José Francisco Gómez Hinojosa, vicario general de la Arquidiócesis de Monterrey (México)
Vicario General de la Arquidiócesis de Monterrey (México)

Dios = abuelitos. Iglesia = papás


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Hoy domingo se celebra la I Jornada Mundial de los Abuelos y los Mayores, creada por el papa Francisco, quien no puede encabezar la celebración eucarística debido a su recuperación postoperatoria. El 22 de junio de este año se había anunciado la Jornada, enfatizando que la pandemia ha colocado a los ancianos en el centro de nuestro cuidado y protección.



Siempre he creído que el amor de Dios se parece al de los abuelitos por sus nietos, y el de los papás al que la Iglesia siente por sus hijos. Aquél es incondicional, lleno de misericordia y apapachos, carente de normas y exigencias. Para muchos nietos, ir a casa de sus abuelos es visitar el paraíso, sabiendo que recibirán abrazos y no reprimendas. La luminosidad en los ojos de los ancianos es, junto con su sonrisa y sus manos talladas por los estragos de la vida, la imagen más cercana que se puede tener de Dios.

El amor de los papás es diferente, y se contamina con frases como “es por tu bien”, “deseamos lo mejor para ti”, “algún día nos comprenderás”, cuando niegan un permiso o castigan por una pueril falta. Se preocupan por sus hijos, es cierto, y asumen con dolor sus descalabros, y quizá para que ya no sufran más, los obligan a la pasividad por el miedo a un dinamismo peligroso. La sonrisa no es lo suyo, sino el gesto adusto, y se sienten responsables -“¿en qué me equivoqué?”– si les damos la contraria en decisiones trascendentales y en otras no tanto.

Papa y ancianos

Dios y la Iglesia son como esos abuelitos y esos papás. Él no nos pide que vayamos a misa los domingos, que nos confesemos una vez al año ni, mucho menos, que demos puntualmente el diezmo. Si le planteamos nuestros pecados nos devuelve una sonrisa compasiva, y cuando creemos que lo hemos ofendido se carcajea, y provoca estruendos en los cielos por sus risas divertidas.

La Iglesia, en cambio, también nos ama, pero nos demuestra ese amor exigiéndonos pláticas pre-sacramentales, presentaciones matrimoniales, y en muchas ocasiones nos ha amenazado con la condena eterna si no nos portamos bien. No siempre nos da buen ejemplo, y a últimas fechas hasta escándalos nos ha regalado. Pero claro, todo lo hace para educarnos y, se supone, acercarnos más a Dios.

Ojalá y los hijos y nietos de este mundo no terminen distanciados de sus papás, la Iglesia, porque ya no les proyectan el amor de sus abuelitos, de Dios.

Pro-vocación

El Cardenal Burke, uno de los principales opositores a Francisco de Roma, ha vuelto a la carga. A raíz de la publicación del Motu Propio, Traditiones Custodes –que limita, casi prohíbe, las misas en latín y de espaldas al pueblo– ha cuestionado la autoridad del Papa para tomar tal medida. No extraña tal crítica. Lo que sigue llamando la atención es la libertad con la que altos dignatarios de la Iglesia católica expresan sus molestias contra el Papa en turno, libertad que opositores a los dos Pontífices anteriores –que los hubo, y muchos– o no ejercieron, o no tuvieron.