Rixio Portillo
Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey

Cuba y el derecho a la insurrección


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Las manifestaciones públicas en Cuba contra la situación humanitaria en la isla han inundado las redes sociales y la agenda pública en diferentes medios. Lo que comenzó como un llamado a mejores condiciones por el Covid-19, se transformó en un grito soberano de vida y libertad.



Es interesante cómo estos dos valores: vida y libertad son las proclamas en las manifestaciones, cuando para nadie es un secreto que el pueblo cubano está sometido por más de cincuenta años a la consigna comunista de patria o muerte.

De allí, el comprender el derecho originario, natural y fundamental de todo ser humano a exigir su libertad, impronta de su condición y sobre todo de su dignidad como hijos de Dios.

El derecho a la resistencia frente a la opresión

Pablo VI, en su polémica encíclica ‘Populorum progressio’ de 1967, escribió las razones moralmente legítimas para la insurrección, las cuales tienen plena vigencia y actualización en la realidad cubana:

“Cuando poblaciones enteras, faltas de lo necesario, viven en una tal dependencia que les impide toda iniciativa y responsabilidad, lo mismo que toda posibilidad de promoción cultural y de participación en la vida social y política, es grande la tentación de rechazar con la violencia tan grandes injurias contra la dignidad humana”, la insurrección sería justificada “—salvo en caso de tiranía evidente y prolongada que atentase gravemente a los derechos fundamentales de la persona y dañase peligrosamente el bien común del país—” (PP 30,31).

El solo argumento de tiranía prolongada sería suficiente para comprender el derecho originario del pueblo cubano de buscar mejores condiciones de vida, en respeto de la libertad de pensamiento, libertad de expresión y sobre todo libertad de conciencia, en una democracia auténtica sin barnices ideológicos.

¿Qué podemos hacer por Cuba?

Por eso lo mejor que podemos hacer por el pueblo cubano es comprender el motivo de sus exigencias legítimas, y no encasillar el debate en una narrativa ideológica que ya no responde a la contemporaneidad.

El bloqueo de Estados Unidos es parte del problema, pero no es la causa del problema.  Muchos de los países que se hacen sordos a la represión y detención de miles de civiles en Cuba, y solo invocan el bloqueo como causa de la situación, —pero tienen relaciones comerciales plenas con la isla—, pretenden minimizar u ocultar la realidad humanitaria en el país.

Sin respeto y garantía de todos los derechos humanos no puede haber desarrollo humano, y en Cuba, más allá de la propaganda oficial, las carencias por alimentación y salud son evidentes.

Hoy sigue vivo el grito de Juan Pablo II en su visita a la isla: “que Cuba se abra el mundo, y el mundo se abra a Cuba”; que Cuba se abra a la diversidad, a la pluralidad y a la democracia auténtica en la generación de ideas, y que el mundo se abra a reconocer la situación precaria, como deuda histórica de un pueblo que ha sufrido durante décadas.

Por tanto, si, cubanos, ustedes tienen derecho a una mejor condición de vida, tienen derecho a la libertad, tienen derecho a un país distinto; y el mundo (es decir todos), tenemos el deber de acompañarlos, desde el respeto soberano, en su gesta libertaria.