José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

A veces el árbol no deja ver el bosque


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El Espíritu de mil colores me llevó al acogedor y creativo O_Lumen, ese espacio dominico heredero, con una rehabilitación integral, de la antigua iglesia de Santo Domingo El Real, obra del también dominico Francisco Coello de Portugal, ahora convertida en un cruce de caminos para la palabra, el arte, la fe… Espacio para el encuentro en suma. Tan necesario.



En un acto organizado por la buenísima gente de CONFER, participé, más de lo que hubiera previsto, en la entrega de los Premios Carisma.

Y mientras iba metiéndome en escena de lo que allí acontecía, recordé a Timothy Radcliffe que ha sido, además de Maestro de la Orden de Predicadores, un gran escritor especialista y sugerente sobre la Vida Religiosa. El marco –dominico– y la gente con la que estaba – mayoritariamente Vida Religiosa–, me lo recordó.

Este autor comparaba la Iglesia con un bosque tropical. Lo característico de un bosque tropical es que está compuesto por ecosistemas internos, distintos unos de otros, que confieren belleza al conjunto. Si todo en el bosque fuera igual perdería esa belleza. Por otra parte, cada ecosistema dentro del bosque necesita unas condiciones peculiares para mantenerse y crecer; si no las tiene se deteriora y muere. Quedémonos, pues, con este doble elemento de la metáfora: primero, que la belleza del conjunto la confiere al bosque la diferencia de los ecosistemas. Segundo, que esos ecosistemas necesitan de cultivos propios para subsistir.

Distintos ecosistemas

Así es la Iglesia. Puesto que ninguna vocación cristiana dentro de ella agota a Jesucristo ni es capaz de encarnarlo en su plenitud, su belleza interna y sus posibilidades de sacramentalizarlo en el mundo radican en los diversos carismas que existen dentro de ella. Hablar, por ejemplo, del carisma matrimonial y familiar, o del carisma ordenado (obispos, sacerdotes, diáconos) o del carisma de la Vida Religiosa equivale a compararlos con ecosistemas dentro de la Iglesia. Ninguno es el bosque entero, la Iglesia; entre todos, acentuando trazos distintos del mismo y único Cristo, tratan de “representar” a Jesucristo y de ser prolongación suya en la Iglesia y para el mundo.

Si nos fijamos en un solo carisma, en un solo árbol del bosque, perderíamos mucho de la belleza del conjunto. Sí. Aquello de que a veces el árbol no deja ver el bosque.

Apliquémoslo a las migraciones: hace días fue noticia el riesgo heroico de un migrante en Bilbao lanzándose a la ría para salvar a una persona. No era la primera vez que lo hacía. Fue noticia. Incluso se mencionó su nombre. Mohamed Diouf, senegalés de 27 años. Se personalizó. Y no son ya noticia, sin embargo, las miles de vidas migrantes que se arrojan al mar para salvar la propia. O que, llegados a tierra, incorporan mucho a las nuestras enriqueciéndolas, con su esfuerzo, trabajo, dedicación, cultura y aportación vital.

A veces se nos hace muy difícil intentar cambiar la visión de que los flujos migratorios son, en su mayoría, irregulares. Craso error. La realidad demuestra que las migraciones regulares son mucho más amplias y silenciosas que las irregulares.

Por eso hay que redoblar el esfuerzo para que la necesaria urgente e imprescindible atención a los migrantes vulnerables no socave el también persistente esfuerzo para alcanzar vías migratorias legales, seguras y ordenadas pidiendo a los poderes públicos medidas concretas, fundamentadas y permanentes.

Estamos poniendo el foco en las fronteras, que, junto al miedo, el morbo, y la manipulación desde muchos intereses (políticos, económicos, etc.) es lo que da rédito, pero lo importante es la acogida y la integración. Y ahí es donde se debe abordar el reto. Estamos ante un reto político no coyuntural. Es curioso pero los últimos informes indican que de los más de 47 millones de personas que vivimos en España, siete millones son personas que han nacido fuera de nuestras fronteras. Un 17% de la población es de origen inmigrante.

En los medios sociales solo aparecen noticias llamativas –la mayor de las veces de manera trágica o negativa– sobre los migrantes. Son arboles llamativos. Con ello nos estamos perdiendo el enriquecimiento del bosque en su conjunto. La gran y necesaria aportación migratoria a nuestra sociedad. Ahora y en el futuro. Ver y actuar no compulsivamente sino desde amplios marcos de análisis, acogida, hospitalidad, intervención y cohesión se hace cada vez más imprescindible para contemplar la belleza del bosque. No solo los árboles aislados.