¿Cuánto duele que te toquen la cara?


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El pasado jueves 28 de septiembre, en un pleno del ayuntamiento de Madrid, el concejal socialista Daniel Viondi fue expulsado por “tocar” la cara del alcalde, José Luis Martínez Almeida. Horas después, el concejal fue forzado a dejar su acta de concejal o renunció o ella. El hecho ha despertado el interés de los medios, que han comprendido el asunto, de forma ligeramente distinta, como “toques”, “palmadas” (o “palmear”), “cachetadas”, “cachetes” o incluso “bofetadas”. Y parece que ha sido precisamente la gravedad del hecho en sí –reflejada en los términos empleados– lo que ha merecido, según los medios, un reproche mayor o menor: parece que si eran “bofetadas” tenían más gravedad que si habían sido “toques”.



Honor y vergüenza

Los conceptos del honor y la vergüenza les sirven a muchos investigadores del Nuevo Testamento para entender mejor la sociedad de la época de Jesús. Precisamente, este sería el contexto más adecuado para comprender las siguientes palabras del Evangelio: “Si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra” (Mt 5,38). Entrando en el asunto, es evidente que, para una persona diestra, la única manera de dar una bofetada en la mejilla derecha del que está enfrente es hacerlo con el reverso de la mano.

almeida

En la Misná –la codificación de la Ley oral que puso por escrito Rabí Yehudá ha-Nasí en torno al año 200 d. C.– leemos: “Si uno da un puñetazo a su prójimo, ha de indemnizarle con una ‘selá’ […] Si le da una bofetada, ha de darle doscientos ‘sús’. Si le abofetea con el reverso de la mano, ha de indemnizarle con cuatrocientos ‘sús’” (Baba Qama 8,6). Sabiendo que una ‘selá’ equivale a cuatro ‘sús’, y que un ‘sús’ era el valor de un día de trabajo, queda claro que lo más caro era una bofetada con el dorso de la mano: la multa equivalía a más de un año de trabajo. Evidentemente, lo que se estaba castigando no era tanto el daño físico cuanto el moral, de modo que se consideraba que causaba un mayor menoscabo del honor una bofetada propinada con el reverso de la mano que un puñetazo.

El problema con Martinez Almeida, evidentemente, no ha sido el dolor físico producido, sino la humillación infligida con esos toques en la cara por parte del socialista. Y es que todavía hay mucho “matón” en la política española, muchos que se consideran por encima del bien y del mal y con derecho de expulsar al otro del escenario, porque solo hay una moralidad superior: la suya.