En #modosinodal


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No es que la Iglesia haya entrado de buenas a primeras en #modosinodal. O que al papa Francisco se le hubiera ocurrido, de pronto, hacer de la sinodalidad su bandera. No. “La sinodalidad es parte del ADN de la Iglesia, de modo que cada una de las células del cuerpo de la Iglesia lleva toda la información que se encuentra en un nivel más amplio en cada uno de sus órganos y que está presente en la totalidad del cuerpo de la Iglesia Pueblo de Dios”, escribe monseñor Luis José Rueda, arzobispo de Bogotá, en el prólogo del libro de Luis Fidel Suárez, ‘Sujetos de la sinodalidad eclesial al servicio de la transformación del mundo’ (San Pablo, 2021). Es “dimensión constitutiva de la Iglesia”, precisó Francisco en el 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos (2015) y la Comisión Teológica Internacional completó: “una nota, una propiedad, una característica de su misma naturaleza” (“La sinodalidad en la vida y misión de la Iglesia”, 2018). Como cuando afirmamos y proclamamos que es una, santa, católica y apostólica. También sinodal.



Porque era sinodal la Iglesia que caminaba de Jerusalén a Emaús y de regreso a Jerusalén después del encuentro con el Resucitado (Lc 24,13-36). Era sinodal la comunidad de los seguidores del camino (Hech 9,2; 19,9.23; 22,4; 24,14.22). Siguió siendo sinodal en las muchas reuniones de obispos que jalonan la historia del cristianismo, casi siempre convocadas para unificar la fe de la Iglesia o, más bien, su aparato doctrinal.

Lo nuevo, lo absolutamente nuevo, es la manera de entenderse la Iglesia a sí misma que el concilio Vaticano II, la más reciente de estas reuniones de obispos, puso en marcha. Lo recordó y resaltó el papa Francisco en el citado discurso en el aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos (2015):

Después de haber reafirmado que el Pueblo de Dios está constituido por todos los bautizados, “consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo” (LG 10), el concilio Vaticano II proclama que “la totalidad de los fieles que tienen la unción del Santo (Cf. I Jn 2,20.27) no puede equivocarse en la fe. Se manifiesta esta propiedad suya, tan peculiar, en el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo: cuando desde los obispos hasta el último de los laicos cristianos muestran estar totalmente de acuerdo en cuestiones de fe y de moral” (LG 12). Aquel famoso infalibile “in credendo”. […] El sensus fidei impide separar rígidamente entre Ecclesia docens y Ecclesia dicens, ya que también la grey tiene su “olfato” para encontrar nuevos caminos que el Señor abre a la Iglesia.

Y en el libro también antes citado de Luis Fidel Suárez, cuya excelente síntesis temática resulta oportunísimo tener a mano para consultar por estas fechas, lo explica monseñor Rueda con una sencilla comparación:

Desde el concilio Vaticano II, la Iglesia Pueblo de Dios se ha redescubierto a sí misma como sujeto incluyente de todas las vocaciones dentro de la Iglesia, no como vocaciones yuxtapuestas sino como un tejido que entrecruza las diversidades de cada uno de los hilos hasta generar un tejido completamente nuevo.

La sinodalidad en la eclesiología preconciliar

Si resulta novedosa esta eclesiología es porque antes de Vaticano II teníamos la idea de que la Iglesia eran los curas: ellos ocupaban todo el espacio de la Iglesia y “administraban” los bienes de la salvación que el resto teníamos obligación de “recibir”. Todo porque el paso de los siglos convirtió en sacerdotes a los responsables de las comunidades de creyentes, absolutizó el oficio sacerdotal como potestas sacra y excluyó a las mujeres del espacio que habían podido ocupar en las primeras comunidades que se reunían para partir el pan y en las que no había sacerdotes sino diversidad de ministerios.Además, este paso de los siglos trazó una línea divisoria entre el clero y la plebs, que la reforma gregoriana (s. XI) confirmó y quedó plasmada en la clásica definición de Graciano: “Hay dos géneros de cristianos, uno ligado al servicio divino […] está constituido por los clérigos. El otro es el género de los cristianos al que pertenecen los laicos”.

Pero si bien las circunstancias justificaban que los laicos fueran excluidos del ámbito eclesial para evitar la intromisión de los señores feudales en los asuntos eclesiásticos, no habría razones para mantener en el imaginario clerical –compartido por laicado y clero– esta separación a la que se refirió la encíclica Vehementer nos (1906) de Pío X: “La Iglesia es una sociedad desigual que comprende dos categorías de personas, los pastores y el rebaño; los que ocupan un puesto en los distintos grados de la jerarquía y la muchedumbre de los fieles. Y estas categorías son tan distintas entre sí que en el cuerpo pastoral sólo residen el derecho y la autoridad necesaria para promover y dirigir los miembros hacia el fin de la sociedad. En cuanto a la muchedumbre, no tiene otro deber sino dejarse conducir y, rebaño dócil, seguir a sus pastores”.

Esta eclesiología preconciliar explica que la sinodalidad se entendiera únicamente como ejercicio del ministerio de los obispos reunidos en concilios y sínodos. Lo que propiamente se entiende como colegialidad episcopal. Que es una forma de sinodalidad y se realiza en el Sínodo de los Obispos, del cual dijo el papa Francisco en el tantas veces citado discurso en la conmemoración de su creación por el papa Pablo VI, “constituye una de las herencias más preciosas de la última reunión conciliar” y es “expresión de la colegialidad episcopal dentro de una Iglesia toda sinodal”.

El #modosinodal del papa Francisco

Lo nuevo, entonces, es que el papa Francisco ha hecho suya la eclesiología de pueblo de Dios –la eclesiología del santo pueblo fiel de Dios– y ha recordado, además, que “el concilio Vaticano II presentó la conversión eclesial como la apertura a una permanente reforma de sí por fidelidad a Jesucristo” (EG 26). Conversión que en Evangelii nuntiandi se dibuja sinodalmente y que es tarea de la Iglesia toda: “Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están” (EG 25).

La eclesiología de Vaticano II subyace al #modosinodal del papa Francisco en el que puso a la Iglesia el mismo día de su elección cuando desde el balcón de San Pedro anunció: “ahora comenzamos este camino: obispo y pueblo”. Unos meses después, calculo que cuando en su primer ejercicio formal de sinodalidad convocó el Sínodo de la Familia 2014-2015, comentó en la entrevista que le hizo Antonio Spadaro: “Debemos caminar juntos: la gente, los obispos y el Papa. Hay que vivir la sinodalidad a varios niveles. Quizá es tiempo de cambiar la metodología del Sínodo, porque la actual me parece estática” (La Civiltà cattolica, 2013). E introdujo un primer cambio metodológico al convocar dicha reunión del Sínodo de los Obispos, a diferencia de otros sínodos, en dos momentos con sus correspondientes consultas y asambleas: el primero, la III Asamblea General Extraordinaria (2014), para identificar los desafíos; y el segundo, la XIV Asamblea General Ordinaria (2015), para responder pastoralmente a los desafíos.

Y estaban reunidos los obispos en esta asamblea sinodal cuando el Papa presentó de manera programática las líneas fundamentales de una teología y praxis de la sinodalidad en el discurso ya citado que pronunció al conmemorar 50 años de la institución por el papa Pablo VI del Sínodo de los Obispos (2015): El mundo en el que vivimos […] exige de la Iglesia el fortalecimiento de las sinergias en todos los ámbitos de su misión. Precisamente el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio. Lo que el Señor nos pide, en cierto sentido, ya está todo contenido en la palabra ‘Sínodo’. Caminar juntos –laicos, pastores, obispo de Roma– es un concepto fácil de expresar con palabras, pero no es tan fácil ponerlo en práctica”.

Siguió poniendo en práctica la sinodalidad en la siguiente reunión del Sínodo de los Obispos, “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional” (2017), cuando fueron escuchadas las voces de los jóvenes. Concretó la sinodalidad eclesial en su discurso en Puerto Maldonado (2016), al anunciar la Asamblea Especial para la Región Panamazónica del Sínodo de los Obispos e invitar a los pueblos originarios para que “dialogando entre todos, puedan plasmar una Iglesia con rostro amazónico y una Iglesia con rostro indígena”, anuncio que, además del ir y venir de consultas y documentos, desató la escucha sinodal que recogió las voces de 21.943 personas en 17 foros organizados por la Red Eclesial Panamazónica, REPAM.

Pero Francisco no solamente ha ejercido la sinodalidad en los tres Sínodos de los Obispos que ha convocado y presidido. Sus exhortaciones apostólicas postsinodales Amoris laetitia (2016), Christus vivit (2019) y Querida Amazonia (2020) respiran sinodalidad al acoger los aportes de los obispos participantes en las respectivas asambleas y, sobre todo, cuando delega en las comunidades “elaborar propuestas más prácticas y eficaces, que tengan en cuenta tanto las enseñanzas de la Iglesia como las necesidades y los desafíos locales” (AL 199); cuando propone una pastoral sinodal “conformando un ‘caminar juntos’ que implica una valorización de los carismas que el Espíritu concede según la vocación y el rol de cada uno de los miembros [de la Iglesia], mediante un dinamismo de corresponsabilidad” y “encaminarnos hacia una Iglesia participativa y corresponsable, capaz de valorizar la riqueza de la variedad que la compone” (CV 206); cuando plantea que “la Amazonia nos desafía a superar perspectivas limitadas, soluciones pragmáticas que se quedan clausuradas en aspectos parciales de los grandes desafíos, para buscar caminos más amplios y audaces de inculturación” (QA 105)”.

El Sínodo de la Sinodalidad, sínodo de la escucha y de la conversión a la sinodalidad eclesial

Una vez más, el papa Francisco ha puesto en práctica la sinodalidad con la convocatoria de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”, que estamos en vísperas de iniciar –el 9-10 de octubre de 2021 en Roma y el 17 en cada Iglesia particular– y cuyo Documento Preparatorio acaba de ser publicado. Se trata de una invitación a toda la Iglesia a interrogarse sobre un tema decisivo para su vida –vida de comunión– y su misión que, como lo planteaba el episcopado latinoamericano reunido en Puebla (1979), es “comunión y participación”.

Coincide este nuevo evento de la sinodalidad eclesial con procesos sinodales en muchas Iglesias a nivel local, nacional y regional, como la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, actualmente en la etapa de escucha: es experiencia global de Iglesia en camino, Iglesia en la que parece haber espacio para todos y todas, Iglesia en #modosinodal.

El Sínodo de la Sinodalidad –como se conoce el próximo Sínodo de los Obispos– se dibuja como el sínodo de la escucha. Escucha recíproca, precisó Francisco en el discurso que una vez más debo citar, y una de las características de la Iglesia sinodal: “Es una escucha recíproca en la cual cada uno tiene algo que aprender. Pueblo fiel, colegio episcopal, obispo de Roma: uno en escucha de los otros; y todos en escucha del Espíritu Santo”.

Escucha que se realiza, en un primer momento, en las Iglesias particulares y “solamente en la medida en la cual estos organismos –consejos presbiteral y pastoral, entre otros– permanecen conectados con lo ‘bajo’ y parten de la gente, de los problemas de cada día, puede comenzar a tomar forma una Iglesia sinodal”; escucha que se continúa a nivel regional, de modo especial, en las conferencias episcopales”; y el Sínodo de los Obispos, que “es el punto de convergencia de este dinamismo de escucha llevado a todos los ámbitos de la vida de la Iglesia. El camino sinodal comienza escuchando al pueblo, que ‘participa también de la función profética de Cristo’ (LG 12), según un principio muy estimado en la Iglesia del primer milenio: Quod omnes tangit ab omnibus tractari debet. El camino del Sínodo prosigue escuchando a los Pastores. Por medio de los padres sinodales, los obispos actúan como auténticos custodios, intérpretes y testimonios de toda la Iglesia. […] El camino sinodal culmina en la escucha del obispo de Roma”. Y en la constitución apostólica Episcopalis communio (2018), en la que fijó su modus operandi, precisó que “aunque en su composición se configure como un organismo esencialmente episcopal, el Sínodo no vive separado del resto de los fieles. Al contrario, es un instrumento apto para dar voz a todo el Pueblo de Dios precisamente por medio de los obispos” (EC 6).

También se vislumbra y genera esperanzas el próximo Sínodo de los Obispos como sínodo de la conversión a la sinodalidad eclesial. El Documento Preparatorio habla de “conversión sinodal” (DP 2) y de “progresiva conversión sinodal” (DP 25), señalando que “para ‘caminar juntos’ es necesario que nos dejemos educar por el Espíritu en una mentalidad verdaderamente sinodal, entrando con audacia y libertad de corazón en un proceso de conversión sin el cual no será posible la ‘perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad’ (UR 6; cf. EG 26)” (DP 9).

“Conversión para una sinodalidad renovada”, la llamó la Comisión Teológica Internacional reconociendo que la práctica de la sinodalidad “exige que se superen algunos paradigmas, todavía frecuentemente presentes en la cultura eclesiástica, porque expresan una comprensión de la Iglesia no renovada por la eclesiología de comunión” (“La sinodalidad en la vida y misión de la Iglesia”, 2018). Porque no se trata solo de un cambio en la comprensión y el ejercicio de la sinodalidad o de un cambio en la metodología sino propiamente de conversión eclesial que es metanoia: cambio de mentalidad, cambio de actitudes, cambio de paradigmas, cambio de imaginarios. Sobre todo, de imaginarios y paradigmas que son estructuras de pensamiento que sirven de marco de referencia para interpretar la realidad, para fundamentar y justificar nuestra manera de pensar, nuestras actitudes y formas de relación, y que son, sin duda, los más difíciles.

Conversión eclesial que, para el papa Francisco, conlleva una reforma de estructuras (Cf. EG 27) y, por consiguiente, conversión ministerial. Las líneas eclesiológicas trazadas por Vaticano II; el sensus fidei que “impide separar rígidamente entre Ecclesia docens y Ecclesia dicens, ya que también la grey tiene su ‘olfato’ para encontrar nuevos caminos que el Señor abre a la Iglesia”; y, por supuesto, la acción del Espíritu que fundamentan la sinodalidad eclesial anuncian que una de sus consecuencias prácticas es la superación de la mentalidad clerical y la consiguiente división clero / laicado. Además, para el papa Francisco, en el discurso tantas veces citado, la sinodalidad es marco de interpretación de la ministerialidad como servicio:

La sinodalidad, como dimensión constitutiva de la Iglesia, nos ofrece el marco interpretativo más adecuado para comprender el mismo ministerio jerárquico. Si comprendemos que, como dice san Juan Crisóstomo, “Iglesia y Sínodo son sinónimos” (Explicatio in Ps. 149: PG 55, 493) porque la Iglesia no es otra cosa que el “caminar juntos” de la grey de Dios por los senderos de la historia que sale al encuentro de Cristo el Señor entendemos también que en su interior nadie puede ser “elevado” por encima de los demás. Al contrario, en la Iglesia es necesario que alguno “se abaje” para ponerse al servicio de los hermanos a lo largo del camino.

También la Comisión Teológica Internacional señalaba que para la práctica de la sinodalidad hace falta parresía: parresía para seguir caminando y parresía “abajarse” y asumir los cambios –metanoia– que supone la conversión. En especial por parte de la jerarquía para renunciar a interpretar su ministerio como ejercicio de un poder recibido por el sacramento del orden y decidirse a vivirlo como un servicio a la luz de la propuesta de Jesús en la que Francisco insistió en su discurso: “El que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes” (Mt 20,25-27).

¿Dónde están las mujeres en una Iglesia sinodal?

Ya hay una en acción, la hermana Nathalie Becquart, subsecretaria del Sínodo de los Obispos y primera mujer con derecho a voto en el aula sinodal. También hay diez mujeres provenientes de distintos entornos geográficos –ninguna latinoamericana– trabajando en las comisiones encargadas de la puesta en marcha y desarrollo del próximo Sínodo: entre otras, Cristina Inogés en la Comisión de Metodología; Carmen Peña, Kristen Colberg, sor Anne Béatrice Faye, sor Gill Goulding y Estela Padilla en la Comisión Teológica. Con seguridad habrá mujeres invitadas a la asamblea sinodal en octubre de 2023.

Pero son las voces de las mujeres desde las periferias de una Iglesia sinodal y a quienes no les falta parresía, es decir, coraje que está enraizado en la fe, las que pueden –y esperamos poder– contribuir a generar cambios de mentalidad, de actitudes, de formas de relación, de imaginarios y paradigmas para ser Iglesia de comunión, incluyente y ministerial como la propuso Vaticano II. Es decir, agentes de conversión para superar el clericalismo que compartimos tanto el clero como el laicado; para desaprender la tipología de Iglesia jerárquica, piramidal, kiriarcal y sacerdotal; para deconstruir modelos caducos de relación entre hombres y mujeres.