Tras una conferencia impartida en la Comunidad de Grupos Loyola, donde me pedían algo del legado de Francisco, me sentí incapacitado, una vez mas, de sintetizar. Y más sobre una personalidad tan rica como la del bendito Papa Francisco. Los gestos y las palabras “franciscanas “me comieron todo el tiempo. Y no pude añadir algo fundamental como es la denuncia del clericalismo. También la importancias de la sinodalidad. Ahí seguimos con el papa León XIV. De esas cosas se trata: del paso del clericalismo a lo sinodal como legado esencial de Francisco.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Este artículo intenta no olvidarlo :
Cuando el pastor venido del fin del mundo regresó a la casa del Padre, no dejó tronos ni títulos; dejó caminos. Se puede decir: abrió procesos. Caminos abiertos por el Espíritu en el corazón de una Iglesia necesitada de aire fresco y pies polvorientos. Como el sembrador del Evangelio, Francisco arrojó semillas en tierra dura: la del clericalismo viejo, la de las estructuras cerradas por donde descubrir grietas. Y allí donde muchos veían un desierto, él anunció sinodalidad. No como consigna, sino como conversión.
La idea del clericalismo ha sido expresada por el Papa en varias ocasiones, y aunque no siempre con las mismas palabras el papa Francisco apunta a que el clericalismo no favorece el desarrollo de la madurez cristiana. Produce una forma de infantilización de los laicos y empobrece la identidad del sacerdote. Es una verdadera enfermedad en la Iglesia.
“Clericalismo” pues –en línea con el Obispo de Roma– es una deformación del corazón de los pastores, una perversión del don. No son solo conductas aisladas; es un sistema que ha hecho de lo sagrado una barrera, y del altar, un trono. “El cura clericaliza –nos advirtió– y el laico, a veces inconscientemente, porque la historia pesa mucho, le ruega que lo “clericalice”. Lo apuntaba en el discurso a la Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo para los Laicos, de 2016. Así, unos y otros quedaban atrapados en un juego de poder disfrazado de piedad. Y el Pueblo de Dios, silenciado, herido, infantilizado.
Francisco, con voz de profeta y ternura de abuelo, rompió ese silencio. Su pontificado fue una llamada a la escucha, al discernimiento, a caminar juntos como hermanos. La sinodalidad no es estrategia. Es alma. Es forma de amar. Es rostro del Reino. Una Iglesia sinodal –insistía– es una Iglesia del oído atento, donde nadie es espectador y todos son corresponsables. Esta es la idea que está claramente desarrollada y muy cercana en contenido y forma en el discurso del papa Francisco con motivo del 50º aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos.
Esta visión, nacida del latido del Concilio Vaticano II, se tradujo en gestos concretos: Seminarios que no fabriquen príncipes del púlpito sino servidores con olor a oveja; estructuras que se dejen revisar por la comunidad y no teman la luz; mujeres —tantas veces invisibilizadas— que ya no esperen en la sacristía, sino que caminen al centro, porque “la Iglesia es mujer”, nos recordó. (Homilía en Santa Marta, 21 de mayo de 2018) Y no mujer muda.
Él se hizo puente
Francisco tocó la herida del clericalismo con el bálsamo de la sinodalidad. Convirtió el “yo decido” en “discernimos juntos”, y el “así se ha hecho siempre” en “¿qué nos dice hoy el Espíritu?”. No evitó el dolor del cambio ni las resistencias tenaces, incluso dentro del Vaticano. Caminó entre lobos con la mansedumbre del Cordero. Y aunque algunos quisieron aislarlo, él se hizo puente.
No cedió al afán de ruptura. En temas como el celibato o el acceso al sacerdocio, soñó reformas con realismo evangélico. Quiso abrir puertas sin romper la casa. Fue prudente no por miedo, sino por amor a la comunión. Pero nadie podrá negar que dejó huellas. Porque allí donde otros buscaban retrocesos, él sembró irreversibles: estructuras más abiertas, laicos y mujeres en decisiones clave, la constitución apostólica ‘Praedicate Evangelium’ como acto profético. Y lavó los pies de mujeres, recordando al mundo que el servicio no distingue género, sino amor.
Hoy, muchos se preguntan si su legado será conservado o enterrado. Pero los profetas no necesitan monumentos: dejan caminos abiertos (procesos) y conciencias despiertas. Francisco no fue dueño de la Iglesia: fue su servidor. Y como tal, nos dijo sin palabras en diversas homilías y discursos, Francisco frases similares a esta: “El Evangelio es camino, no museo”. “Si quieren honrarme, no me repitan… ¡caminen!”. O “No hagan de mí una estatua. ¡Sigan adelante!”
Porque la sinodalidad no es un punto de llegada, es un éxodo continuo. Es dejar atrás el Egipto del clericalismo para buscar, juntos, la tierra prometida de la fraternidad evangélica. Es una Iglesia donde el pastor no marcha adelante solo, sino al ritmo de su pueblo. Donde nadie es más por tener órdenes, y nadie es menos por no tenerlas.
La valla del clericalismo está rota por la grieta de la sinodalidad.
Saltar la valla, rasgar el velo,
romper el cetro, sembrar el suelo.
El clericalismo, polvo y eco;
la sinodalidad, paso y fuego.