Tras siete años de espera para bailar al paso de María, ya está aquí el 56º Septenario de Moya

Desde hace casi cuatro siglos, la tradición se mantiene ininterrumpida y, cada siete años, esta región conquense celebra una romería única

Septenario de Moya, Landete, Cuenca

En la madrugada de este martes 16 de septiembre de 2025, profundamente emocionados, Hilario, Inés, Félix y Eloira se han cogido de las manos en la puerta del santuario de la Virgen de Tejeda, en la localidad conquense de Garaballa. Gozosos, han contemplado en silencio, en claro contraste con el eco de las castañuelas y el runrún alegre de la multitud congregada en la puerta, cómo, tras la misa, se abría la puerta del templo y salía a la calle la talla mariana. Es la primera de las paradas en un camino que tendrá lugar durante todo el día de hoy y que es único, por esperado. Y es que estamos ante una celebración religiosa y popular que solo se produce cada siete años. Por eso, los cuatro ancianos susurran en silencio: “Es nuestro último Septenario…”.



En 1639, los habitantes del marquesado de Moya –título surgido en 1480 por concesión de Isabel la Católica a su íntima amiga Beatriz de Bobadilla y a su marido, Andrés Cabrera, regidor del Alcázar de Segovia–, en plena serranía de Cuenca, padecían los rigores de una tremenda sequía. Agonizantes, decidieron sacar en procesión a su patrona, la Virgen de Tejeda… Y, al octavo día, toda el agua del mundo cayó, durante siete horas, sobre una jubilosa población.

También entre los valencianos

Desde entonces, y hablamos ni más ni menos que de casi cuatro siglos, la tradición se mantiene ininterrumpida: cada siete años, María sale al paso de los moyanos. De ahí que el conocido como Septenario de Moya, bien de interés turístico regional, sea el momento más deseado por todos los que sienten como propio este rincón de Cuenca, así como por los lugareños de los municipios vecinos de Valencia, donde la Virgen de Tejeda es especialmente venerada.

Septenario de Moya, Landete, Cuenca

Septenario de Moya, Landete, Cuenca

En cada edición, la celebración siempre es del 16 al 26 de septiembre. Diez días de festejos que empiezan ese primer día, a las seis de la madrugada, con la valla del santuario mariano, en Garaballa, abriendo sus puertas tras la misa a una multitud emocionada. En las siguientes 16 horas, aproximadamente, la talla completa un recorrido de 18 kilómetros por colindantes municipios y pedanías (El Soto, Mijares, Landete, Los Huertos y El Arrabal), culminando su ascensión al Castillo de Moya, hoy en buena parte en ruinas, pero cuyo esplendor (llegó a contar con ocho puertas y siete iglesias) comenzó a inicios del siglo XIII, con Alfonso VIII.

Ocho danzantes

La romería siempre está encabezada simbólicamente por ocho danzantes (jóvenes voluntarios de los pueblos de la zona, siendo cada vez diferentes) que, ataviados con enaguas, camisa blanca y cintas azules y blancas, dedican a la Virgen danzas tradicionales con palos y castañuelas. Un baile que acompaña a la romería en buena parte del recorrido…, llegando exhaustos (y pletóricos) en plena anochecida. Junto a ellos, avanzan también las 12 damas y la reina, vestidas con trajes serranos. Y, claro, el pueblo. El pueblo moyano que se derrama en fe viva, gozosa y feliz en lo que siente como su gran símbolo, el corazón de su identidad.

Septenario de Moya, Landete, Cuenca

Septenario de Moya, Landete, Cuenca

La pasión desbordaba que se vivirá este 16 de septiembre, en la subida, perdurará en los diez días de permanencia de la Virgen de Tejeda en el castillo, habiendo misas, procesiones y ofrendas florales a cargo de miles de personas. También habrá, claro, verbenas y todo tipo de actividades lúdicas y gastronómicas.

Decoración espacial

En todo el recorrido, además, se aprecia cómo cada pueblo pone lo mejor de sí mismo, decorando asfaltos y fachadas con los símbolos trinitarios de Tejeda, lo que conforma un ambiente de profunda belleza y alegría. Así, desde Garaballa hasta Moya, se respira devoción, fe, tradición, un pasado común de estas tierras y un sentimiento muy profundo, tanto en la subida como en la bajada, que tendrá lugar el 26 de septiembre.

Tras 55 peregrinaciones celebradas, un claro ejemplo de esta vivencia, que arraiga el sentimiento por la propia tierra, por las entrañas vitales, lo testimonia el matrimonio conformado por Benjamín y María Cleofé. Naturales de Los Huertos y Landete, respectivamente, hace ya más de 40 años que viven en Madrid. Por eso, todo lo que les haga retrotraerse a su niñez, a lo que sienten como íntimamente suyo, les hace felices.

El corazón de su identidad

Y, en este sentido, el Septenario es el corazón de su identidad. “Las fechas de los Septenarios –relata Benjamín– las tengo anotadas en la agenda de mi corazón. Cuando finaliza uno, ya empiezo a contar el tiempo que falta para el siguiente. Siento una especial devoción por la Virgen de Tejeda. El momento de verla aparecer por el polvoriento camino de entrada al pueblo se me hace interminable… La llegada de los numerosos vehículos que participan en la romería nos avisa de su pronta aparición. Entonces, al ver a la Virgen, me invade una honda emoción y un escalofrío interior recorre mi cuerpo; a la vez, siento una gran felicidad por tener otra vez a nuestra Madre con nosotros, en su otra casa”.

Septenario de Moya, Landete, Cuenca

Septenario de Moya, Landete, Cuenca

romería

Durante el recorrido, siente “una continua alegría y religiosidad”, pero, si tuviera que elegir un momento especial, “me quedo con la costumbre de que, al pasar la Virgen cerca de los cementerios, las personas que la trasladan la colocan en sentido perpendicular a los camposantos. En estos momentos, los pelos se me ponen de punta y las lágrimas afloran en mis ojos enrojecidos”.

Baile hasta el agotamiento

“Son muchos los momentos especialmente emocionantes –añade María Cleofé–, pero el que más me llena es el de la entrada de la Virgen en la iglesia de Moya. En el recinto no cabe ni un alfiler, la imagen hace su entrada acompañada por los danzantes. Los portadores de las andas avanzan hacia el altar y retroceden multitud de veces; de cuando en cuando, levantan sus brazos y la elevan por encima de sus cabezas, mientras los danzantes pasan entre ellos sin parar de bailar, con sus ropas mojadas por el gran esfuerzo realizado. Los presentes echan el resto y agotan sus últimas fuerzas. Todo ello entre eufóricos ‘vivas’ a la Virgen”. “Son instantes –remacha– únicos, bellos, emocionantes, de lágrimas, de recuerdos de familiares que nos han dejado…, de fe. De felicidad”.

Para los moyanos, la espera de siete años es larga … Pero, llegado el momento, hoy, saben que estarán todos presentes. Como mínimo, en espíritu.

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