José Luis Pinilla
Horizontes abiertos y presidente de CONFER-ALCALA. Grupos Loyola

Atrios de Escucha: el asombro como umbral sagrado


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No está relacionado mucho con mis temas habituales, pero me parece que es importante ofrecer miradas más allá. Por si ayuda. Traigo a mi blog esta mirada y recordatorio de la última Reunión de CONFER Madrid a la que asistí. A partir de una ponencia de José María Fernández Martos, SJ, con este sugerente título ‘El asombro como atrio sagrado de la escucha’.



Dicen que las comunidades verdaderas no se edifican en la eficiencia, ni en la organización perfecta, sino en los lugares donde brota el asombro. Como aquel niño, Diego, que no conocía la mar. Su padre, Santiago Kovadloff, lo llevó al sur. La mar los esperaba, escondida más allá de los médanos, paciente y luminosa. Cuando al fin alcanzaron la cima de los montículos de arena, la mar estalló ante sus ojos. Fue tanta la inmensidad, tanto el fulgor, que Diego quedó mudo de hermosura. Y al fin, temblando, tartamudeó:
—Ayúdame a mirar.

Este pequeño gesto, esta súplica temblorosa, resume el primer paso hacia una comunidad que escucha: el asombro verdadero, ese que no se reduce a admiración superficial ni se detiene en la contemplación pasiva, sino que abre el alma y solicita ayuda para ver más allá de lo visible. Como si nos asombráramos intentando ver a fondo más allá de las tapias de un convento

1. Del admirar vacío al asombro que enciende

El asombro no es un lujo infantil, ni un accidente. Es el umbral. En la vida consagrada, como en cualquier vocación auténtica, todo comienza cuando uno es alcanzado por una belleza que no controla. Dice el documento ‘Vita Consecrata’ que quien se deja llevar por el Espíritu puede exclamar: “Veo la belleza de tu gracia, contemplo su fulgor y reflejo su luz”.

Pero nuestra cultura ha confundido asombro con admiración. Vivimos rodeados de ídolos: cuerpos perfectos, tecnologías brillantes, logros que provocan envidia. Admiramos y somos admirados, y nos olvidamos de mirar con hondura. Nos volvemos ciegos para el misterio.

Romano Guardini decía que la experiencia religiosa empieza con el asombro. Santa Teresa lo intuía al contemplar una simple hormiga. Thomas Edison, ante el verdor de una hoja, reconocía el milagro. Y nosotros, muchas veces, pasamos de largo ante el milagro del otro, ese que vive a nuestro lado.

Un hombre observa el fuerte oleaje en la localidad vizcaína de Getxo

2. Ver con el corazón

No basta ver: hay que mirar. Ver es mecánico. Mirar es acto del alma. En el Evangelio, Jesús se encuentra con personas que miran con afecto profundo, y con otras que sólo “ven” sin comprender. El sacerdote y el levita “vieron” al herido, pero siguieron de largo. El samaritano, en cambio, se acercó, lo tocó, lo cuidó. Miró con misericordia.

Moisés también hizo este tránsito. Primero vio a su pueblo oprimido. Luego miró… y no soportó la injusticia. Fue entonces cuando Dios lo eligió. Porque el suelo donde alguien mira con el corazón es suelo sagrado. Y toda comunidad nace cuando alguien deja de ver con juicio y comienza a mirar con compasión.

3. La lentitud que hospeda

El asombro requiere lentitud. En tiempos acelerados, escuchar es casi una forma de resistencia. Simone Weil lo decía claro: “La atención pura es una forma de oración”. En la prisa no hay espacio para el otro. Lo interrumpimos, lo interpretamos antes de que termine de hablar. Pero Dios actúa en la paciencia: “Me callaba, aguantaba…”, dice Isaías.

Moisés se detuvo a mirar la zarza. Podría haberla ignorado como un fenómeno natural. Pero se acercó con calma, descalzo. Entonces la voz habló. Tal vez la zarza ardía siempre. Pero sólo quien se detiene a mirar la ve arder.

4. Acoger no es lo mismo que recibir

Recibir es abrir la puerta. Acoger es abrir el corazón. Marta y María simbolizan esa diferencia. Una se afana en los quehaceres, la otra se sienta a escuchar. Jesús no desprecia la acción, pero reconoce lo esencial: acoger la presencia, no sólo atender al invitado.

El fariseo recibe a Jesús, pero lo juzga. La mujer pecadora no tiene casa, pero le lava los pies con lágrimas. No tenía recursos, pero sí hospitalidad. Porque acoger es inclinarse ante la historia del otro, sin etiquetas ni prejuicios.

5. De distantes a cercanos

El egoísmo nos vuelve espectadores de la vida ajena. La cercanía, en cambio, es compromiso sin invasión. San Pablo habla de un cuerpo donde todos los miembros se duelen o se alegran juntos. Esa es la comunidad auténtica: la que no pasa de largo, la que se hace cargo, la que no ve a los otros como carga sino como “encargo”.

Fratelli Tutti lo dice con fuerza: solo en la entrega sincera se encuentra plenitud. A veces, acercarse es simplemente estar, sin resolver. Mirar sin juicio, acompañar sin presión.

Las olas rompen en la costa y han provocado daños en el muro del santuario de A Virxe da Barca, en

6. Escuchar con toda el alma

Escuchar va más allá del oído. Es disposición profunda. Elí vio a Ana llorando en el templo y pensó que estaba borracha. No escuchó su silencio, no percibió su pena. ¿Cuántas veces hacemos lo mismo? Escuchar implica renunciar al juicio rápido, al consejo automático. Es esperar a que el otro diga lo que aún no sabe que siente.

En tiempos de ruido y enfrentamientos, escuchar es un acto profético. “Renunciemos a la mezquindad y al resentimiento de los enfrentamientos sin fin”, dice el Papa Francisco. Y añade: “No lo hagamos solos, individualmente… convocarnos en un ‘nosotros’ que sea más fuerte que la suma de pequeñas individualidades”.

Epílogo: Ayúdame a mirar

Como Diego ante la mar, tal vez debamos decir de nuevo: “Ayúdame a mirar”. Mirar al hermano, mirar mi historia, mirar la zarza ardiente, mirar la vida como un misterio. Mirar al cielo y al suelo. Solo así nacerán comunidades nuevas, tejidas de escucha, compasión y esperanza.

Caminar con mirada “binocular”: al cielo de lo deseable, y a la tierra humilde de lo posible. Sólo así, con los pies descalzos, sabremos que estamos pisando tierra sagrada cada vez que miramos al otro no como obstáculo, sino como milagro.

Y así, bajo el árbol de la recia esperanza, será posible nacer de nuevo.