software humano? ¿Un virus de nuestra programación? ¿Por qué Jesús mismo vivió la pasión y la cruz como camino de salvación? En esta Semana Santa, bien vale detenernos a conversar con nuestra cruz y ver qué nos dice, por lo que procedo a entrevistarla para iluminar nuestro corazón y ver si estas preguntas ayudan a la reflexión.

Unas preguntas

¿Quién eres tú? Muchas personas confunden sus traumas, sus sufrimientos, sus pérdidas y sus quejas con el verdadero rostro de su cruz. Y no yerran tanto en realidad, porque lo que están notando son las causas que formaron esos maderos que les hacen peso al caminar. Sin embargo, para ser justos en el diagnóstico y poderla reconocer con verdad, quizás debemos ir un poco más hondo. Probablemente esas vivencias dolorosas lo que hicieron fue socavar parte de la seguridad de ser amados en alguna arista en particular. De la incondicionalidad absoluta, una o muchas experiencias de dolor, lo que hicieron fue “abrir” un forado por donde el madero se clavó en tierra y desde ese momento lo arrastramos como un peso de desamor. Algunas de las cruces más universales son: “no soy valioso/a”, “nadie me quiere”; “sólo si hago cosas, me van a poner atención”; “valgo si soy fuerte” y así muchas frases que dudan de Dios como Padre/ Madre amoroso, presente y misericordioso. ¿Cuál es verdaderamente el nombre de tu cruz?

¿Dónde te clavo cruz? Dando por hecho que todo ser humano posee su cruz, hace una gran diferencia si la asienta en un terreno de odio y resentimiento, que si lo hace en un terreno de humildad y amor hacia el mundo y los demás. Culpar a todos por el mal recibido es injusto y dañino y sólo genera más agresión y maldad, haciendo crecer las cruces y la división en la humanidad. No sucede igual cuando una cruz, como lo hizo Jesús, es asumida, elegida, aceptada, desde el amor y la libertad y convertida en vida y resurrección para los demás. Para eso, hay que confiar en Dios /Amor dentro de nosotros, cortar el círculo vicioso de la venganza, de la soberbia y responder al mal con bondad. Es muy difícil, pero no por eso imposible, transformar como lo hizo Jesús, el dolor más extremo en el gesto de amor más grande y liberador para los demás. Hay que romper la lógica del ojo por ojo que está destruyendo a la humanidad. Para discernir “topográficamente” el terreno donde se encuentra nuestra cruz nos ayudará mucho ver las palabras con que hablamos de ellas, de las personas involucradas, de los frutos obtenidos, del estado de nuestros vínculos y en especial cuánto amor tenemos dentro. ¿Dónde está clavada tu cruz?

Reconocer las cruces de los demás

¿Cómo te llevo?  Sabiendo que todos cargan con su cruz, es notable constatar cómo algunos parecen ir ligeros por la vida y otros por un valle de lágrimas, más allá de las diferentes condiciones materiales y sociales. El tema está en si hago de mi vida una cruz (y la de los demás) o si incorporo la cruz como una parte más de mi experiencia vital. Ciertamente ocupa la columna vertebral de nuestra anatomía, pero también tenemos nuestras extremidades, el resto de los órganos, el cerebro, los cinco sentidos y todo un universo para agradecer y colaborar con el amor y la fecundidad de la vida. El mismo Jesús, no reduce su vida y mensaje a la cruz sino a toda su vida pública y en especial a la resurrección; es decir, a toda la vida que se gestó alrededor y después de su muerte. Lo mismo podemos preguntarnos nosotros; cuán pegados nos quedamos en un aspecto doloroso de nuestras vidas y dejamos de ver todo el resto que podemos compartir y disfrutar con alegría y con paz. Para ayudar a ver el estado de nuestra “carga” podemos mirar a nuestro alrededor y ver si hay “desiertos” o  ”prados verdes” rodeando nuestra cruz y el surco que marcó. ¿Cómo llevas tu cruz?

¿Cómo ayudas a cargar la cruz de otros? Una de las tentaciones humanas es creer que la cruz personal es la mas grande y pesada, siendo que cuando miramos alrededor muchas veces constatamos lo contrario. Nuestro sesgo egocéntrico muchas veces no nos permite ver con nitidez lo mucho que sufren otros que están a nuestro lado y que viven en silencio y paz sus propias procesiones internas. Es por eso que aparece la figura de Simón de Cirene como gran ejemplo para ayudar a otros a llevar sus cruces. Sin juzgar ni pretender hacernos cargo; sólo aliviar y acompañar mientras recuperen las fuerzas y cada uno pueda continuar. Reconocer las cruces de los demás, validarlas, empatizar con ellas ya es un tremendo avance en estos tiempos tan ególatras. Salir de nosotros mismos y ayudar a cargar la cruz de otros, nos permitirá a todos avanzar y ser otros Cristo. Seremos hermanos y sabremos que no estamos solos en medio de la adversidad. ¿Quién necesita que lo ayude a cargar su cruz hoy?

El misterio

La cruz es un misterio para nosotros, pero sabemos que es la llave para la resurrección. No le tengamos miedo a conocerla, dialogar con ella y amarla. Siendo fieles a ella, podremos ver cómo brotan flores y frutos de sus maderos y cómo de los surcos que fue abriendo tras su paso en la tierra, fueron germinando semillas de vida que jamás se habrían dado sin esos maderos de dolor que llevamos con esperanza y confianza en Dios.