Cardenal Cristóbal López Romero
Cardenal arzobispo de Rabat

Dos muertes franciscanas


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Patxi Bergara ha sido un buen franciscano sacerdote, pero, sobre todo, una persona buena donde las haya. Murió el pasado 25 de enero, después de varios años luchando contra un cáncer.



Patxi fue misionero en el Caribe durante 16 años. Regresado a España, tomó la costumbre de venir a Marruecos cada año con un grupo de jóvenes en discernimiento vocacional. Por las mañanas, trabajaban en el orfanato más importante del país y, por las tardes, reflexionaban sobre temas de su interés, rezaban y compartían su experiencia de vida.

Durante años, Patxi se desplazaba a Pamplona cada semana para cuidar a su anciana madre… que, a sus 97 años, ha visto morir al hijo de 60.

Patxi era perfectamente consciente de su estado de salud. Tanto es así que, el día antes de su muerte, recibió la unción de los enfermos; durante ese momento sacramental, y por propia iniciativa, recitó de memoria la oración de abandono de Charles de Foucauld, y dijo que lo venía haciendo a diario desde hacía muchos años. Tuvo la fortaleza y la serenidad de indicar cómo quería su funeral (presidido por su provincial y concelebrado por varios sacerdotes, entre ellos su hermano salesiano) e incluso de elegir los cantos que quería se cantaran… A la mañana siguiente falleció.

Una muerte verdaderamente franciscana, y por doble motivo. Porque Patxi era religioso franciscano, seguro, pero más todavía porque, fiel a su fundador Francisco, supo abrazar la muerte como hermana, sin hacerle ascos ni tenerle miedo, con la alegría de saber que la muerte daría paso al encuentro definitivo y pleno con la Vida.

Peregrinación a la meta final

Algo así fue también la muerte de Benedicto XVI, que mi primo hermano Alfonso Gea, sacerdote psicoterapeuta especializado en el duelo y en la pastoral de la salud, calificó de “franciscana”. Y lo hace apoyándose en la carta que el mismo Benedicto XVI escribió a un diario agradeciendo el interés de los lectores por su vida; en dicha misiva declaraba: “Puedo decir que mientras mis fuerzas van disminuyendo, interiormente estoy en peregrinación hacia la ‘Casa’ del Señor”. Y comenta Alfonso: “Benedicto vive el final en armonía con la humanidad y el Creador. La vida del papa ha sido un despojarse de sí mismo sirviendo a la Iglesia hasta el final. Nos dice que su camino no se detiene: se hace más profundo, hacia el interior, como una peregrinación a la meta final, la Vida”.

¿Puede la muerte –la nuestra y la de nuestros seres queridos– ser una experiencia hermosa?

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