Alegría en la Iglesia argentina por el reconocimiento de las virtudes heroicas de Pironio

  • El papa Francisco autorizó el decreto que lo declara venerable
  • Comunidades e instituciones celebran esta promulgación

La Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina manifestó su alegría a partir de la promulgación del decreto que declara las virtudes heroicas del cardenal argentino, Eduardo Pironio.



Los obispos destacaron que es un profundo gozo que su figura, tan fundamental para la vida de la Iglesia y que fue parte del episcopado argentino, sea propuesto como ejemplo de vida cristiana y sacerdotal.

Además valoraron que el reconocimiento de su vida y testimonio sea fuente de inspiración para la caridad pastoral de obispos y sacerdotes.

En el mensaje, firmado por Oscar Ojea, obispo de San Isidro y Presidente de la CEA; Marcelo Colombo, arzobispo de Mendoza y Vicepresidente 1º; Carlos A. Azpiroz Costa, OP, arzobispo de Bahía Blanca y Vicepresidente 2º; y Alberto G. Bochatey, OSA, auxiliar de la arquidiócesis de La Plata y secretario general, aseguran renovar la oración para que el Siervo de Dios sea prontamente beatificado.

Eduardo Francisco Pironio

El Cardenal nació el 3 de diciembre de 1920, en la ciudad bonaerense de Nueve de Julio. Veintitrés años más tarde era ordenado sacerdote. 

Fue Rector del Seminario Metropolitano de Buenos Aires, Decano de la Facultad de Teología (UCA). En mayo de 1964, fue designado obispo auxiliar de La Plata. Fue administrador apostólico de la diócesis de Avellaneda (1968) y diocesano de Mar del Plata, desde 1972 a 1975.

Participó del Concilio Vaticano II como Padre Conciliar de la III y IV sesión. En el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), fue secretario y presidente. Su tarea pastoral en la Iglesia de América Latina se vio reflejada en su compromiso para asumir las conclusiones de la Conferencia de Medellín.

Promocionado por Pablo VI en 1975, acompañó como Prefecto a los religiosos y a las sociedades de vida apostólica. En el pontificado de Juan Pablo II, se dedicó a la tarea evangelizadora de los laicos. De su gestión como presidente del Pontificio Consejo para los Laicos surgen las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ).

El Siervo de Dios falleció el 5 de febrero de 1998, en Roma. Sus restos descansan en la Basílica de Nuestra Señora de Luján. 

El 23 de junio de 2006, el papa Benedicto XVI lo declara “Siervo de Dios”, y continúa el proceso de beatificación con esta nueva instancia en la que el papa Francisco reconoce las virtudes heroicas del Cardenal. Se le atribuye la curación milagrosa de un niño, intoxicado con purpurina.
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