José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

De estrellas, cartas, cuentos y luces


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Vieron la luz de las estrellas del cielo. Una, la esencial, la identificaron como la estrella que guiaba. Si la noche impidiera verla, nos la podríamos imaginar, representarla, verla multiplicada y casi tocarla gracias al ingenio de la luz eléctrica. Distinta. Pero también evocadora. Y así traerla estos días acompañando la esperanza. Con su cola centelleante y todo.



Pero muchos niños no pudieron disfrutar de las luces acogedoras y múltiples que acompañarían a los reyes por La Cañada Real. Por donde quizás pudieran haber caminado los magos “reales” con pleno derecho. Que por algo le pusieron ese nombre a la Cañada, digo yo, desde los tiempos de Alfonso X el Sabio (1273) que dispuso estos caminos. Y que este, en concreto, recorre las provincias riojanas, castellanas y manchegas. Madrid incluido.

Esta vez podrían haber sido estrellas como luces eléctricas como en tantos otros lugares de la tierra. O los niños podrían haber visto a los “reyes majos” por televisión gracias también a la luz eléctrica. Pero no pudo ser. Solo la luz con motores ruidosos de generadores y la de los petardos. Al menos en los sectores 5 y 6 de La Cañada Real en Madrid, capital de una de las 15 potencias mundiales, España. Sin luz eléctrica como consecuencia de la falta del casi eterno descompromiso político entre las administraciones responsables.

Una situación desesperada y recientemente muy protestada por muchos sectores atentos a los empobrecidos. Y que en estos días su falta recrudece el dolor con la llegada del frío extremo y en plena segunda/tercera ola de la pandemia. Donde a pesar de la llamada de la ONU a un restablecimiento inmediato de la luz, el 6 de enero no había llegado (desde octubre). Poniendo en peligro incluso la salud de unos 1.800 niños. “Pedimos a las autoridades que dejen de estigmatizar a las personas migrantes, a los miembros de la minoría romaní y a las personas que viven en la pobreza”, dijeron los expertos de la ONU ante tal situación.

La Cañada Real es en muchos aspectos refugio de la migración y símbolo de un reto integrador no resuelto. El asentamiento alberga a 8.000 personas que viven en una franja de 16 km de largo por 75 metros de ancho. Desde hace más de 40 años. Muchas de las personas residentes son migrantes o romaníes. La infancia de La Cañada Real ha pedido a los Reyes Magos – caminantes de mil tierras y mil mares como los migrantes– la luz que la política les niega. El mejor regalo para una infancia cuyos derechos están siendo vulnerados. Como denunciaba muy bien Cáritas de Madrid y otras instancias eclesiales y civiles.

Estas situaciones nos debieran empujar a “ver por dentro” esas realidades. Más luz. Como pedimos muchas almas adultas y, sobre todo, esas voces infantiles. Más luz “que si no basta el sol para mirarnos, ¡que se enciendan las almas!”.

La luz de la justicia, también, con la que alumbraba José Palazón, un alma encendida, ante la denegación de una regularización a un niño de Melilla de la que me hago eco. Un niño. Tan solo un niño. Denunciaba que el cambio de año en Melilla terminaba mal, “sin paz y con más ganas de pelear y acabar con el racismo y el apartheid que mantiene este gobierno progresista que nos hemos dado”. Lo hacía tras que la administración diera de baja la tarjeta sanitaria a un niño de 8 años. Uno más sin escolarizar y cuyo caso está siendo defendido por el Defensor del Pueblo, el Comité de Derechos del Niño, Prodein…

Otro niño sin colegio ni médicos

A.E.A. no está escolarizado y ahora le quitan la tarjeta sanitaria. Nació en Melilla, tiene una hermana escolarizada, sus padres trabajan desde hace muchos años en la economía sumergida sin lograr regularizarse. Otros compañeros escribieron cartas a los Reyes Magos pidiendo escolarización. Mientras, otros niños, los de La Cañada, reclamaban poder estudiar –no solo a la luz de las velas–.

Me viene a la memoria aquel cuento de navidad de Eduardo Galeano sobre un médico de un hospital en Managua. Cuando se marchaba una noche tras finalizar su trabajo, “hizo una última recorrida por las salas, viendo si todo queda en orden, y en eso estaba cuando sintió que unos pasos lo seguían. Unos pasos de algodón; se volvió y descubrió que uno de los enfermitos le andaba atrás. En la penumbra lo reconoció. Era un niño que estaba solo. Fernando reconoció su cara ya marcada por la muerte y esos ojos que pedían disculpas o quizá pedían permiso. Fernando se acercó y el niño lo rozó con la mano: “Decile a… –susurró el niño– decile a alguien, que yo estoy aquí”.

De estrellas, cartas, cuentos y luces os he hablado. Y de una invitación a ver aquí y sentir como propias, otras historias, cuentos o cartas como las citadas. Nuevas señales sacramentales por descubrir. Como León Felipe apunta en un poema llamado ‘Colofón’, que viene muy bien para terminar_

Luz…

Cuando mis lágrimas te alcancen

la función de mis ojos

ya no será llorar,

sino ver.