Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Envejecer en paz


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Desde los 25 años, un poco más o un poco menos, comienza la vejez a iniciar su proceso, aunque creamos que estamos en la flor de la juventud por la eternidad. Tarde o temprano, aunque nuestra mente y alma nos digan lo contrario, el tiempo pasa y comenzamos a perder capacidades y a ganar sabiduría, si es que lo vivimos previendo una reserva humana y una identidad flexible que nos permitan transitar por el camino con alegría y con paz.



Al contrario de esta propuesta, hoy pareciera que el mundo le tiene alergia a la ancianidad. El problema es que se la ve solo desde la perspectiva del rendimiento, del consumo y deterioro psíquico, social y biológico, y no toma en cuenta el tesoro que esconde y su fecundidad. Así son muchos los que ven la vejez como un ocaso estático, igual para todos, e invierten fortunas de dinero y tiempo en tratar de detener un reloj que nada ni nadie, hasta ahora, puede parar.

Algunas aclaraciones para comenzar

Todos los mayores de 25 debemos tener claro que no existe una vejez, sino vejeces, de acuerdo con un yo subjetivo y complejo, y también cómo es la relación con su entorno y su condición social. Ser viejo es una realidad creciente y, en vez de verlo como una pandemia sin cura, podemos, desde ya, vivir nuestra vida para tener una buena ancianidad y muerte final. También podemos mirar con otros ojos a los que ya están más avanzados en el camino y que muchas veces padecen discriminación, maltrato o se les quita su participación, como si fuesen niños en vez de “maestros de humanidad”.

Capitalizar reserva humana es el resultado de las decisiones, acciones y omisiones que hagamos desde nuestra más tierna edad; nadie se hace viejo de un día para otro, sino que es un continuo en el vivir y que concierne a cada paso que podamos dar para construir una y mil veces nuestra identidad. Finalmente, el tema de quiénes somos, quiénes éramos y quiénes podemos seguir siendo va a ser la cuestión radical en la medida que vamos experimentando cambios, reconociendo o no nuestros límites y adaptándonos a la nueva versión que nos muestra el espejo y la realidad.

La reserva es un conjunto de factores preventivos a nivel físico, cognitivo, emocional y espiritual que pueden promoverse, cuidarse y trabajar conscientemente y que no se reducen a lo físico ni a ejercitar la memoria un poco más. Se trata de ser personas abiertas, interesadas, con capacidad funcional para seguir siendo quienes somos, pero integrando la transformación en forma natural y gradual.

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El yo complejo en relación con los demás

No todo dependerá exclusivamente de nuestra voluntad; somos seres relacionales y los demás y el entorno ejercen una importante influencia en nuestra identidad, autopercepción y autonomía para decidir quiénes somos en cada oportunidad. Personas con el ego muy grande, incapaces de aceptar con humildad los cambios, serán incapaces de desprenderse de la juventud, del poder, del rol que ejercían, de vínculos o de posesiones materiales, y serán viejos/as amargados, tacaños y cero aporte para los demás.

Lo mismo sucede con los que, desde su juventud, no se hacen respetar en su dignidad porque tienen una autoestima muy dañada, ya que serán los ancianos “carga y víctima” a los que muchos le arrancan en la actualidad. Se trata, por lo tanto, de ser personas mayores, protagonistas de la vida, con un ego regulado de modo que pueda ir perdiendo “algunas cosas”, pero compensándolas con otras que yacen ocultas a la mayoría y que son un privilegio real. Esos “viejos” son una fuente de experiencia, humor y amor que hoy escasea y que todos necesitamos degustar. Son una veta de oro que hoy debemos rescatar y hacer brillar por el bien de toda la humanidad.

Miremos a los tesoros de la adultez mayor. Desprenderse de lo más mundano va aligerando la carga corporal, material y psíquica, porque se aprende a mirar con ojos “más templados” y “amorosos” todo lo que sucede, sin dramatizar ni caer en la “terribilitis” tan habitual en la juventud. Así también, si ha cultivado sus vínculos, si ha diversificado sus intereses, si se ha posicionado bien en torno a la vulnerabilidad, la humildad y la misma muerte, si ha aprendido a escuchar y contemplar más que hablar y liderar, si ha aprendido nuevos modos de hacer y ser en lo cotidiano, si ha cuidado su mente y su cuerpo en forma razonable, la persona reforzará su reserva espiritual, su resiliencia y la capacidad de darse con gratuidad. La adultez bien vivida nos abre a la solidaridad, al bien común, al encuentro intergeneracional, a lo trascendente y a Dios/amor en cada respirar.

Que la muerte nos pille vivos

Hoy, lamentablemente, hay muchos que más parecen zombis persiguiendo en forma autómata dinero, pieles tersas, fama y una posición social. Lejos están de vibrar con la vida misma, de contagiar entusiasmo y gratitud por respirar. Se enredan en las cosas del mundo y se deterioran por dentro y por fuera con extrema facilidad. Sin importar la edad que hoy tengamos, invirtamos nuestra existencia en amar y servir con todo nuestro ser a los demás y a la creación que nos necesita en forma urgente.

Eso nos mantendrá intensamente vivos, asombrados, generosos, entregados y conscientes del privilegio de estar aquí hasta cuando nos toque expirar. La vejez es una bendición que nos abraza a todos si la sabemos calzar bien a lo largo de toda la biografía. Cada uno muere como ha vivido… Yo al menos quiero morir llena de mariposas, flores, colores, niños, creaciones, caricias, risas, naturaleza, vínculos nutritivos y mucha fecundidad, para poder devolver con creces todo lo mucho que Dios me ha dado, multiplicado con mi cariz personal.