Redactor de Vida Nueva Digital y de la revista Vida Nueva

¿En lo que se refiere a las vocaciones: cantidad o calidad?


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Una preocupación

La cuestión vocacional preocupa dentro de la Iglesia. La radiografía generacional de los sacerdotes y de la vida religiosa en Europa, de continuarse la tendencia actual, es preocupante. Lo que no quita que, al lado de los estudios sobre la crisis de valores de la sociedad o de la fragilidad vocacional de curas y monjas relativamente jóvenes, encontremos auténticos testimonios vocacionales tan sólidos que dejan en mera caricatura las vocaciones infantiles de antaño. Lo mismo que la inventiva pastoral de los últimos años al respecto nos ha permitido redescubrir como nunca la propia teología de la vocación.

La solidez de la vida cristiana de los jóvenes y de las propuestas pastorales de la Iglesia a los jóvenes, esa “generación del banco vacío” que describía muy bien Vida Nueva hace apenas una semanas, estarán en el centro del próximo Sínodo. Pero, Francisco ha propuesto un tema complementario que tiene sus matices: “el discernimiento vocacional”. Aunque el cuestionario que están realizando los jóvenes y los agentes de pastoral por todo el mundo tiene una parte adaptada para cada continente, no cabe duda que la cuestión vocacional es un elemento importante en la labor evangelizadora de cualquier contexto. Y no solo en los que se refiere a estas vocaciones específicas, ya que no podemos afirmar que la vocación a la vida matrimonial pase por su mejor momento.

Por lo que se refiere a Europa, no es la primera vez que el tema se toca con cierta profundidad en los palacios vaticanos. En 1997 la “Obra Pontificia para las vocaciones eclesiásticas” organizó un “Congreso Europeo sobre las Vocaciones al Sacerdocio y a la Vida Consagrada en Europa”. Entre las Congregaciones para la Educación Católica, las Iglesias Orientales y los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica se preparó un documento conclusivo que, en muchos sentidos, puede seguir siendo de referencia en este asunto, se llamó “Nuevas vocaciones para una nueva Europa”.

El documento comenzaba constatando que nunca fue tan real aquello de que “la mies es mucha, pero los obreros pocos” (Mt 9,37). ¡Qué decir 20 años después!

También invitaba a dar un “salto de calidad” a lo que a la pastoral vocacional europea se refiere, dejando atrás los métodos propios del reclutamiento, a la propaganda o a la “importación de vocaciones”. Más allá de ofrecer recetas, el texto aportaba algunas claves que aporta la propia teología de la vocación. Así, se afirma que “la fidelidad vocacional de una comunidad creyente es la primera y fundamental condición para el florecimiento de la vocación en cada creyente, especialmente en los jóvenes”. A la vez, se preguntaba con bastante fundamento: “La crisis vocacional de los llamados es también, hoy, crisis de los que llaman, acobardados y poco valientes a veces. Si no hay nadie que llama, ¿cómo podrá haber quien responda?”

Unas jornadas

Una de las intuiciones de aquel congreso de hace un par de décadas, que muchas diócesis y congregaciones plasmaron de forma más clara en sus programas e incluso en sus organigramas, es que “la pastoral vocacional es la perspectiva originaria de la pastoral general” (núm. 26). Es decir, no tiene sentido que la pastoral vocacional vaya al margen de una propuesta pastoral orgánicamente estructurada.

Un ejemplo de ello es la cita que concentrará a numerosos agentes de pastoral –ya sea directa y explícitamente vocacional o no– en Madrid del 14 al 16 de octubre. Confer convoca, un año más, la edición número 46 de sus Jornadas de Pastoral Juvenil Vocacional, en cierto sentido, mirando al Sínodo. El lema de este año se centra en el ser, más que en el hacer, del componente vocacional: “Quiero… ser!”. Los organizadores buscan “ayudar a superar el actual desconcierto que viven muchos responsables y agentes de pastoral acerca de  cómo desarrollar y trabajar hoy, en concreto, la pastoral vocacional.

Más allá del lema, el programa se centra en la relación entre vocación y vocaciones, a la vez que trata de ofrecer, a partir de unas preguntas y verbos básicos, una serie de orientaciones para una pastoral vocacional integral”. Reflexión y acción parecen necesarios en este campo para valorar en su justa medida la cuestión de los números y para ahondar en la madurez de la propuesta de vida vida cristiana que los agentes de pastoral hacen y acompañan.

Un testimonio

Congregaciones y diócesis, de ayer y de hoy, tienen materia suficiente para sonrojarse por las veces que no han estado a la altura en el acompañamiento de los candidatos a la vida religiosa o presbiteral. Al lado de tantas chapuzas de antaño, encontramos ejemplos de instituciones y sobre todo de personas que se han desvivido por el cuidado de las vocaciones.

El pasado 30 de septiembre, en Bratislava la capital de Eslovaquia, era beatificado el salesiano Tito Zeman (1915-1969), sacerdote mártir por su cuidado de las vocaciones. De hecho, Francisco, durante el Ángelus que compartió con obreros y trabajares en la ciudad italiana de Bolonia, señaló que el nuevo beato “se suma al número de mártires del siglo XX, porque murió en 1969, después de haber pasado un largo tiempo en la cárcel a causa de su fe y de su servicio pastoral” y pidió al Dios “que su testimonio nos sustente en los momentos más difíciles de la vida y nos ayude a reconocer, también en la prueba, la presencia del Señor”.

Este “servicio pastoral” que menciona el Papa es, directamente, una entrega a la protección de los jóvenes con vocación, algo que le llevó a la cárcel y le procuró las torturas que acabaron finalmente con su vida. Dos libros publicados en Italia recogen este componente como esencial en su vida religiosa desde el mismo título: “Tito Zeman, mártir por la salvación de las vocaciones” y el más reciente “Más allá del río, hacia la salvación. Tito Zeman, mártir por las vocaciones”.

Si vida dio un vuelco cuando la noche del 13 al 14 de abril de 1950, conocida como “la noche de los bárbaros”, el régimen comunista prohibió en Checoslovaquia las órdenes religiosas. Lo milicianos ocuparon los conventos y los fueron transformando en campos de concentración. Tito Zeman evitó ser capturado y en la clandestinidad se dedicó a ayudar a cruzar ilegalmente las fronteras entre la entonces Checoslovaquia con Austria a los jóvenes seminaristas, llevándolos a Turín a la casa madre de los salesianos, para que allí pudiesen los estudios y ordenarse como sacerdotes preparados para volver a su país a la caída del comunismo y devolver el “alma espiritual a su pueblo”. En la tercera de estas expediciones, a las que había incorporado también candidatos diocesanos, es cuando fue capturado, encarcelado y torturado.

“Aunque tuviese que perder la vida, no la consideraría malgastada, sabiendo que al menos uno de aquellos a los que he ayudado ha llegado a ser sacerdote en mi lugar”, fue una de sus últimas frases. Muchos de los que salvó pudieron participar, emocionados, en su beatificación. Como vemos, no todo es cuestión de números.