José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

109 cochecitos de bebé vacíos en medio de una plaza


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Una narración casi fotográfica sobre la memoria de 109 niños se me acercó estos días mientras estaba repasando – a propósito de la guerra en Ucrania – los criterios comunes de actuación del ámbito en que me muevo ( SJM) para aprender y acertar en la acogida de los refugiados de la tierra azul y amarilla de Ucrania. La universalidad para continuar ofreciendo atención a las personas sin distinción que ya se están acompañando y a la vez, mantener nuestras puertas abiertas para los nuevos casos concretos que acudirán en petición de acogida. El estar atentos para priorizar las acciones entre las situaciones de mayor necesidad dentro de los “agujeros” del sistema de protección internacional y a la vez estar prestos en el acompañamiento a las personas migrantes y refugiadas más vulnerables, especialmente aquellas que quedan más al margen. Intentando abrir el foco (abrir las vallas me –nos- cuesta un poco mas).



Geografía humana

109 niños en Ucrania, en Leópolis, una ciudad hasta hoy desconocida para mí, que la descubrí porque me contaron que es donde hay compañeros jesuitas trabajando en la ayuda a los refugiados cerca de la frontera entre Ucrania y Polonia. Y es la guerra en Ucrania, nos está enseñando más geografía que los libros de texto. Y a partir de las historias de esa y otras muchas ciudades, cada uno, conjugado verbos traducidos a la realidad, donde, cuando y como pueda, podremos acompañar, servir y defender.

También las imágenes concretas, contempladas en la distancia (que se acorta cuando el corazón se moviliza), nos sirven para focalizar nuestra atención en los aspectos concretos de la geografía humana, social y política a través de acontecimientos particulares, los testimonios, las situaciones locales… de tantos huidos del horror pero que no nos deben hacer olvidar la necesaria ampliación del foco con una mirada que se haga global.

Y que nos ayude a comprobar, por ejemplo, como los migrantes son dolorosos peones infantiles de ajedrez en las decisiones estratégicas de las potencias mundiales (estos son los reyes ajedrecísticos). E incluso esos peones y sus acompañantes se convierten en herramientas y medios de presión (¡oye tú, que son personas¡). Son como “armas de guerra”, arietes que pueden abrir o probar las fortalezas de las fronteras, alambradas y vallas por tantos lugares del mundo

Esta es la primera ampliación del foco: emigrantes y refugiados como armas arrojadizas manipuladas por el hambre, la indignidad y la desigualdad que nacen de aquellas decisiones, políticas, sociales y económicas de tantos administradores públicos que no defienden el incuestionable principio y la necesaria medida de no tener que emigrar si uno no quiere.

Frente al olvido

Nos acordamos ahora de un tiempo no lejano (noviembre 2021) de los menores migrantes y refugiados y sus familias, provenientes de Medio Oriente y África plantados en la frontera bielorrusa frente a Polonia (que ayer ponía alambradas y concertinas y hoy abre sus puertas de una manera generosa, abierta , organizada y eficaz ante los que huyen de Ucrania) .Muchas de ellas llegaron de Estambul, Dubai , Bagdad… Migrantes que, con el apoyo tácito de las autoridades bielorrusas se situaron en la frontera –muchos trasportados en aviones– como punto de tránsito para llegar a Europa.

O sin ir tan lejos, no olvidemos tampoco la alocada utilización de los menores en nuestras fronteras de Ceuta y Melilla a través de un abrir y cerrar puertas (aunque eso no impidió que se cerraran nuestros ojos) en función de intereses sociopolíticos, de nuevo y al mismo tiempo de la llegada de la invasión rusa en Ucrania…

 Ya Benedicto XVI, hablando del desarrollo humano integral, decía que ante las migraciones se requiere una fuerte y clarividente política de cooperación internacional para afrontarlo debidamente. “Es un fenómeno que impresiona por sus grandes dimensiones, por los problemas sociales, económicos, políticos, culturales y religiosos que suscita, y por los dramáticos desafíos que plantea a las comunidades nacionales y a la comunidad internacional. Podemos decir que estamos ante un fenómeno social que marca época”. Si perdemos esta perspectiva de la complejidad del fenómeno, nos abocamos a respuestas simplistas que solo las da los de la mirada corta. Muy corta. Sean personas, asociaciones, o partidos políticos.

Partir de lo local

Es necesaria la mirada global que puede partir de lo local y concreto que tantos medios, nos trasmiten en impactantes imágenes, crónicas, relatos… Aunque también puede hacerse en sentido contrario.

Yo inicio el camino desde lo local y lo hago a partir de una sencilla imagen: 109 cochecitos de bebé vacíos en una céntrica plaza de Leópolis (o Lviv) en Ucrania que es el principal lugar de paso por el que unos tres millones de personas han escapado de la guerra como refugiados hacia otros países. La guerra me ha hecho acercarme a la información de esa ciudad. De repente aprendí que esa ciudad es capital indiscutible de la cultura, la espiritualidad y la identidad nacional de Ucrania. Lviv que siempre ha desempeñado un papel importante en el desarrollo de la democracia y la lucha por la independencia

Allí ha colocado esos cochecitos vacíos, el alcalde de Andriy Sadovy para mostrar su tristeza, su denuncia, su llamada de atención ante la muerte de 109 niños en su país. Justo en el centro histórico de una ciudad –capital cultural de Ucrania– declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco.

109 cochecitos de bebé vacíos. Como vacías de esperanza están tantas vidas humanas sufrientes por la guerra en Ucrania y otras similares. Coches vacíos como vacía queda la tierra de origen, tantas veces arrasada esos días en Ucrania, y tantas veces abandonada por las migraciones en tantas otras naciones y lugares. Cochecitos de bebé vacíos por querer arrancar la cultura… y la vida.

Los ausentes

Pero no me puedo quedar ahí. Probablemente es el bloqueo emocional que se pretende con la crueldad de la acción que deshumaniza. No puedo ni quiero. Esos cochecitos de niños ausentes acogían la esperanza de las vidas de tantos menores que no han podido defenderse ni siquiera al abrigo de sus padres. En el mundo y en Leópolis (o Lviv). Una ciudad que se ha convertido en el hogar improvisado de muchas organizaciones de medios y embajadas, que se vieron obligadas a trasladarse desde la capital de Ucrania, Kyiv.

Y desde la plaza de Leópolis (o Lviv) mi mirada se agranda y vuela. Para ampliarla como en un recorrido visual de un dron imaginario que se empapa de caminos y vidas errantes y que descubre respuestas inmediatas y/o locales, pero también dirigidas hacia la ayuda no solo inmediata sino la que se asocia en respuestas estructurales y universales. Y desde la acción individual, comprender la imprescindible necesidad de actuar en red. Desde ahí quiero afinar la mirada y la acción, pendiente sobre todo de aquellos que quedan al borde del camino en los muchos agujeros que el sistema de acogida a veces produce como antes os decía.

Mi mirada vuela porque “sólo quien ama vuela” que diría Miguel Hernández mientras en el cochecito vacío solo descubro aquel pesebre que acogió la leyenda verdadera de Dios que tanto quiso a los hombres que nació con ellos. Y si pudiera me gustaría adivinar el rostro del niño que ocupó ese cochecito donde no sé si mi palabra pudiera haberle dado algo más que enseñarle a rezar y protegerse. Y con ello quizás el bebé pudiera haber remontado el vuelo, desde tanta muerte hacia la total resurrección. Que ese es el camino de la Pascua que se acerca.