Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Descansar el corazón en el hermano


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El año 2020 terminó con una muy buena noticia en mi familia, porque el 30 de diciembre nació mi sobrino Xabier. Él vino para destronar a su hermano, que entonces tenía dos años y medio. Gracias a este pequeñajo, Mikel podrá hacer esos aprendizaje vitales tan importantes que todos tenemos que integrar antes o después, como saber que no estamos solos ni somos el ombligo del mundo, aprender a compartir espacio, cosas y afectos, hacer ensayos de cuidar a otros o descubrir esa maravillosa paradoja de que el amor se multiplica cuando se reparte. Se aprende mucho de tener hermanos, pero suele resultar difícil cuando se es pequeño.



Ahora, que ya han pasado algunos meses, Mikel se está acostumbrando a ese pequeño intruso que llegó cambiándolo todo en su familia allá con el nuevo año. Parece que, poco a poco, va siendo cada vez más cariñoso con él. No solo le consuela cuando llora poniéndole el chupete, sino que también le deja su peluche favorito. Lo que más ternura me despierta es un gesto de cariño muy curioso. Despacito y con mucha delicadeza, acerca la cabeza a la suya hasta que ambas se tocan. Pareciera que la estuviera dejando descansar sobre la del bebé, como si se tratara de un gesto de mutua complicidad. 

Una expresión de cercanía

Está claro que soy una ‘friki’, porque a mí me recuerda el modo en que el cuarto evangelio dibuja la última cena. En ese ambiente denso de amor y confianza, uno de los discípulos reposó también su cabeza sobre Jesús para preguntarle quién le iba a traicionar (Jn 13,23-25). No creo que sea una casualidad que el evangelista califique de “amado” a aquel que posa la cabeza sobre el seno del Maestro, porque, como bien sabe mi sobrino, este gesto es una expresión de cariño, de intimidad y de cercanía. Más que apoyar la cabeza, se trata de descansar el corazón, y eso solo lo podemos hacer cuando tenemos una relación muy estrecha con alguien.

Quizá el tiempo de cuaresma sea un momento propicio para preguntarnos sobre quiénes posamos la cabeza y quiénes son capaces de dar reposo a nuestro corazón. Ojalá, como ese discípulo que se sabía amado, también sea sobre el Señor.