Como Juan Pablo II decía a sus seminaristas: ¡Aprende Roma!


Compartir

Cuando Juan Pablo II se encontraba anualmente con los seminaristas en la Ciudad Eterna, siempre les desafiaba a que aprendieran Roma. Es una frase que, técnicamente va en contra de las leyes de la gramática, pero que todo el mundo entiende: “¡Aprende Roma!”. La idea era que Roma es como una enciclopedia de la historia católica en piedra y cemento, y si te mueves por la ciudad y prestas atención, adquirirás una enseñanza sobre la Iglesia que no se puede aprender en ninguna otra parte del mundo.

Este año, en la canícula de verano, cuando hay pocas noticias interesantes en el Vaticano, he decidido tomarme al pie de la letra el mandato de Juan Pablo y salir a conocer al vecino romano. Mi experiencia confirma sin duda lo señalado por el pontífice, porque he aprendido mucho sobre la Iglesia -que no sabía antes- y eso que llevo más de dos décadas como vaticanista. Un ejemplo al respecto: hace poco me percaté que había un restaurante en mi vecindario que no había probado, al final de una calle secundaria. Solo se tardan 10 minutos en llegar andando, bajando por una calle tortuosa llamada Monte del Gallo, luego la calle Gregorio VII, Cardinale Silj y terminando en Cottolengo.

Vaticano Roma

Brevemente, desharé el nudo del significado de dichas calles. Monte del Gallo es realmente el nombre de mi barrio. Gallo no es lo que se supondría, sino que viene de “gaul”, es decir, francés. Es una referencia a Carlos III, Duque de Borbón, quien lideró el infausto Saco de Roma en 1527 en nombre del Sacro Imperio Romano y acampó aquí, de ahí el nombre “el Monte del Galo”. La batalla, por cierto, se recuerda como el único momento en que la Guardia Suiza ha entrado en combate. 189 guardias suizos lucharon tenazmente contra miles de soldados españoles y, aunque solo sobrevivieron 42, consiguieron ganar tiempo suficiente para que el papa Clemente VII escapara sano y salvo. Al final. Carlos de Borbón murió bajo el fuego de los cañones del castillo papal de Sant’Angelo.

Un camino por la historia

Via Gregorio VII se define sola. Refiere al gran pontífice reformador del siglo XI, que sentó el precedente para la independencia y soberanía del papado en la Querella de las Investiduras con el Sacro emperador romano Enrique IV. También atacó con rigor la simonía, que permitía la venta de sacramentos por dinero, y defendió el celibato sacerdotal. No puedo evitar ver la ironía que, en el Sínodo de la Amazonía del próximo octubre, algunos de los prelados que apoyarán los viri probati, se alojarán en la calle que lleva el nombre del mayor defensor del celibato sacerdotal de toda la historia de la Iglesia.

El que fuera Prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, Cardenal Silj, da nombre a la siguiente calle. Silj era primo del cardenal Pietro Gasparri, el secretario de Estado vaticano que negoció los Pactos de Letrán con Mussolini que terminó con la Cuestión Romana y la aceptación tardía de la separación Iglesia/Estado.

Y finalmente, la calle del Cottolengo debe su nombre a una Iglesia descubierta que estaba dedicada a san Giuseppe Cottolengo, un sacerdote italiano del siglo XIX que nació y creció a la sombra de la ciudad industrial de Turín y fundó una serie de obras sociales para el cuidado de personas vulnerables que no encontraban ayuda en ningún otro sitio, atrapados entre las deficiencias del Estado y los huecos dejados por la nueva economía capitalista. Fundó la Casita de la Divina Providencia al norte de Italia, que se conoció rápidamente como “el cottolengo”, por su apellido. Hasta ahora, las instituciones para disminuídos físicos y mentales en Italia se llaman de manera general “cottolengos”.

Estos diez minutos de atención a los nombres de las calles para llegar a un restaurante, me ha puesto delante de cuatro momentos de la relación dela Iglesia con el mundo secular: el debate medieval sobre las Investiduras, el conflicto renacentista entre el papado y las autoridades laicas que llevaron al Saco de Roma, los Pactos de Letrán y el desarrollo de la Doctrina Social
de la Iglesia moderna y su acción. Sigan mi ejemplo y aplíquenlo a cualquier parte de su ciudad, y los resultados serán igualmente edificantes. Esto es lo que Juan Pablo quería decir con aprender Roma, y la lección no ha perdido un ápice de empuje.