Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

El tsunami del miedo


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No sé si será una nueva variante del Covid-19 o una pandemia universal, pero cada vez se percibe más pánico y temor en los corazones de muchos en la actualidad. Motivos hay suficientes, quién lo puede negar, pero todo ellos provienen de una misma fuente que no podemos seguir evadiendo si queremos afrontar con sabiduría, y sobre todo alegría, los tiempos que nos toca protagonizar.



¿De qué estamos hablando entonces? Del tsunami del miedo. Esa oleada de vértigo, esa marea de incertidumbre, esa muralla infinita de agua que nos arrasó como barquito de papel apenas tuvimos conciencia de respirar, de existir y que esto que tenemos entre las manos y los pulmones –es decir nuestra vida– es finita y en cualquier momento se puede acabar. Para empeorar las cosas, un agravante más: nunca tendremos certeza de qué nos sucede cuando desaparecemos en el sentido material. Nos aferramos a la fe y a la esperanza de que hay un cielo al otro lado del “velo”, pero siempre como una apuesta donde hoy muchos apuestan a que perdemos a todo dar.

Todos los pequeños, grandes y medianos miedos que hoy padecemos y parecen haberse exacerbado, hunden sus raíces en esa fragilidad insoslayable de todo ser humano, que estaba tapada hasta hace poco y para unos privilegiados, por el confort y una engañosa felicidad. Ahora, sin mediadores ni contenciones, el oleaje y las marejadas de temor a muchos los tienen al borde de enfermar o bien paralizados para actuar. El miedo saca lo peor de cada cual y no es raro entonces ver la polarización, la violencia y la irritabilidad social en general y también en lo personal. Si el miedo fuese tiña, estaríamos frente a una humanidad calva y arañándose sin piedad.

Razones para temer el maremoto

La lista es tan larga como la lista de regalos de un niño para la Navidad, pero algunos miedos que hoy se coluden en nuestras mentes es bueno nombrarlos para consolarnos sabiendo que es un mal que aqueja a muchos. La destrucción del planeta, la crisis económica, la migratoria, la política, la eclesial e institucional, la salud, la social, la familiar, la fraternal, la personal, la espiritual… ¿Es el fin del mundo y de la vida que conocemos?,  se preguntan algunos con legítima curiosidad. Las olas vienen sin parar, nos revuelcan y nos hacen golpearnos en el fondo del mar, desorientados sin saber dónde respirar. A todo esto, un agravante más, la profunda desolación que produce no tener a “otro” en quien confiar. Es un tsunami sin comunidad o al menos con una muy debilitada por el individualismo y la soledad.

Afrontar el miedo

Puede ser un consejo contra toda lógica gubernamental –ya que frente a un tsunami real sí es urgente y necesario arrancar– pero frente a uno emocional y espiritual, debemos irnos “mar adentro” y ver todo lo que podemos encontrar para purificar y hacer “nuevas todas las cosas”. Un tsunami siempre se origina por un terremoto o sismo de grado mayor como puede ser cualquiera de las crisis que acabamos de nombrar. En vez de atemorizarnos y correr víctimas de nuestros “automáticos”, hagamos el esfuerzo de contemplar lo que se está destruyendo de nuestras estructuras y seguridades y qué de nuevo viene a mostrar. En la “recogida” del mar habrá que ir “caminando hacia dentro de nosotros mismos” y empezar a ver lo que antes estuvo cubierto de inconsciencia y ceguera. Tendremos la oportunidad de encontrar muchos recuerdos, personas, creencias, heridas, naufragios, tesoros, traumas y modos de relación con todos y en especial con nosotros mismos, que ya no nos sirven. Han quedado a la vista en su inutilidad y ya podemos dejarlos atrás. Son miedos de nuestro niño/a herida que hoy podemos contener y consolar.

tsunami

Con esa nueva conciencia, podemos asumir mejor las incertidumbres propias de la vida y aumentar nuestra fe en la comunidad, en los vínculos y en la protección de Dios que siempre estuvo en la historia que acabo de asimilar. Nunca estuvimos solos y aún en la misma muerte física, si aconteciera, se nos abre una nueva vida en la eternidad. Ciertamente, no seremos indemnes a los cambios tan radicales de esta época de bisagra histórica y habrá que buscar refugio con los demás, pero ya los viviremos sin miedo, sino que confiados en que esa ola no es más que una bendición para poder lograr una fraternidad real.

Tsunami y Adviento

Ya lo dicen muchas de las lecturas de este tiempo… habrá cambios y signos muy potentes en el cielo, en la naturaleza y en la humanidad, pero no son más que el anticipo de la venida de Jesús encarnado en esta Navidad. Sólo si dejamos atrás nuestro modo tan tóxico e individualista de relacionar, sólo si sanamos nuestras heridas y afrontamos nuestros miedos más profundos enquistados en lo profundo de nuestras almas, podremos vivir como hermanos y cuidar la casa que el señor nos dio para habitar.

No vivamos con miedo, sino con paz, ya está cerca de nosotros la liberación…