Rixio Portillo
Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey

El pozo sin fondo de justificar la violencia


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Las tragedias del siglo pasado parecen no haber sido suficiente para aprender la lección. La historia ha definido al siglo XX como ‘el siglo breve’, por los pocos momentos en los que no hubo una guerra. En el fondo, el asunto está en el pozo infinito de justificar la violencia.



No es incluso una novedad que el adjetivo mundial haya sido utilizado en el ámbito social para describir la guerra, porque parece que la violencia fuese el ADN común de la humanidad, en todo el mundo.

Lamentablemente, es así, la violencia existe, y como diría José Luis Martin Descalzo, no es hija de padre desconocido.

 La violencia no es un fenómeno lejano

La terrible guerra de Ucrania con la invasión militar de Rusia, lo demuestra. Todavía hay gente que justifica el mal, la guerra y la violencia. Con un discurso bélico arrogante de reivindicaciones sacadas del cajón de los recuerdos. Es que la historia sirve para todo.

En Latinoamérica sabemos de esto, los problemas de nuestros pueblos son casi los mismos: corrupción, desigualdad y violencia, sazonados con unos dictadores de turno, que siempre están rondando en la esfera pública, como herederos de Bolívar, Martí, Santander o cualquier otro prócer que pueda ser estirado.

Pero seguimos en el foso de la violencia, desde el enfrentamiento de unas barras, en un juego de fútbol; hasta el incendio y represiones en manifestaciones públicas. O en el pedir justicia ejerciendo más violencia, o gritando respeto, irrespetando al que no ve al mundo del mismo color que yo.

 Una conciencia civil y pacífica

Por eso es necesario seguir insistiendo en una conciencia civil y pacífica, en el corazón de las sociedades en América Latina. La violencia es una espiral que no distingue víctimas y victimarios. Con violencia, todos y todo se pierde.

Y no es un asunto de tontos.  La no violencia no es el argumento de los bobos o débiles de la sociedad, sino de aquellos que han sabido reconocer que toda vida humana merece respeto y que alguien tiene que detener el conflicto.

¿Cómo hacemos para romper la espiral de violencia o de justificar con placebos que atomizan la conciencia?

Con el sentido de la fraternidad, de la diversidad como tarea, de la diferencia como oportunidad de enriquecimiento, con la convicción de que la paz es fruto de la justicia, y no de ‘prepararse para la guerra’.

El Papa Francisco (uno de los pocos que promueve estas ideas), lo describe en su encíclica Fratelli Tutti, en la que plantea el camino de la fraternidad y la amistad social, con acciones concretas que emerjan de la amabilidad:

“La amabilidad es una liberación de la crueldad que a veces penetra las relaciones humanas, de la ansiedad que no nos deja pensar en los demás, de la urgencia distraída que ignora que los otros también tienen derecho a ser felices (…) El cultivo de la amabilidad no es un detalle menor ni una actitud superficial o burguesa. Puesto que supone valoración y respeto, cuando se hace cultura en una sociedad, transfigura profundamente el estilo de vida, las relaciones sociales, el modo de debatir y de confrontar ideas” (FT 224).


Por Rixio G Portillo. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey.